Rompiendo récords

Rompiendo récords / Foto: Thinkstock
Rompiendo récords / Foto: Thinkstock

Nunca he llegado a la marca de los dos meses en todas las relaciones en las que he estado— me confesó Dani una tarde mientras esperábamos a que la recibiera su médico.

—¿De verdad? —pregunté yo—. ¿Ni siquiera aquel venezolano con el que estuviste mucho tiempo?

—Justamente él es quien sostiene el récord: un mes, tres semanas y dos días para ser exactos.

—Con cuánta minuciosidad llevas la cuenta.

—Es que no entiendo qué me pasa. De verdad, quiero saber por qué no puedo batir ese par de meses.

Era una duda genuina en todo el sentido. Dani nunca ha padecido de temporadas solitarias, ni episodios de desesperación. Siendo una mujer muy guapa e inteligente, siempre ha tenido una fila de pretendientes esperando su turno para poder salir con ella.

—¡Quizá es eso!—dije emocionado.

—¿Es qué? —preguntó ella—. No has dicho nada.

—Lo siento, me quedé sumergido en mis pensamientos. Tal vez nunca has sufrido en verdad un desamor.

Dani permaneció callada, raro en ella, mientras yo elucubraba sobre su caso.

—Creo que el problema es que, a la fecha, no le has quitado las rueditas a la bicicleta; nunca te has lanzado del trapecio sin red de protección...

—Al grano —exhortó.

—Mira, tú eres de esas personas que tienen la vida asegurada, al menos la sentimental. En el fondo sabes que sin importar lo que pase, habrá un candidato con el potencial de superar al anterior. Es una especie de don, pero al mismo tiempo de maldición, porque, a pesar de que nunca estás sola, desechas constantemente a posibles buenas parejas.

Ante mi hipótesis, Dani se tomó unos segundos para reflexionar. El único sonido que se escuchaba en la sala de espera era la pequeña televisión con una telenovela sintonizada, a la que la secretaria del consultorio no le quitaba la mirada.

—No me convence —manifestó Dani—. El convivir con estos hombres tan pasajeros no me hace sentir menos sola. Al contrario, son un recordatorio constante de que no ha llegado el bueno.

—Entonces, ¿crees en el bueno?

—¡Claro! ¡Estoy segura de ello!

—Y, ¿cómo es el bueno?

—Es el hombre por el que te despiertas feliz en las mañanas, el que hace que la vida valga la pena vivirla, que te inspira a ser mejor, que no te juzga ni lastima, a quien admiras y respetas...

—Y que sepa cocinar, supongo.

—¡No te burles! —gritó al mismo tiempo que me daba un puñetazo en el brazo—. ¿Ves por qué no lo he encontrado? ¡Es muy difícil!

En ese instante salió una enfermera y llamó a mi amiga, quien volteó a verme con el rostro lleno de preocupación.

—Buena suerte— le dije.

Resignada se levantó y camino hacia la mujer de blanco que la esperaba sonriente.

La interrupción sirvió para poner un silenciador a lo que le iba a contestar a Dani, pero también para comprenderla un poco mejor. Al verla tan vulnerable por primera vez en lo que llevo de conocerla, caí en cuenta del porqué de su problema original, por qué no podía batir su propio récord.

Dani tenía miedo. Le asustaba la idea de no tener el control de una situación, al igual que entrar a la sala de exploración de un médico, esperando lo mejor, pero sin tener la certeza de lo que ocurrirá después. Siempre hay una posibilidad de que algo se complique y termine lastimando de más a alguien. El amor es tan impredecible que convierte a los seres humanos más fuertes en tiernos gatitos bebés esperando ansiosos a que su madre los alimente.

De repente se abrió otra vez la puerta y salió Dani.

—El doctor no sabe lo que tengo, me mandó a hacer muchos estudios —me dijo.

—Todo va a estar bien —le contesté —. No tengas miedo.

Twitter: @anjonava

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