¿Qué tan prohibidos son los ex?

¿Qué tan prohibidos son los ex? / Foto: Thinkstock
¿Qué tan prohibidos son los ex? / Foto: Thinkstock

Hay un refrán que dice que “en la guerra y en el amor todo se vale” y cuando uno piensa en las aberraciones a las que llega la humanidad cada vez que entra en un conflicto bélico —llámense cruzadas, inquisiciones, holocaustos, bombas atómicas, armas bacteriológicas, por nombrar algunas— se puede pensar que es verdad.

Con toda proporción guardada, meterse con la novia o novio de un amigo o amiga, y todas las combinaciones posibles, pudiera considerarse un hecho igual de lamentable. Sin embargo, yo tengo la hipótesis que pasa mucho más de lo que nos imaginamos. Resultaría interesantísimo hacer un sondeo sobre la incidencia de casos en la que un individuo no solo desea, sino le ha hecho alguna indirecta a la pareja de alguna amistad. Claro que, para obtener tales cifras habría que confesares frente a un entrevistador, y dada la naturaleza de la pregunta, muy pocos la contestarían con honestidad.

La frecuencia con la que ocurre, de poderse comprobar, no la exime de su carácter inmoral. La traición de un amigo suena como la peor falta de lealtad que pudiera experimentar un ser humano, no obstante, cuando a mí me pasó, la verdad no fue para tanto.

En aquella época yo trabajaba en una agencia de publicidad y estaba perdidamente enamorado de una colega. También allí conocí a uno de mis mejores amigos; una amistad que conservo hasta la fecha. Omitiré ambos nombres por respeto a los implicados.

Durante una fiesta de Navidad, yo llevaba algunas semanas saliendo con la chica en cuestión y mi amigo, bañado en osadía y algo de desesperación por encontrar a alguien con quien compartir un rincón para intercambiar unos besos, la acechó esa noche.

La chica le dijo: «Acaso, ¿estás tarado? Salgo con tu amigo», argumento que mi amigo trató de evadir con la sutileza y elegancia de un mandril en cautiverio. Con el escandaloso rechazo sobre sus hombros, y antes de que ella pudiera decirme lo ocurrido, mi amigo se me acercó humillado y arrepentido. «¿Estás tarado?», le pregunté tras su confesión y después le di un golpe en la nuca.

El asunto quedó allí. Bueno, no. Ella y yo tuvimos uno de los romances más tórridos de nuestras vidas y cada que tengo oportunidad le recuerdo el incidente a mi amigo, tratando de ser lo más mordaz posible. Aunque la amistad no se violentó, ¿qué hubiera pasado si ella hubiera aceptado? O, peor aún, ¿que la cosa hubiera trascendido a algo mayor? En definitiva, hubiera buscado otro trabajo. Meterse con la pareja de una amistad es tan malo como parece.

¿Qué pasa, entonces, con un o una ex? Estamos hablando de una pareja que no funcionó y cuyos integrantes, en plenitud de sus facultades mentales, deciden separarse. La creencia popular apunta a que esa gente se vuelve intocable, prohibida e impura para el resto de sus amistades. Ante esos casos, las normas sociales son tan estrictas que prefieren evitar que se consume un noviazgo potencialmente épico —sin ningún remordimiento de consciencia—, a permitir que dos personas que estuvieron ligadas por un lazo de amistad y un idilio fallido se enamoren.

Estoy convencido de que las amistades son del tipo de relación más flexible y maleable que existen. Uno puede dejar de ver a un amigo por años y regresar después de un tiempo como si nada hubiera pasado. O también distanciarse a tal grado que el nexo entre ellos se desvanece y los transforma en un par de viejos desconocidos.

Yo soy de los que creen en el amor, al menos la vida me ha hecho uno de ellos, y siento que en algunos casos vale la pena sacrificar una amistad para que se forme una unión de proporciones grandiosas. A veces, hay que arrojarla al cráter de un volcán furioso con la esperanza de que las cosechas de la temporada sean vastas y vigorosas.

Los amigos se perdonan. Los errores de la vida, no.

Twitter: @anjonava

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