Amar es una decisión

Amar es una decisión / Foto: Thinkstock
Amar es una decisión / Foto: Thinkstock

Mi amigo Luis y yo esperábamos a que nos trajeran un par de sándwiches cuando le pregunté el estatus de su vida amorosa. No quise ser impertinente, solo trataba de encontrar un tema trivial para discutir mientras tanto.

—No hay tal —me respondió indiferente.

—¿Cómo? Si salías con alguien, ¿o no?

—Sí. Bueno…, más o menos.

—¿Entonces? ¿Cómo va eso?

—Va bien pero no es amor.

—¿Y tú quieres que sea amor?

—No sé —me dijo—. Además no está en mí decidirlo.

—Claro que sí —le contesté—. El amor es una elección.

En ese instante se acercó el mesero con nuestros sándwiches en un par de canastas. Luis me miraba como si yo acabara de decir algo cuya lógica fuera absurda e inverosímil.

—Explícate —me demandó al tiempo que le daba una mordida a su comida.

Lo hice. Le dije que yo creía que conforme uno conoce a las personas, descubre cualidades de ellas que, además de serle atractivas, se empiezan a convertir en una necesidad. También surgen defectos, algunos son tiernos y tolerables y otros tan aberrantes que encienden las alarmas para salir corriendo. Después de todo es información que analizamos a través de un proceso cognitivo. Una vez que se tienen suficientes elementos, se puede tomar la decisión de amarles o no.

Parece una contradicción, pero es verdad porque no hay nada más racional que el acto de elegir.

A diferencia de los seres humanos, el resto de los animales se conducen guiados por su instinto, sin jamás obtener conciencia del camino por el que optaron. El amor no es como el enamoramiento —en el que perdemos por completo la dimensión de las cosas y nuestras emociones y sensaciones desempeñan un papel fundamental—, y deja de ser una cuestión química para transformase en una preferencia.

El destinatario de nuestro amor no tiene que ser necesariamente otro ser humano; podemos amar a cualquier cosa o situación, sentir apego y afecto por mascotas, plantas, trabajos, comidas y sabores favoritos, lugares y, claro está, personas. De hecho entendí que el amar es una elección cundo era apenas un jovencito de 11 años, aunque viera remota la idea de encontrar una pareja o, incluso, formar una familia.

Sucedió una mañana de sábado. En ese entonces podía dormir 12 horas seguidas sin que ningún ruido las interrumpiera, y, tras una noche de sueño muy intensa y reparadora, al despertar tenía un nuevo grupo favorito. Había soñado gran parte de la noche con que era fanático de Guns N’ Roses, una banda de hard-rock a la que no le había puesto mucha atención hasta ese momento.

Urgido por encontrarle un significado a mi sueño, esa tarde fui a una tienda de discos y compré el casete de Appetite for Destruction. Llegué a mi casa, puse la cinta en el reproductor y me dejé seducir por el estruendo y arrebato de la música.

El sueño había sido un pretexto inconsciente, una vil casualidad o quizá una señal, pero aquella tarde decidí adoptar a Guns N’ Roses como una de las tantas agrupaciones que cambiarían mi vida. Su música rompió varias burbujas paradigmáticas y detonó la incipiente rebeldía que más tarde le diera la bienvenida a mi adolescencia. Sobra decir lo importante que fue en mis años mozos y cómo me acompañó durante este tiempo.

Con la pareja ocurre lo mismo, hay algo que nos gusta y nos seduce del otro, cualidades que entran por los sentidos, pero está en nosotros decidir para qué queremos a esa persona en especial. ¿Nos interesa que sea nuestro amante o nuestro amigo? También puede ser que nuestro objetivo sea amarla en toda la dimensión de la palabra. Si es el caso, hay que hacerlo sin esperar nada a cambio.

—Pero, ¿y sí él no me ‘quiere’ amar de regreso? —me preguntó Luis cuando acabamos de comer.

Amar es entregarse uno mismo independientemente de lo que espera el otro. El que te corresponda es su elección.

Twitter: @anjonava

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