Confiar en una misma

Uno de los grandes temas en la vida de una mujer es la confianza en sí misma. Desde muy temprana edad y desde casi todos los flancos hemos recibido creencias acerca de nuestra supuesta insuficiencia. Figuras como “el sexo débil”, “la histérica”, “la exagerada” o “la mujer fatal” resumen esta concepción de la mujer como un ser incompleto, falto de fuerza, de seguridad, de inteligencia, incluso de autoestima.

Uno de los grandes temas en la vida de una mujer es la confianza en sí misma / Foto: Thinkstock
Uno de los grandes temas en la vida de una mujer es la confianza en sí misma / Foto: Thinkstock

Durante muchos años me sentí así, asumí que si esas ideas estaban en el aire es porque eran ciertas. Tuve que llegar al límite de mi frustración y acumulé una gran cantidad de fracasos e inseguridades para comprender que todas esas ideas no eran más que un sistema de creencias (intercambiables por otras), pero que si yo las asumía como verdaderas terminaría por repetir el destino de otras mujeres y me relacionaría con otros desde el lugar de la carencia, sintiéndome eternamente incompleta, fallida, necesitada de un hombre o de una serie de instituciones que aprobaran lo que soy.

Estas ideas y sentimientos no son exclusivos de las mujeres. Sobre todo en América Latina, gran parte de los hombres heterosexuales se ven obligados a exacerbar sus rasgos agresivos y a ocultar su sensibilidad para que su masculinidad no se vea cuestionada. Sin embargo, a fuerzas de alejarse de sus emociones, terminan por desconectarse de una parte fundamental de sí mismos. Este sistema de creencias opera en el inconsciente colectivo, es herencia de una tradición política y religiosa que considera quetodo ser humano, por el simple hecho de nacer, está en falta, que tiene una deuda eterna con quien le dio la vida, que es incompleto e imperfecto, que no tendrá acceso a la felicidad a menos que haga sacrificios enormes y pague sus culpas y las de otros.

Muchos hombres exacerban sus rasgos agresivos para que su masculinidad no sea cuestionada / Foto: Thinkstock
Muchos hombres exacerban sus rasgos agresivos para que su masculinidad no sea cuestionada / Foto: Thinkstock

Todo esto se manifiesta en nuestra vida cotidiana de muchas formas: como no tenemos confianza en lo que somos, damos a otros el poder de decidir por nosotros lo que nos conviene, los otros tienen no sólo el derecho sino la obligación de aprobarnos e incluso de completarnos y proveernos aquello que, por cuestiones históricas y personales, ya no sabemos producir para nosotros mismos. Desconfiamos del instinto, de la intuición, de los sentidos, de las emociones y de todas esas herramientas básicamente humanas. Tanto así que desdeñamos nuestros propios aprendizajes en busca de lo que otros consideran la perfección y que no es más que la fantasía de alguien más (una fantasía que, por cierto, también fue elaborada desde la carencia, la desconfianza y la insuficiencia).

 

Pequeños grandes maestros

Los mejores maestros de la vida son los niños / Foto: Thinkstock
Los mejores maestros de la vida son los niños / Foto: Thinkstock

Los mejores maestros de la vida son los niños, sobre todo antes de que empiecen a hablar y a reproducir las ideas de los adultos. Ellos no saben de perfección ni de fracaso, no reflexionan semanas para dar un paso, simplemente lo dan y cuando se caen, se levantan. Lloran un poco, es cierto, pero no convierten el dolor en una tragedia. Los pequeños –aún en condiciones que para los adultos urbanos y occidentales serían catastróficas– siguen su instinto de vida, confían en lo que sienten, siguen el llamado de su curiosidad, demuestran su afecto sin pensar en el juicio, no temen equivocarse porque el ensayo-error es la vía con la que se abren paso en el mundo.

Los niños no necesitan lecciones o sermones, sólo límites claros para no hacerse daño o hacerle daño a otros. Los adultos que crecimos en el esquema de la falta o la insuficiencia, tenemos la oportunidad de recuperar la confianza perdida a través de los pequeños. ¿Cómo? Observándolos y acogiendo sus aprendizajes desde el lugar de la completud y la perfecta imperfección humana, es decir, desde la compasión por nosotros mismos.

Los niños más pequeños me recuerdan que...

  • Que está bien intentarlo y fallar, porque no estamos aquí para “ser perfectos” a ojos de los demás o de nosotros mismos, estamos vivos para aprender.

  • Que si los demás no están de acuerdo conmigo también está bien; cuesta trabajo aceptarlo pero es la única forma en la que puedo respetar y dar a respetar mi punto de vista.

  • Que es necesario defendernos cuando alguien nos falta al respeto y que esa defensa no siempre requiere violencia, tiene mucho de astucia, sentido del humor y negociación.

  • Que está bien hacer preguntas, muchas, las que sean necesarias, y que cuando se hacen preguntas desde la genuina curiosidad, el aprendizaje llega sin esfuerzo.

  • Que la experiencia de los demás puede ser enriquecedora, siempre y cuando la ponga en contraste con lo que yo he aprendido en la vida a través de mis propias búsquedas.

  • Que la gente no tiene que amarnos instantáneamente. De hecho, está bien aprender que cuando nos rechazan no se termina el mundo; cuando una posibilidad se anula, se abren otras, tantas y tan incontables que el universo se convierte en un lugar asombroso.

  • Que está bien tener miedo porque el temor nos enseña a construir nuestros propios límites. Y también a vencerlos cuando es necesario.

La confianza para una mujer adulta es una práctica diaria que implica renunciar a muchos esquemas de pensamiento que están tatuados en los recovecos de la conciencia. Ganar confianza, al principio, es un ejercicio de incomodidad, porque una mujer que confía en sí misma equivale, para muchos, a una confrontación, pues no somos lo que otros esperan y no pueden meternos en uno de los tres criterios (la p*ta, la loca, la santa) que ofrecen los estereotipos.

Aprender a estar cómoda con la incomodidad de otros sin entrar en conflicto es parte del ejercicio. La confianza se construye siendo autorreferente, aprendiendo a distinguir los pensamientos propios y los heredados, los juicios que nos hacen crecer y los que nos destruyen, la gente con la que podemos compartir aprendizajes y la que nos anda buscando para despertar a los demonios de su drama; aprendiendo a confiar en la intuición y en los sentidos, en lo que nos dice la naturaleza y lo que percibimos cuando miramos a alguien a los ojos. Y sí: para ganar confianza hay que lanzarse a lo desconocido sabiendo que no vamos a ganarle a nadie. Es más: vamos a fallar hasta que aprendamos lo que nos toca aprender, porque en esa falla está la posibilidad de fortalecernos, completarnos y encontrarnos a nosotras mismas.

@luzaenlinea

 

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