En la cabeza del otro

¿Los hombres comparan a sus parejas en la cama? / Foto: Thinkstock
¿Los hombres comparan a sus parejas en la cama? / Foto: Thinkstock

Por lo regular creemos que si se pudieran escuchar los pensamientos del género opuesto, nuestras diferencias —esas que parecen irreconciliables— se disiparían. Al menos mi amiga Marion estaba segura de ello.

—Tengo que preguntarte algo —me dijo hace unos días—. Tú eres hombre; tú debes de saber.

—Sí, soy hombre. Por lo menos hasta esta mañana, lo constaté mientras me bañaba.

—Es una incógnita que tiene mi amiga Renata — dijo—. No sabemos cómo resolverla, pero tú puedes ayudarnos.

—Cuéntame —dije.

Marion entró en un detallado recuento de cómo su amiga inició un ardiente romance con un tipo del gimnasio. Él era instructor del lugar y una noche, en la que ambos salieron al mismo tiempo, fueron por un trago —mismo que se convirtió en varios—, y más tarde estaban desnudos en casa de ella. El caso es que, por alguna razón, Renata conoció accidentalmente a la exnovia del tipo con el que se metió.

—Una duda —interrumpí a Marion—. ¿Éste es uno de esos casos en los que el protagonista es “una amiga”, pero en realidad se trata de ti?

—No, te juro que le pasó a Renata. Aunque, si te soy sincera, a mí también me mortifica.

—Sígueme contando —dije yo.

Mi amiga hizo lo propio. A Renata no le había molestado tanto el hecho de conocer a la ex del instructor, como el percatarse de su constitución física.

—Era perfecta. Operada de todas partes, con un abdomen de campeonato. Renata no es nada fea. Es muy guapa, es delgadita y ‘petite’, pero es normal, una mujer natural. ¿Los hombres se fijan en eso?

—¿En los cuerpos de las personas con las que nos acostamos? —pregunté—. ¡Por supuesto!

—No —aclaró Marion—. ¿Nos comparan unas a otras?

Me quedé callado un minuto mientras digería la pregunta.

—¿Qué? ¡Dime!— clamó con desesperación en su tono.

Para poderle responder traté de invocar una pequeña muestra de algunas de las mujeres con las que me había metido en mi vida. Hice un recorrido mental de sus cuerpos y la impresión que dejaron en mí. Recordé vagos fragmentos de los encuentros con ellas y de lo que me hicieron sentir.

Mi principal conclusión del experimento fue que en cada situación, me concentré exclusivamente en la persona que tenía frente a mí; lo que fue y me ofreció en su momento.

—Mira, al menos yo no las comparo, —le contesté— por lo menos no a la hora de la hora. Ése es quizá un ejercicio que hacemos después, una evaluación general de lo ocurrido y del desempeño, incluyendo el propio, claro está. Lo que estoy seguro es que no es una práctica específica de los hombres. Ustedes nos comparan todo el tiempo.

—Y, ¿prefieren a las operadas? ¿Gozan más con ellas?

—Creo que ésa es una de las cosas más relativas que existen. Tengo amigos que aman los senos operados y otros que los odian. Yo he estado con mujeres cuyos cuerpos son de concurso y no saben cómo usarlos ni qué hacer con ellos; mujeres que pasan horas en el gimnasio y otras que sin esfuerzo pueden lograr lo que sea.

Ahora fue su turno de permanecer callada y asimilar lo que le decía.

Le expliqué que desde niños nos enseñan a pensar en que hombres y mujeres somos distintos; entes con nada en común y cuyas formas de pensar están sintonizadas en canales opuestos, cuando la verdad es que somos mucho más parecidos de lo que creemos. Los hombres nos cuestionamos lo mismo que Marion y Renata —quizá con menos aspavientos—, porque también tenemos inseguridades y nos da miedo enfrentarlas.

Lo que hace que dos seres humanos compaginen, sin importar el género entre ellos, va mucho más allá de protuberancias y figuras, de contornos y siluetas, de texturas, complexiones y consistencias. Al final, es una suma de todo y de nada, es una cuestión de química y de casualidad. ¿Por qué temerle a la posibilidad de perder a la persona con la que estamos, en lugar de disfrutarla?

—No tienes nada de qué preocuparte, Marion —le dije a mi amiga—. Digo, perdón, Renata no tiene nada de qué preocuparse.

Twitter: @anjonava

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