La inteligencia sensible

Las personas que más admiro en la vida son aquellas cuya inteligencia está impregnada de sensibilidad. Es decir que la fuerza que guía sus reflexiones y descubrimientos no es un saber acumulativo sino compasivo y conectivo. Eso que yo llamaba la inteligencia sensible, ha sido definido recientemente como “cerebro sensible”.

El cerebro sensible es como un músculo capaz de crecer y desarrollarse.
El cerebro sensible es como un músculo capaz de crecer y desarrollarse.

En términos muy básicos, un cerebro insensible o negativo podría describirse como una mente rígida, cerrada y predecible. Un cerebro sensible y positivo sería aquel que se mantiene flexible y abierto a nuevas conexiones que amplían sus posibilidades de sobrevivir y adaptarse. Pero ojo: lo positivo no se refiere a un optimismo vacío y artificial de los motivadores profesionales, ni a una serie de gestos “festivos”, como los que hacen los conductores de televisión hiperventilados. La idea de lo positivo se refiere a un motor interno que nos mueve hacia el autoconocimiento, la construcción de vínculos a partir de la cooperación y la búsqueda del equilibrio.

La teoría cognitiva señala que el pensamiento precede a la acción, mientras que la teoría del aprendizaje afectivo dice que la emoción precede al pensamiento. Parece que casi todos hemos crecido bajo el primer esquema. Que yo recuerde, desde que entré a la escuela primaria hasta mi primer año de universidad, sólo un profesor se tomó el tiempo de orientarnos para conectar nuestras emociones con nuestras ideas y usar esa conciencia para elaborar conceptos o guiar nuestros proyectos. Me pregunto cómo sería este mundo si la educación en la escuela o en la casa estuviera orientada en esa dirección.

La Doctora Patty O'Grady, profesora y autora de libros sobre educación, explica cómo podemos integrar emoción y pensamiento a partir de siete prácticas diarias que potencian el aprendizaje afectivo.

1. Dale prioridad a las emociones. Explora las emociones que cada discusión o reflexión detonan en ti. Las emociones son la respuesta neuronal más básica, una especie de filtro que activa la comprensión y potencia distintas competencias de aprendizaje útiles para la vida diaria.

2. Involucra tus fortalezas. La fortaleza emocional, también conocida como inteligencia emocional, determina la capacidad de resiliencia y permite alinear nuestras habilidades y afectos para manejar situaciones complejas e incluso decisiones que implican dilemas éticos.

3. Proyecta las posibilidades. De acuerdo con la neurociencia, nuestro cerebro está diseñado para el optimismo; aprender a construir, analizar y validar situaciones con base en nuestra experiencia evita que caigamos en la disonancia afectiva, es decir, la sensación de que nuestro sentir está en conflicto con la realidad.

4. Activa la memoria positiva. El cerebro gestiona una cantidad inmensa de recuerdos, muchos de ellos alojados en otras partes del cuerpo. Si aprendemos a evocar las memorias positivas y las asociamos con nuestras experiencias diarias, podemos convertir conocimientos, que antes sólo eran intuitivos, en ideas y comportamientos conscientes.

5. Motiva la narrativa personal positiva. “Eres lo que crees que eres.” Si has aprendido a definir tu identidad a partir del fracaso, la carencia o la victimización, tu cerebro estará predispuesto a interpretar el mundo bajo la mirada del pesimismo. Así, cuando estés ante una situación de éxito o abundancia, no sabrás qué hacer. Transformar nuestra historia personal en un proceso de aprendizaje positivo y constructivo nos orienta y predispone a situaciones constructivas.

6. Desalienta el miedo. El temor es la raíz emocional y social del fracaso; numerosos estudios han mostrado que las sustancias que se liberan en una situación de peligro o amenaza inhiben el aprendizaje, nos enferman y aíslan. La motivación externa no funciona si nuestra mente no se siente a salvo. Para aprender a confiar en lo que sentimos es necesario reconocer y validar nuestras emociones de manera consciente.

7. Propicia que todo fluya. Si algo despierta tu curiosidad, no cortes ese impulso y date el tiempo de investigar. El cerebro es un órgano ávido de aprendizaje, su vitalidad depende de las nuevas conexiones que construyamos, ya que éstas remplazan a los patrones de pensamiento que ya no funcionan.

Las recomendaciones de O'Grady están enfocadas para que los maestros las usen en las aulas, pero tienen un gran potencial para la vida diaria. Cultivar la sensibilidad es fundamental en un mundo que insiste en convertirnos en individuos competitivos e hiperracionales. Conectar y validar lo que sentimos no nos hace más vulnerables; por el contrario, nos hace fieles a nosotros mismos, nos ayuda a poner límites en función de lo que realmente somos, no de lo que otros dicen que debemos ser.

@luzaenlinea

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