El enojo, un viaje de ida y vuelta

En casa, cuando era niña, la única persona que tenía derecho a enojarse era mi padre y, excepcionalmente, mi madre cuando la hacíamos perder la paciencia. Pero el enojo era (y hasta la fecha es) una emoción inaceptable entre los hijos. Me costó muchos años de migrañas, gastritis y terapias comprender que el enojo guardado se convierte en una granada explosiva. Y si no la soltamos a tiempo, estalla en las manos.

El enojo guardado se convierte en una granada y si no la soltamos a tiempo, estalla en las manos / Foto: Thinkstock
El enojo guardado se convierte en una granada y si no la soltamos a tiempo, estalla en las manos / Foto: Thinkstock

El enojo, como cualquier otra emoción, tiene la función de sintetizar, en un solo impulso, una serie de creencias, aprendizajes y reacciones; es un indicador de nuestro estado afectivo. Si lo negamos, nos negamos a nosotros mismos; si lo dejamos que nos domine, el ser humano que somos desaparece detrás del instinto de destrucción. El enojo reprimido o incentivado se convierte en violencia y suele dejar daños irreparables. En cambio, cuando lo reconocemos y le damos el sentido que tiene, nos permitimos escuchar un deseo que necesita ser satisfecho.

Imagina que cada vez que hablas sobre algún logro, tu jefe lo minimiza y empieza a recordarte lo que deberías hacer para mejorar tu desempeño. Eso te enfurece. Una voz en tu cabeza te dice “no te enojes, no es personal”, pero en tu interior sientes el ruido de un tanque de guerra que se alista para disparar. Ese instante de aparente contradicción es el umbral donde todas las emociones se conectan y pueden transformarse. Puedes pasar de largo y abrir fuego, también puedes hacer como que no escuchas, aunque lo que sientes sigue ahí carcomiendo la relación. Otra opción, la más sana, quizás, es reconocer que lo sientes y aprender a transformarlo. Esa ira, esa furia, ¿qué dice sobre ti, qué necesidad está siendo ignorada, cuál de tus deseos está siendo negado? Debajo de ese enojo (y de casi todos) hay una necesidad de ser aceptado, respetado, reconocido y amado.

Debajo del enojo hay una necesidad de ser aceptado, respetado, reconocido y amado / Foto: Thinkstock
Debajo del enojo hay una necesidad de ser aceptado, respetado, reconocido y amado / Foto: Thinkstock

El ejemplo anterior no fue elegido al azar, es algo que me ocurrió con mi antiguo jefe. Solía engancharme y discutíamos de tal forma que se hacía imposible convivir. Un día hice lo que me recomendó mi terapeuta: cuando tu jefe comience con sus observaciones y se active el mecanismo del enojo, haz un ejercicio de empatía. ¿Suena extremadamente difícil? Sí, lo era, tomaba toda mi energía, pero al menos no me dejaba con la amargura posterior a la discusión.

 

De ida y vuelta

El ejercicio de empatía en un episodio de enojo es un viaje en dos pasos, un proceso de ida y vuelta que implica una serie de preguntas.De ida: ¿por qué mi jefe está diciendo eso, desde dónde habla? Y lo más importante: ¿qué necesidad está detrás de sus juicios y sus recomendaciones? Ahora entiendo que debido a su puesto y a su edad, sentía que tenía que cumplir con un rol específico y que necesitaba aportar algo a mi vida profesional. No me gustaba la forma, ni siquiera un poco, pero sé que detrás de ella estaba una intención correcta y genuina. El proceso de vuelta es un trabajo más profundo que sigo practicando: respiro profundamente (eso me ayudaba a tomar distancia de la situación y a conectarme con la emoción) y me pregunto “¿qué necesito?”.

Hacer un ejercicio de empatía es una manera maravillosa de resolver el enojo sin repirmirlo / Foto: Thinkstock
Hacer un ejercicio de empatía es una manera maravillosa de resolver el enojo sin repirmirlo / Foto: Thinkstock

Recuerdo que las primeras veces que me hice la pregunta en medio de una discusión no pude articular ni una palabra después; me di cuenta del enorme vacío que me hacía sentir la falta de reconocimiento. Luego me percaté que ese enojo surgía con la misma intensidad en situaciones similares, tanto de familia como de pareja. Gracias al enojo que me hacía sentir aquel jefe pude descubrir un vacío más antiguo y trabajarlo en terapia.

El enojo, como el miedo, tienen una función importante y no hay que juzgar si estamos sintiendo lo correcto o no. El enojo es una alarma que se enciende para que veamos una necesidad que no estamos atendiendo o una carencia que hemos soslayado. Una vez que las reconocemos, lo que sigue es la acción. Podemos aprender a pedir respeto de otra forma y desde un lugar más sereno y empático, y la ventaja más grande de ese proceso es que cuando uno sana sus carencias también está sanando la relación con los demás.

@luzaenlinea

 

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