Ser mujer es una terquedad

Prefería los juegos de los niños más enlodados, altos y heridos / Foto: Thinkstock
Prefería los juegos de los niños más enlodados, altos y heridos / Foto: Thinkstock

Ser mujer es una terquedad. Al menos es una terquedad mía, o quizá solo soy una mujer terca, muy terca. Puede que sea una cualidad heredada de mi mamá (cualidad, y no defecto, porque más que faltarme algo, lo tengo y me distingue). Ella siempre insistiendo en ponerme esos vestidos a pesar de que después de cada uso tenía que arreglarles el dobladillo que yo tanto me esmeraba en descoser con cada árbol al que me subía.

Es la misma terquedad que suele orillarme a hacer lo contrario, o hacerlo a mi manera, como cuando me decían que debía ser dulce y tierna, abnegada y tranquila. Me insistían a que jugara con las niñas de mi edad porque era más apropiado y yo, quizá por llevar la contraria o por simple aburrimiento, prefería los juegos de los niños más enlodados, altos y heridos.

Fue la misma cualidad que me llevó a convecer a mis padres a darse por vencidos y que me dejaran usar esos patines en línea que un día me trajeron los Reyes Magos. Ellos, con tal de cuidarme me condicionaron su uso al día en que "ya no tuviera más moretones en las piernas". Ese día nunca llegó (y digo nunca porque al día sigo descubriéndolos después de alguna "aventura") y mejor optaron por comprarme unas rodilleras a juego con la esperanza de que no me hiciera más pupas.

Quizá fue gracias a esta terquedad que convencí a mi papá de quitarle ambos ruedines a mi bicicleta aquel verano y en una escapada, después de comer y antes de la obligada siesta, me raspé brazos y piernas, pero me enseñé a andar en solo dos ruedas. Si es que yo no podía no saber andar en bici si mi hermano sí. Después aprendí que de esta forma podía ir más rápido, y más por aquellas bajadas, aunque las caídas dolían un poco más...

Siempre fui lo suficientemente terca como para salirme con la mía, cuestionando el modelo de la niña de vestidos de olanes y moños y a la mujer de encajes y tacones, yo solo quería ser yo. Como aquella vez en la que en una reunión las amigas de mi mamá comenzaron a discutir a quién me parecía de mi familia; que si a mi papá, a mi mamá, o a cuál de mis bisabuelas. Una de esas señoras pensó que sería curioso preguntarme "¿A quién crees tú que te pareces cuando te miras al espejo?". "A mí", respondí, "me parezco a mí."

Y es que solo quería ser yo. Así sin más.

Yo no quería que me protegieran, al menos no quería que me protegieran para que algo no me ocurriera. Mi papá solía decirme que él se esmeraba en acolchar las paredes contra las que podría toparme y que yo era tan terca que solo quería darme de topes contra ellas cuanto más fuerte mejor. Sí, eso quería: que no me dijeran cómo era, sino poder comentar y compartir experiencias.

Yo no quería que me protegieran de todo porque era una niña/mujer y recuerdo hace muchos años, tendría unos 12 o 13, cuando tras un apagón en el club un amigo (bastante más pequeño que yo) decidió que entre todas las demás niñas del grupo yo era la que necesitaba protección. Yo era la más alta, "ruda" y "aventada" de las niñas del grupo, y bastante más alta y fuerte que ese niño.... Creo que fue en ese momento cuando entendí que, además de gustarle a ese niño, había gente que quería protegerme solo porque era yo, y no porque era una niña/mujer "débil".

Tanto me costó que a mis casi 30 todavía me cuesta diferenciar entre alguien que quiere protegerme porque sí a alguien que lo hace porque soy mujer, el "sexo débil y frágil". Por eso sigo siendo la terca que no acepta que un hombre la ayude a subir por las piedras de la colina, ni que me sostengan cuando tengo que bajar de alguna altura. Y digo "hombre" porque son los que en su mayoría ofrecen ayudarme, y la verdad es que no soy precisamente "una mujer frágil".

Por eso digo que ser mujer, como soy yo, es una terquedad, además de que soy una mujer muy terca. Con tal de luchar contra la fragilidad de un estereotipo me he orillado a decirle al mundo que "no los necesito", pero la verdad es que dentro, aquí dentro, sí los necesito, sí me gusta que me ayuden y que de vez en cuando me recuerden que ser un poco menos necia no me hace menos mujer.

Y es que las caídas en bicicleta no duelen igual a los 6 años que a los casi 30.

@travesabarros

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