Con la guardia arriba

Salvo sus sagradas excepciones, las mujeres odian la forma en la que los hombres nos enajenamos por los eventos deportivos. Apenas el sábado pasado muchas de las calles de México se vaciaron ante la transmisión de un maratón televisivo que constaba de varios de partidos de futbol y un par de peleas de box. En los restaurantes y bares se veía una escena repetida: por cada hombre inerte con la mirada fija en una televisión, había una mujer que la depositaba en la pantalla de su celular.

El box se asemeja a una pareja que está empezando a salir / Foto: Thinkstock
El box se asemeja a una pareja que está empezando a salir / Foto: Thinkstock

Ya he especulado antes el porqué puede darse este comportamiento tan polarizado. Independientemente del motivo de esta discordancia, he encontrado que, por algún motivo, las disciplinas atléticas hacen grandes analogías de vida y los deportes son una excelente manera de explicar las diferentes etapas por las que pasa una relación.

Por ejemplo, el box guarda un enorme parecido con una pareja que está empezando a salir. En ambos casos un par de desconocidos tienen un enfrentamiento cara a cara, con la diferencia que unos están parados sobre un cuadrilátero y los otros sobre tierra fértil para sembrar una relación. No se necesita ser ningún experto para entender las reglas de este deporte: se trata de dos peleadores que para atacar y defenderse durante una cantidad determinada de asaltos, deben estudiarse el uno al otro, analizarse y encontrar sus debilidades mutuas. El secreto para derrotar al oponente está en saber administrar la fuerza a lo largo de todos los rounds y elegir el momento óptimo para descargar su potencial completo, al tiempo que eluden y se resguardan de los embates del adversario.

Tal vez pueda no gustarnos, pero en el amor pasa lo mismo, sobre todo si los integrantes de una pareja que se está conociendo no han descubierto por completo sus verdaderas intenciones. Planean cada movimiento con anticipación, meditan profundamente si mandan o no un mensaje de texto, si toman una llamada, si responden a una entrada en Facebook. En resumen se cuidan igual que un pugilista lo hace en un combate. En el amor como en el box hay una estrategia de por medio; un plan para someter al otro y tenerlo a nuestra merced.

He escuchado tantas veces a tantas personas decir que odian el juego, que preferirían no jugarlo a la hora de salir con alguien, que les da flojera entrar en esas dinámicas y que las consideran no solo aburridas, sino infantiles y, a pesar de sus quejas, siempre terminan haciéndolo. El juego es parte de nuestra naturaleza. En todas las especies ocurre un rito de apareamiento y los seres humanos no somos la excepción.

Al aceptar esta parte, también hay una manera de sacarle provecho. Lo primero que le enseñan a un joven que va a aprender a boxear es ponerse en guardia. A cubrirse de los golpes que pueda lanzar el rival. En términos románticos significa no entregarse, ser escéptico y, por supuesto, no enamorarse. Se trata de mirar con la mayor frialdad posible la situación que tenemos frente y tratar de dilucidar si realmente está allí por diversión o es un daño potencial.

De igual forma, al mantener una disciplina y tener claro el objetivo a vencer, se puede precisar cuándo relajar la defensa, aunque esto no quiera decir que el juego haya terminado. Al decidir bajar los puños se alcanza el punto de mayor vulnerabilidad, porque al dejarnos de defender, la otra persona puede hacer con nosotros lo que le plazca. Pero si de verdad lo estudiamos y no permitimos que el romance nublara la misión de conocerla, entonces el riesgo debería ser mínimo. Este es el instante preciso en el que el amor hace su aparición, cuando se ha alcanzado un nivel de confianza suficiente para quitarse los guantes y esperar a que el oponente haga lo mismo.

Si no lo hace no importa, para eso se inventaron las revanchas.

Twitter: @AnjoNava

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