Cuando los problemas de amor son un problema para los demás

Exhibir las penas de amor presenta una de nuestras peores imágenes a los demás. / Foto: Thinkstock
Exhibir las penas de amor presenta una de nuestras peores imágenes a los demás. / Foto: Thinkstock

De todos los conflictos que un individuo cualquiera pueda tener, los que involucran el corazón —y no me refiero a los cardiacos, sino más bien a los románticos— tienen una urgencia impetuosa de ser compartidos. No importa si se está en la fila del supermercado o en una reunión con amigos, la persona a un lado se convierte en un extraordinario receptáculo. Es como si el contarle a alguien eso que lo está aquejando fuera a sanar más rápido las heridas o encontrar una solución al problema.

Cuando se trata de amor, desamor o todos los matices intermedios, la boca tiende a relajarse y ser monotemática. Se suele narrar una y otra vez lo mismo, sin excluir todos los detalles de por medio. Resulta irónico que esta acción se emprende con la esperanza de obtener de quien lo escucha algún tipo de consuelo, punto de vista relevante o consejo primordial, aunque pocas veces durante este estado de desolación se le pone atención a lo que alguien más tiene que decir. Son soliloquios interrumpidos únicamente por sollozos melancólicos.

Una de las principales pruebas a las que se somete la amistad es soportar los despechos del otro, y lo hacemos porque nosotros también hemos estado en la otra cara de esa situación. Haber sufrido un contratiempo sentimental de cualquier índole nos llena de solidaridad y lástima para alentar a quienes lo están viviendo en ese momento. Hay una especie de obligación moral que se rige bajo el cliché de “Hoy por ti, mañana por mí”.

La tecnología complicó aún más el sobrellevar las penas amorosas de quienes nos rodean. Las redes sociales se volvieron en el escaparate de los dolidos, plagándolas de frases inconexas, fragmentos con letras de canciones y mensajes crípticos que, sin estar dirigidos a nadie en particular, parecen volar llenas de ilusión por el ciberespacio como los globos que transportan las cartas de los niños para los Reyes Magos.

Aunque digan lo contrario, en el fondo, esos mensajes se escriben para que la persona que provocó el daño los lea, esperando que rectifique su decisión y corrija el rumbo a lo que alguna vez se tuvo —o se creyó tener—. El problema es que esa persona probablemente no los vaya a leer —y si lo hace, le parecerá irrelevante— y de todo eso sólo quedará un triste testimonio de un momento desesperado.

Con todo esto, no estoy sugiriendo que nos guardemos nuestra problemática amorosa, nos callemos y traguemos el dolor que estamos sintiendo, sino que aprendamos a modular y redirigirlas hacia otras acciones.

Exhibir las penas de amor no es productivo, además de que presenta una de las peores imágenes propias que podemos enseñarle a los demás. Es una representación de debilidad, que resulta en uno de los retratos menos sexys de nosotros mismos. Si lo que se busca es salir del bache sentimental, dejar de ser atractivo tampoco es el camino a seguir.

Detallar un problema amoroso es una buena forma de enfrentarlo, pero no debe de ser el único recurso que se vaya a implementar. Sumado a esto, lo más recomendable es olvidar la compasión y el reconocimiento que se le exige a terceros y encauzar esa energía para hacer cosas que contribuyan a fortalecer el estado anímico. No hay mejor aliento, porra o palmada en la espalda que la que se da uno mismo por hacer algo que siempre quiso.

Todos hemos pasado por una ruptura y hemos acudido a nuestros amigos para lloriquear de lo acontecido, pero si algo aprendí después de haberme dado varios frentazos es que en los momentos de mayor soledad mi compañía idónea era yo.

¿Qué te parece?

@AnjoNava

Si quieres compartir tu caso escribe a: anjo.nava@yahoo.com

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