El amor a flor de piel

¿Te tatuarías el nombre de tu pareja? / Foto: Thinkstock
¿Te tatuarías el nombre de tu pareja? / Foto: Thinkstock

Durante una fiesta, mientras iba a la cocina, me topé a un grupo de invitados que formaban un semicírculo para ver algo. Lleno de curiosidad me acerqué para ver qué era eso que estudiaban con tanto detenimiento. Conforme me abrí paso entre la pequeña multitud descubrí que al otro lado estaba mi amiga Adriana levantando la mitad de su camiseta.

—Es un elefante —dijo alguien.

—No, más bien como un gato estirándose —sugirió otra persona.

—¡Anjo, qué bueno que llegas! —gritó Adriana al verme—. ¿Tú de qué le ves cara?

Me asomé en medio de las demás cabeza y vi una figura tatuada en su espalda. La examiné minuciosamente sin poder definir con claridad de qué se trataba. Era un diseño tribal dividido en dos partes casi simétricas, sin lograr mucha cohesión en su conjunto.

—¿Un dragón? —traté de adivinar.

—No —respondió Adriana satisfecha al tiempo que se enderezaba y acomodaba la ropa—. Pero me gusta tu interpretación.

Me acompañó a mi destino inicial y mientras sacaba un par de botellas del refrigerador me preguntó:

—¿Quieres saber qué es?

—¿Qué?

El tatuaje.

— Sí, claro.

—Mira —dijo en tanto se volvía a descubrir un costado—. Es el nombre de mi exnovio.

En ese instante las grecas y contornos de su efigie empezaron a cobrar sentido como si se hubieran reacomodado por arte de magia.

—“Gus” —leí en voz alta—. ¿Gus? ¿Se llama Gustavo?

—Así es, ¿se nota mucho? —preguntó angustiada—. Le pedí a mi tatuador que lo tapara lo mejor posible.

—No, si no me dices, no me hubiera dado cuenta —afirmé—. ¿Cómo pudiste tatuarte el nombre de un novio?

Y de verdad aún me lo pregunto…

Soy aficionado al arte del tatuaje desde hace muchos años, aunque tenga pocos de haberlo experimentado —literalmente— en carne propia. Me fascina la idea de cómo tinta y piel forman un legado permanente. Son inscripciones que atestiguan toda clase de emociones y experiencias, rebeldía manifiesta, contracultura y valentía. Imágenes de un recuerdo que puede doler más que el proceso mismo del que fueron resultado, pero cuyo relato sobrevive a cualquier cosa.

No tiene sentido guardar el nombre de alguien del que no se tenga certeza ni convicción de su compromiso. A diferencia de los noviazgos en los que no existe poder alguno para predecir su caducidad, los tatuajes tienen un plazo definitivo y duradero. Sí, en la actualidad hay una gran cantidad de recursos quirúrgicos y cosméticos disponibles para removerlos, además de alternativas para extirparlos y hacerlos perder su carácter esencial. El errar es humano, pero entonces, ¿cuál es el punto de hacerse uno si se le va a acabar borrando?

El único tipo de relación que se puede equiparar de alguna forma con hacerse un tatuaje es el matrimonio, que es por definición la unión perpetua entre dos personas. Ese estado al que una pareja accede al decidir que no estará más con otros individuos y que se sobrepondrá a cualquier tipo de obstáculo que la vida les tenga preparado mientras estén juntos. No es relevante si en enlace se hizo de manera legal o religiosa, el punto es el mismo, nada debería disolverlo, aunque haya los mecanismos para hacerlo.

Pensaba en esto mientras miraba el tatuaje de Adriana. Quizá soy un purista, o algo anticuado, pero para mí el tatuaje es una institución que se debe respetar.

—¿Te hubieras casado con el tal Gus? —le pregunté a mi amiga.

—Sí, en su momento lo pensé —respondió.

—Entonces, ¿por qué cortaste con él?

—Porque no creía en el matrimonio —dijo.

Twitter: @anjonava

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