Donde fuego hubo, ¿qué se hace con las cenizas?

Dicen que una vez que se termina una relación, antes de involucrarse con alguien nuevo, se debe de experimentar un duelo. Tomarse un tiempo para asimilar la pérdida y olvidar a la persona que dejó de ser una pareja.

Hay una cierta lógica detrás de esto, sin embargo, a diferencia de la muerte, al final de una relación, el objeto del duelo sigue vivo en alguna parte. Puede ser en la misma escuela, trabajo, en un perfil de Facebook, Twitter o a miles de kilómetros de distancia, en un país lejano. Una separación acostumbra dejar un rastro de recuerdos esperando a ser evocados y, mientras el otro tenga un pulso, existirá la tentación de contactarlo.

Un fracaso amoroso trae consigo millones de dilemas intrínsecos, como: el grado de comunicación que se debe mantener con un ex o si es válido responderle un mensaje a media noche o acceder a tomar un café o felicitarlo en su cumpleaños. Hay amores que se olvidan y unos dignos de conservar como parte de una colección de experiencias. Creo que estos últimos se pueden dividir en tres categorías y dependiendo del motivo por el cual se terminó el noviazgo está el qué hacer con ellos.

La primera alude a esas relaciones destructivas que solo dejan heridas, miseria y desdicha a su paso. Mucha gente tiende a regresar a ellas, enfrentar a sus protagonistas, para tratar de entender qué fue lo que pasó; qué salió mal. Sin embargo, dichas explicaciones sólo buscan calmar a nuestro ego, a esa parte donde se hospeda la autoestima que siente una urgencia por escuchar: ‘No hay nada malo con nosotros’.

A esas personas hay que descartarlas por completo. Suprimirlas y borrarlas de toda vía de contacto, evitarlas en la medida de lo posible y cerrar puertas y ventanas en el corazón, para que no vuelvan a entrar. Su presencia, como en la mayoría de las adicciones, es nociva y solo exhibe lo peor de nosotros.

Al igual que en el cine más elemental, en este mundo hay gente mala y por desgracia siempre pasamos por alguien así. Pero de la misma forma, también en nuestro pasado se pueden encontrar seres humanos nobles y valiosos con los que existió un intento de establecer algo más y que por distintas razones, no sucedió. Hay veces que la relación pasa por una serie de complicaciones ajenas a la pareja, otras, donde los planes de vida no fueron compatibles o bien, cuando el amor simplemente se acabó. Tras el rompimiento, se queda con una especie de vacío, como si se hubiera perdido a un buen compañero.

No hay nada que demuestre que no se pueda ni deba ser amigo de un ex, siempre que el fin de la relación se haya dado bajo las condiciones que más convengan a la estabilidad emocional. El truco es no disfrazar de amistad otros sentimientos y establecer vínculos platónicos que delimiten el alcance de los involucrados, para así no dar lugar a ninguna confusión. Aunque satisfactorias, estas amistades no suelen soportar el peso cuando alguno de los dos inicia un nuevo romance. No hay manera de decir, ‘Ahora vengo, mi amor, me voy a tomar un café con una ex´, sin que se escuche mal.

Finalmente está una categoría que es tan divertida como peligrosa. Siempre he sido partidario a diferenciar el amor de lo que es solamente sexo. Éste último es una buena opción para no permitir que alguien se hunda en una mala racha amorosa. Al tener relaciones sexuales, ya sea por la liberación de endorfinas o por sentirse deseado, algo le pasa a la gente que se vuelve más atractiva.

Un antiguo amor resulta ser una perfecta solución para salir de un bache sentimental. Después de todo, son personas conocidas y de confianza, que de alguna forma se pueden controlar y manejar. Un affaire con una expareja es una salida fácil a un problema embarazoso —no tener con quién hacerlo—, aunque requiere del máximo control mental para no permitir que afloraren viejas emociones.

En estos tiempos en los que se habla tanto de la sustentabilidad, antes de tirar a esa pareja que se cree ya no sirve más, hay que pensar si se puede reciclar.

Twitter: @AnjoNava

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