Por qué lloramos de alegría

Siempre me he preguntado por qué, de todas las situaciones que suscitan el llanto, la felicidad es una de las menos frecuentes y al mismo tiempo, una de las más conmovedoras, contagiosas e inolvidables. Tal vez se debe a que el llanto de los adultos se ha sociabilizado de tal manera que sólo nos permitimos llorar cuando nos sentimos profundamente tristes, conmovidos o impotentes ante una circunstancia que nos rebasa.

El llanto es una respuesta evolutiva ante situaciones de impotencia o vunlerabilidad / Foto: Thinkstock
El llanto es una respuesta evolutiva ante situaciones de impotencia o vunlerabilidad / Foto: Thinkstock

Cuando somos niños es distinto, el llanto es una señal de alerta o de dolor. Conforme vamos creciendo, se convierte en signo inequívoco de frustración. Al llegar a la etapa adulta, los episodios de llanto se vuelven más escasos, ya sea porque contamos con herramientas para asimilar situaciones emocionales más complejas, o bien, porque hemos internalizado mecanismos de control y represión.

El mecanismo del llanto

Ante una sensación irreprimible de vulnerabilidad o impotencia, la visión se nubla, se forma un nudo en la garganta, luego viene el llanto y con él, los sonidos, el flujo de las lágrimas y de las emociones. Ese desahogo produce un alivio, al menos temporalmente. Luego nos sonamos la nariz y recuperamos el sentido de la esperanza. Y mientras eso ocurre, al interior de nuestro cuerpo se activaron una serie de mecanismos que, por más extraño que parezca, tienen que ver con nuestra evolución y supervivencia.

El llanto se activa gracias al sistema nervioso parasimpático, el mismo que se encarga de regular funciones vitales como la respiración, la actividad cardiaca y la digestión. Pero antes de que surja la primera lágrima, el sistema simpático estuvo bajo una intensa actividad. El sistema simpático es el encargado de hacernos reaccionar ante los peligros, un impulso que nos plantea solo dos posibilidades: escapar o pelear. Mientras el sistema simpático está funcionando, lo último que sentimos son ganas de llorar. Pero una vez que la situación se percibe como inafrontable, cuando ya no hay escapatoria, el sistema parasimpático entra en acción y se detona el mecanismo del llanto.

Ese llanto no es el mismo que limpia nuestros ojos cuando les entra una basurita, sino que está compuesto de diversas hormonas, como prolactina, adrenocorticotrópicos y leucin-encefalina (nuestro analgésico natural). La prolactina produce sensación de gratificación y vinculación con los otros. De ahí que cuando una persona nos ofrece un abrazo para reconfortarnos, las lágrimas fluyen sin esfuerzo alguno y nos sentimos largamente agradecidos por el gesto reconfortante. Los adrenocorticotrópicos, por su parte, son precursores de las hormonas del estrés, lo que explicaría por qué el llanto es una vía infalible para “drenar” las tensiones y el estrés físico o emocional.

Dentro de los tipos de llanto, los expertos han establecido distinciones. Se dice que hay un llanto “falso” cuando es similar a un berrinche; hay pocas lágrimas, mucha frustración y también represión, la persona está poco dispuesta a abrirse, posiblemente porque no se siente segura o porque ha interiorizado mecanismos de represión. El llanto dramático es una forma de manipulación o chantaje; quien llora se muestra tenso y herido con la esperanza de culpabilizar al otro o de forzar su atención. ¿Y qué hay de las lágrimas felices?

Lágrimas de felicidad

Lágrimas de alegría / Foto: Thinkstock
Lágrimas de alegría / Foto: Thinkstock

Pensemos en una situación típica: una boda. Los novios y sus familiares están realmente felices, sin embargo, la organización de la boda los ha tenido en una tensión constante durante semanas, incluso meses. El “gran día” llega como un aluvión de emociones acumuladas (a veces encontradas) y sumamente complejas. Por eso es que al dar inicio la ceremonia, la felicidad y la emoción del momento hacen que el sistema parasimpático entre en acción y es entonces cuando surgen lágrimas de gozo.

Es verdad que una boda es un ejemplo un poco extremo. Pensemos en otros momentos, quizás más íntimos, como cuando escuchamos música hermosa o vemos algo que nos conmueve. Si estamos solos o con personas de confianza, no reprimimos el llanto y nos entregamos de lleno a la dicha. Sin embargo, cuando hay extraños, tragamos saliva, respiramos profundo, incluso nos sentimos un poco ridículos. Y es que nos han dicho que el llanto es sinónimo de debilidad o flaqueza, y cuando se trata de una situación de felicidad, es cursilería o sensiblería.

Yo no comparto esa visión. Creo que si hay algo que nos ha hecho ser la especie que somos es la complejidad de nuestras emociones. Dice el filósofo Humberto Maturana que somos seres emocionales que usamos nuestra razón para justificar o negar nuestros deseos. En ese sentido, creo que las lágrimas de alegría son una gran oportunidad de aprendizaje. Por un lado, nos permiten establecer vínculos positivos sin que medie el lenguaje, las creencias o el estatus. Por otro, nos permiten vincularnos con nosotros mismos y descubrir cómo la vida está profundamente enraizada en eso que llamamos el espíritu, o simplemente, en cada una de nuestras células.

¿Cuándo has llorado de felicidad?

Twitter: @luzaenlinea

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