Tan efímera como un fósforo

Pasión, ¿tan efímera como un fósforo? / Foto: Thinkstock
Pasión, ¿tan efímera como un fósforo? / Foto: Thinkstock

La pasión es dominante y muchas veces traicionera. Es una fuerza que apaga el cerebro y deja que los músculos y el cuerpo se muevan con el motor del deseo. Es lo que sucede al ver a una persona parada al otro lado de una habitación y querer correr a ella, tomarla entre los brazos, fundir el rostro en el suyo, que el mundo alrededor se desvanezca y que el tiempo y el espacio se detengan.

No sé con exactitud a qué se debe, si es por nuestra idiosincrasia, educación o simplemente miedo, pero sé de muchos individuos que descubren tarde esta experiencia por tener sepultado su lado más animal. No obstante, tarde o temprano, se encuentran con alguien que destapa esos sentimientos reprimidos.

Mi amiga Paola fue una de ellas. Tenía unos meses de haberse divorciado cuando descubrió la verdadera pasión.

—Fue un error— me dijo durante una cena, refiriéndose a su boda—. Un error que mi educación cometió por mí.

—No seas tan dura, también fue culpa tuya —respondí.

Paola había hecho todo lo que sus padres esperaban de ella: estudió leyes versus su verdadero sueño de ser diseñadora gráfica, se graduó con honores y poco después se casó con Omar, su primer y único novio. Su padre pagó la boda y ésta, gracias al equipo de planeadores que contrató, salió sin contratiempos.

La vida con Omar era buena y estable. Ella encontró trabajo en una editorial, donde no podía desempeñar la disciplina que siempre le llamó la atención, pero, por lo menos, estaba cerca de quienes sí lo hacían. Él también era abogado, aunque se había especializado en litigios y tenía un muy buen empleo en el gobierno. Compraron una casa y tenían dos perros labradores.

—Mi vida era la que mis padres soñaron para mí de niña —confesó—. Y yo me conformé con eso.

Un mañana el teléfono de Omar, empezó a vibrar incisivamente mientras él se bañaba. Paola fue a avisarle, y su marido, preocupado por que se tratara de su jefe, le pidió revisarlo. Al tomar el aparato Paola encontró una fila interminable de mensajes de una tal Sofía que le agradecían la maravillosa velada que habían pasado juntos. Paola salió de allí y la siguiente vez que vio a Omar fue en presencia de sus respectivos abogados. Omar había descubierto lo que era la pasión antes que ella.

—Yo no quise que esto me tirara —dijo me amiga—. Y me juré a mí misma que no me volvería a ocurrir. No quería saber nada de los hombres.

—¿Y cómo se llama el que te hizo cambiar de opinión? —pregunté.

—¿Tan predecible soy? —respondió Paola entre risas—. Se llama Alonso.

Desde que lo vio se sintió diferente, quizá fue porque él no se parecía en nada al único hombre con el que ella había estado. O tal vez porque, a diferencia de otros tipos, no trató de adularla cuando la conoció. Alonso se acercó y le dijo que odiaba el moño que ella traía en su cabeza. De igual forma, y tras una larga discusión por el mencionado moño, la invitó a salir. Quedaron de verse para la inauguración del bar de un amigo en común.

El día de la cita llegaron puntuales, se tomaron un par de tragos cada quien y, en cuestión de una hora, ya se estaban besando.

—No podíamos soltarnos, era como un imán a unos centímetros de un metal —describió Paola.

Esa noche acabó al día siguiente en casa de Alonso. Se siguieron encontrando intensamente las siguientes tres semanas.

—Casi todos los días— me dijo—. Pero pasó algo muy raro. Una mañana, cuando desperté, sentí que ya no lo quería ver. Y lo curioso fue que él tampoco volvió a llamarme. De esto ya pasó más de un mes.

—¿Y cómo te sientes? —le pregunté.

—Tranquila.

El primer roce de Paola con la pasión dejó una gran lección de por medio: las relaciones muy intensas son como los fósforos, después de la colorida ignición consumen su combustible rápido y en segundos se apagan.

—Debes de sentirte orgullosa —opiné yo—. Diste un gran primer paso. Ahora, como todo en esta vida, te falta encontrar un punto medio.

Twitter: @anjonava

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