Un trago de ayuda

Un trago de ayuda / Foto: Thinkstock
Un trago de ayuda / Foto: Thinkstock

El jueves pasado mi amiga Claudia estaba teniendo un muy mal día en todos los sentidos: le habían jugado sucio en la oficina robándole un proyecto con una jugosa comisión; su hermana le habló desencajada porque le dejó la puerta abierta al perro y éste, por supuesto, se escapó y después recibió un correo con una requisición tributaria que nunca terminó de entender.

Entre problemas laborales, familiares y fiscales su único refugio fue su novio Arturo. Esa noche lo citó para cenar en un bistró que a ambos les gustaba mucho. Sentía la urgencia de cerrar el día con la única persona que parecía entenderla en el mundo. Sintió alivio cuando lo vio.

Después de la cena, mientras caminaban de regreso, les cayó encima una tormenta. Corrieron apurados, esquivando el torrente como podían, hasta que encontraron un techo que, para su buena fortuna, se trataba de una taberna especializada en cervezas del mundo. Entraron y eligieron un par de pintas para empezar. La lluvia no cesó y su charla tampoco. Unos cuantos vasos más tarde, regresaron a su casa de la mano bajo una brizna tenue.

Decidieron bañarse, y al desvestirse los arropó un deseo tan fuerte como la lluvia de horas antes, se tomaron con fuerza y saltaron a la cama.

—¡Espera! —interrumpí el relato de Claudia— Demasiados detalles.

—Calma, es todo el punto de la historia— respondió.

—¿Cuál es el punto de la historia? Me perdí.

—Que, hasta el jueves, Arturo y yo habíamos pasado por un bache sexual.

—¿No viven juntos?

—Sí, por eso. Las cervezas solucionaron todo —me explicó—. Despertaron nuevamente el fuego interno.

—No solo fueron las cervezas —supuse.

—Te lo juro.

Me quedé pensando y recordé las muchas veces que durante mi soltería el alcohol se comportó como un fiel aliado. En las fiestas, a la hora de enfrentar una multitud, para ligar y toda la sarta de aglomeraciones sociales a los que me exponía los fines de semana. Quizá Claudia tenía razón, es bien sabido que el alcohol es un facilitador, pero me preguntaba si tenía efectos afrodisiacos como tales.

Regresé a casa y me zambullí en Internet. Encontré varios estudios que concluían más o menos lo mismo, pero había uno para los estudiantes de la Universidad de Brown, que tocaba varias de mis inquietudes. Según el documento, uno o dos tragos pueden actuar como un “lubricante social”, es decir, permiten a las personas sobreponerse a sus inhibiciones y ansiedades sexuales. Claro, haciendo la salvaguarda que la moderación y el equilibrio son claves para lograr cierta efectividad.

Otro dato interesante es que para algunas mujeres es más difícil alcanzar un orgasmo después de tomar unas cuantas copas, aunque otras reportan sentir mayor placer cuando esto ocurre. La explicación es básicamente la misma: están relajadas y con menos inhibiciones.

No obstante, lo más interesante que encontré fue evocar una conversación con Ice, una amiga a la que admiro mucho. Tras estudiar medicina ella se embarcó en una especialidad en psiquiatría en uno de los hospitales de mayor renombre en Nueva York.

En aquella ocasión, me dijo que no existe reacción o sensación inducida por alguna droga o estupefaciente que el cerebro no pueda producir por sí mismo. Al ingerirlos, estos solo estimulan o inhiben a las glándulas responsables de secretar las sustancias que modifican nuestras sensaciones. «Tú puedes hacer que tu cuerpo alcance el estado que quieras usando y controlando tu mente», me dijo esa vez.

Y tenía razón, el alcohol no es un afrodisiaco, solo ayuda a relajar la tensión. Sin embargo, su abuso puede producir otro tipo de encuentros más desagradables, como acabar abrazando a un inodoro toda la noche. Un par de tragos pueden ayudar en una situación de emergencia, pero si los asociamos a cada intento, a cada estímulo, pronto tendremos en nuestras manos una adicción.

El día que hablamos, Claudia no lo pudo resumir mejor.

—Me da gusto que hayan arreglado su problema —le dije.

—No lo arreglamos— me contestó—. Tan solo le dimos un empujoncito a la dirección correcta.

Twitter: @anjonava

Mira también:

En la cabeza del otro

¿Qué tan prohibidos son los ex?

Donde fuego hubo, ¿qué se hacen con las cenizas?