Cuando los padres exigimos demasiado

A ser papás no se aprende de un día para el otro. Por eso, es bien sabido que muchas veces en la etapa de crianza de los hijos nos equivocamos. La mayoría de las personas lo hacemos sin intención de lastimarlos, pero sin darnos cuenta de que también podemos hacerles bastante daño.

Por ejemplo, cuando les exigimos más de lo que ellos pueden o quieren dar. Es evidente que en el momento de hacerlo nos convencemos de que, de esa manera, los estamos ayudando. Pero, ¿qué tal si sucede lo contrario? ¿Qué tal si los perjudicamos? ¿Hasta dónde hay que presionarlos? Porque muchas veces sabemos que son un poco perezosos y necesitan un empujoncito. ¿Cual es el punto justo de la exigencia?

“La exigencia no es igual en todos los casos”, explica la especialista Felisa Lambersky de Widder, que es coordinadora del departamento de niños y adolescentes de A.P.A (Asociación Psicoanalítica Argentina). “Hay familias más severas en relación a sus ideales intelectuales o al temor al fracaso de sus hijos; y otras que prefieren verlos disfrutar  y suponen que ese estilo los hace más felices y creativos”. La especialista agrega que también hay padres que desean que sus hijos se realicen en todo aquello que ellos no pudieron, lo que genera un nivel de exigencia en los niños que a veces puede ser contraproducente. El problema es que no todos los chicos necesitan lo mismo, ni pueden responder de igual forma a las demandas de la educación. Por eso, antes que nada es indispensable averiguar hasta qué punto podemos presionarlos o pedirles ciertas respuestas. “Hay que poder reconocer las necesidades y potencialidades individuales. No todos precisan lo mismo ni pueden responder de igual modo a las demandas de la educación”, aclara Widder.

¿Y en la escuela?

Las instituciones también tienen mucho que ver con el nivel de exigencia. Hay escuelas más rígidas que otras en cuanto al nivel de información que tienen que manejar los menores. Pero la realidad es que no es del todo responsabilidad de la institución, sino de los adultos que elijen a dónde enviar a sus chicos.

Por otra parte, aunque a veces se dan cuenta de que ese niño no funciona bien en esa escuela, termina por ser la institución la que sugiere que lo mejor es cambiarlo de establecimiento. Cuando seguramente en otro ámbito el pequeño puede desenvolverse de una manera más feliz, natural y menos forzada.

¿Y cómo crecen los hijos a los que se les exige mucho? “Cuando un niño está presionado en exceso no lo puede decir y se esfuerza para responder a los deseos de los padres. En general, suelen sobreadaptarse a las situaciones. Muchos chicos responden bien y otros pueden enfermarse, lastimarse, sufrir accidentes o quejarse de dolores simulados. De todas maneras, estos síntomas denuncian su sobreadaptación y es una señal de alerta, porque quiere decir que el niño sufre”, dice la especialista.

Lo que muchas veces se preguntan los padres es hasta qué punto es bueno ponerse tan severo. Pero para la psicóloga no se trata de si es bueno o no, sino de registrar qué es lo más adecuado y qué es demasiada exigencia para cada niño. “Lo ideal es que los papás no depositen sus propias frustraciones en sus hijos, que no se proyecten en ellos. Lo mejor es ayudarlos a que puedan elegir en el camino de la duda y el cuestionamiento y guiarlos, sin dejar de escuchar sus deseos y necesidades”. Esto también se aplica cuando los chicos comienzan una actividad, ya sea deportiva o artística, que viene más del lado de los padres que de sus propias iniciativas.

Si son niños que se frustran rápido cuando algo no les sale bien, hay que explicarles que no tienen que angustiarse. Ayudarlos a pensar que todo aprendizaje demanda un esfuerzo y que después de que lo aprenda va a poder disfrutarlo.


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