Sexo oral: me gusta pero me asusta

Hace unos días mi amiga B me contó una experiencia muy personal. Iba a pasarlo por alto en el blog pero el tema ha reaparecido en varias conversaciones y reflexiones. El asunto es que B tiene un problema con el sexo oral. Puede hacerlo sin problemas y le gusta. Pero cuando se lo hacen se siente completamente expuesta y surgen todas esas inseguridades que creía superadas. No tiene que ver con la “destreza” de quien lo haga sino con una ambivalencia, algo entre miedo y placer.

El sexo oral, entre el placer y el miedo Foto: iStockphoto
El sexo oral, entre el placer y el miedo Foto: iStockphoto

He hablado con otras mujeres al respecto, lo he contrastado con mi experiencia y no se parece mucho a lo que B experimenta. Isabel, por ejemplo, dice que para ella es el mejor regalo que la vida puede hacerle: “Cuando veo que ese hombre maravilloso, guapo, inteligente, al que admiro y me admira, está ahí abajo disfrutando conmigo, pienso: soy una reina, me merezco todo el placer del mundo”. Valeria cuenta algo similar: “no importa si acabo de conocer al hombre o si es mi pareja de años, el sexo oral es uno de los pocos momentos en la vida en los que me abandono por completo. Mi mente se apaga, nada de lo que creo en la vida cotidiana es importante, sea una cuestión moral o un tema político; lo único que importa es lo que ese hombre me hace sentir sin que yo haga absolutamente nada, más que respirar, gemir y gozar”. Incluso mi amiga Carla, que se divorció y ahora está disfrutando su sexualidad con una mujer, confiesa que la boca de su amada le ha regalado los orgasmos más hermosos de su vida.

Cuando mi amiga B escucha este tipo de opiniones, su primera reacción es pensar que algo debe estar haciendo mal. Yo le he dicho que saque esa idea de su cabeza, que la experiencia sexual es tan distinta como distintos somos los seres humanos: hay quien prefiere el color morado y no le gusta el rojo, lo mismo ocurre con el sexo. Existen tantas combinaciones, posiciones, personas, olores, sabores y formas, que alguna de ellas puede resultarnos menos placentera que otras.

La pregunta que me ha dado vueltas en la cabeza es por qué si el sexo oral resulta maravilloso para muchas mujeres, a mi amiga B le produce una sensación ambivalente. O como dice la canción: “me asusta pero me gusta”.

Para B, el sexo oral es uno de los actos más íntimos que pueden ocurrir entre dos seres humanos. Por eso no lo hace con cualquier persona y sólo accede en contadas ocasiones. Para que ocurra, necesita sentir que el lazo de confianza y de cariño es muy fuerte, que tiene una conexión espiritual importante, pero sobre todo, que él se ha mostrado vulnerable en algún momento.

El miedo de mi amiga B es comprensible. Ambas hemos escuchado historias horribles sobre hombres que destruyen el autoestima de las mujeres refiriéndose de forma obscena u ofensiva al respecto de su sexo. Eso me lleva a pensar que, de cierta forma, ese miedo está enganchado con un asunto de poder. El feminismo y la pornografía han hecho que muchas mujeres se sientan a gusto con sus cuerpos y, por lo tanto, más dispuestas a experimentar activamente. Al mismo tiempo, el deseo de muchos hombres sigue moviéndose en función de vulnerar a la mujer, en llenarse de adrenalina al sentir junto a su cara los muslos temblorosos de una chica.

Sé que mi amiga B no es la única que siente esa ambivalencia al respecto del sexo oral. Estuve leyendo algunos foros y vi un par de documentales sobre el tema, y lo que encontré fueron miedos similares, muchos de ellos relacionados con el temor que sienten muchas mujeres a que su sabor o su aroma sea tan fuerte que el hombre las rechace. Ese temor se remonta a siglos de patologización de la genitalidad femenina. Desde la religión medieval, pasando por la ciencia y hasta la moderna industria cosmética, las instituciones de la moral machista se han encargado de hacernos sentir que hay algo “malo” o “desagradable” en nuestro sexo. La publicidad de los productos de “higiene femenina” son el mejor ejemplo de esta patologización, por lo demás, infundada y abusrda.

Entiendo que la única clave para disfrutar cualquier acto sexual es saber lo que uno desea y pedirlo. Y en el caso del sexo oral, tal vez lo que mi amiga B necesita no es "liberación" sino tiempo para generar un vínculo, tiempo de intimidad previa, confianza, confesiones a corazón abierto, que el otro sea tan generoso y honesto que su autoestima no se sienta en peligro. Si no, dice B, “lo único que puedo percibir es un temor inmenso, un mareo, como cuando uno se asoma por el quinto piso y siente que va a caerse”.

Mucha gente puede considerar al sexo oral como parte de las acrobacias, un paso más en la coreografía de los cuerpos, una manera más de satisfacer dos deseos o de hacerlos más grandes. Para B, como para muchas mujeres (entre las que me incluyo), la conexión con el otro es fundamental. Y esa conexión no es sinónimo de amor ni de promesas a perpetuidad, sino de confianza, cuidado y un mínimo de cariño mutuo.

¿Les ha pasado algo similar? ¿Cuál ha sido su experiencia?

Twitter: @luzaenlinea

Quizá te interese:
El tabú de la menstruación
Viajes y sexo
Miedo a la intimidad sexual