Del amor al odio también hay un paso

Del amor al odio también hay un paso / Foto: Thinkstock
Del amor al odio también hay un paso / Foto: Thinkstock

Es malo odiar y nadie lo discute, pero de repente nos topamos con individuos en nuestro camino que con el menor esfuerzo provocan este sentimiento. Hay veces que no han hecho nada en especial para merecer el desprecio que los rodea y su mera presencia o su tono de voz son suficientes para detonar un riguroso repudio hacia sus personas. Son entes cuya forma de ser choca con la propia.

El odio hacia un desconocido nace del prejuicio, de la falta de conocimiento y del miedo, y, como dije antes, está mal.

Lo que encuentro sorprendente es que estos sentimientos de aversión tan nocivos ocurran después de haber vivido otros radicalmente opuestos; que del disfrutar y amar se dé una transición hacia el sufrir y detestar. De lo fácil a lo imposible, del querer al aborrecer.

Por desgracia, en nuestras historias personales siempre hay un caso así. Algún amigo que se tornó en el peor enemigo, un familiar que dejamos de ver por completo, un viejo amor que no es más que un mal recuerdo en la bóveda de la memoria. ¿Qué pudo salir tan mal para provocar esta clase de emociones?

Un ejemplo podría ser el equivocarse al elegir una profesión. Los trabajos por los que he pasado me han dado mucho para reflexionar en la materia. No se trata de llevar mucho tiempo en un mismo sitio, tampoco del aburrimiento ni la rutina; es una cuestión de ya no creer en lo que haces. Cuando dejas de amar eso a lo que te dedicas, pero aun así lo sigues haciendo, al sentirte atrapado con la plena consciencia de que deberías estar en algún otro lugar. Cuando no se vislumbra otra alternativa y el gusto sucumbe por completo frente a la obligación. Ahí surge el odio.

Lo mismo ocurre en las relaciones, sobre todo en las largas. Se han formado lazos tan grandes entre las personas, que se convierten en el cable de ese par de audífonos que llevan días dentro de una mochila y que al sacarlos, forman una maraña tan compleja, que es mejor volverlos a guardar. Las relaciones que no evolucionan, provocan una distancia que se acentúa con el tiempo y que termina siendo una condena. Nadie puede amar una situación a la que es forzado realizar en contra de su voluntad. No existe una forma positiva de mirar un grillete.

La toma de decisiones —como estar al lado de una persona—, tendría que ser un proceso de constante escrutinio y evaluación. De pequeñas pruebas para determinar si el rumbo sigue siendo el correcto, las metas las mismas y los sueños compartidos. En caso de enfrentarse con una discrepancia, se debería tratar de aclarar y resolver, y de lo contrario romper con la relación antes de que ésta empiece a evocar frustración y enojo.

Partiendo de una base de amor, para llegar al odio se tuvo que pasar antes por una serie de heridas, de dolor, decepciones y rencor. El grado de éstas depende de cada caso, es específico y muy difícil de generalizar, pero, por lo que he podido observar, también tiene mucho que ver con la ignorancia. Con desconocer a la otra persona, de haberla idealizado y de atribuirle una serie de valores que nunca poseyó.

Al igual que ese desconocido que nos parece aberrante, aun sin conocerlo, la brecha entre el amor y el odio está la llena de desinformación. Aunque conceptualmente son opuestos, estos dos sentimientos son mucho más parecidos de lo que creemos y son inspirados por los mismos motivos.

La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿conozco lo suficientemente bien eso que creo que me hace tan feliz? Si no, podríamos terminar odiándolo antes de lo que pensamos.

Twitter: @anjonava

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