Alejandra Espino: historietista

Las expresiones artísticas son reflejo del espíritu de su tiempo, y en los últimos años, éstas han sido una plataforma de reflexión que permite visibilizar nuevas preguntas acerca de la identidad femenina y los roles de género. Particularmente, el trabajo de la ilustradora Alejandra Espino ha llamado mi atención desde que lo conocí, no sólo por el talento de Alejandra al usar la acuarela y la tinta china, sino también por su estilo y la perspectiva con la que aborda las cuestiones de identidad.

Ilustración cortesía de Alejandra Espino
Ilustración cortesía de Alejandra Espino

Buena parte del trabajo de Alejandra puede verse en su cuenta de Instagram o en su blog, donde sube avances de su novela gráfica, así como bocetos y ejercicios. Sus retratos en particular han tenido una evolución muy interesante en los últimos dos años. Gracias a la síntesis y la precisión que han logrado sus trazos, la expresión y la singularidad de sus personajes salta a la vista. Más que dibujar o ilustrar, Alejandra Espino construye personajes con profundidad psicológica e identidad propia.

Nacida en la Ciudad de México, Alejandra estudió dos carreras, Historia del arte en la Universidad Iberoamericana y Artes plásticas en La Esmeralda (INBA), y aunque ha laborado en galerías, su trabajo creativo no se nutre de la llamada alta cultura. “Mucha de nuestra educación sentimental viene de la cultura pop”, me cuenta en entrevista, “soy gran consumidora de series, música y películas, y entre más pasa el tiempo, más confirmo que muchas de las reacciones que tenemos en la vida las aprendimos en las películas; ideas sobre cómo debe ser un hombre o una mujer o una familia ‘de verdad’ vienen de las telenovelas; esos discursos dictan formas de resolver los conflictos… Y por eso terminamos aventando platos”.

 

Historias por contar

A inicios de 2014, Alejandra publicó en la revista Tierra Adentro “ Rapsodas entre nosotros”, una tira que causó cierta polémica, pues la protagonista es una chica que comporta como nadie esperaría que lo hiciera. Sin hacer juicios morales y recurriendo al sarcasmo, Alejandra muestra algo que muchas mujeres desean hacer pero que no atreven a admitir porque, de hacerlo, su calidad moral sería cuestionada.

 

Como autora, Alejandra está interesada en elaborar personajes que se desmarquen de eso que “debiera ser” lo femenino. De hecho, está trabajando en una novela gráfica al respecto. Se trata de una ficción ambientada en la Ciudad de México en la década de 1920. La protagonista es una mujer que quiere ser muralista, pero se ve confrontada por un ambiente artístico predominantemente masculino, “tanto que incluso en el manifiesto de los muralistas queda explícito eso de ser viril”, aclara Alejandra, “porque el muralismo exige cierta destreza física, pero a diferencia de otras actividades controladas como el tenis, ese tipo de destreza artística no era considerada apta para las mujeres en aquella época”.

La protagonista de su novela, como la mayoría de los personajes de sus retratos, queda al margen del discurso del “gran arte”, y aunque pareciera ser una desventaja, esa posición también les permite ver el mundo desde un punto de vista que no logran abarcar los grandes discursos. Estas figuras marginales, que para muchos podrían ser inventadas, “seguramente sí existieron, pero nadie nos ha contado acerca de ellas”, señala Alejandra, quien durante sus investigaciones se ha encontrado con que las mujeres siempre han hecho más cosas de las que nos cuenta la historia. “Cuando te enteras, por ejemplo, de que la primera mujer piloto en México obtuvo su licencia en la década de 1930, se abren opciones para que una mujer redefina su identidad”. Y es que para esta ilustradora de 35 años, el mejor arte es el que ofrece posibilidades de mundo y de vida.

 

Incómodas e imperfectas

Para Alejandra Espino la historia cultural del siglo XX carece de historias de mujeres. Según ha comprobado en sus investigaciones, hasta antes de 1950 había más posibilidades para una mujer, más oficios, más apertura, pero al terminar la Segunda Guerra, la mujer tuvo que volver a la casa a ser el ama de casa perfecta, y esto significó una pérdida de libertad; después del feminismo de los años 60 y la liberación sexual, vino otro retroceso en los años 80, donde se polarizó la división de género, algo inédito en la historia que incluso se ve hasta en las caricaturas “para niños” y “para niñas”.

“En los años 80 crecimos con pocos personajes femeninos que salieran del estereotipo del rosa, por eso en mi trabajo quiero mostrar que hay otras formas de lo femenino”. Eso también explica su afición por series norteamericanas como How to get away with murder, donde aparece una protagonista femenina muy alejada del “deber ser” de ciertos feminismos, que consideran a la mujer moralmente superior. “Me atraen los personajes femeninos que son mujeres irredimibles, imperfectas e incómodas, porque dejas de verlas como mujeres y las ves como personas complejas”.

Alejandra Espino tiene una relación conflictiva con el feminismo, pues más que respuestas, le suscita más y más preguntas: “es un filtro que me ayuda a cuestionarme, pero a veces no me alcanza, a veces el discurso se cae porque no tolera que una mujer sea una persona compleja (con todo y lo ‘malo’); entiendo que las mujeres la hemos tenido peor que los hombres históricamente, pero no siento que el feminismo nos pueda abarcar”.

"El discurso que Emma Watson dio en la ONU me pareció limitado y superficial", responde Alejandra cuando le pregunto sobre su visión del feminismo actual. “¿Por qué tenemos que seguir diciéndole a la gente que somos personas? Es 2014, ¿por qué una chica guapa y joven tiene que venir a decirnos otra vez que el feminismo no da miedo? Creo que tenemos que empezar a decir otras cosas, por ejemplo, que hay implicaciones sociopolíticas en todas las desigualdades. Es lindo el discurso, pero no sirve en una realidad donde dos adolescentes matan a una chica que les ganó en un concurso de hiphop”, concluye.

 

Lo femenino: múltiple y universal

Alejandra Espino no se identifica con el oficio de artista ni de historiadora del arte: “Me considero historietista porque es un género donde los límites entre disciplinas no están definidos, es un híbrido que me permite trabajar con libertad”. Alejandra, quien recibió en 2012 una beca de creación artística (FONCA), considera que sus objetivos son similares a los de otros ilustradores de su generación de becarios, sin embargo, encuentra que sus búsquedas tienen gran afinidad con historietistas como Jessica Abel, norteamericana avecindada en México y autora de La pérdida; Power Paola, autora de Virus Tropical, que en su comic autobiográfico de estilo casi punk, explora una feminidad muy particular; e Inés Estrada, quien se dibuja desde “una identidad no domesticada, sin filtro, sus historias son tremendamente liberadoras”, dice Alejandra.

Ilustración cortesía de Alejandra Espino
Ilustración cortesía de Alejandra Espino

Su predilecta, sin embargo, es Molly Crabapple, a quien describe como una artista todo terreno: “Ella dijo algo que me marcó: ¿por qué una historia de guerra se considera universal y una historia de tomar el té se considera algo de nicho? Molly Crabapple afirma que su universalidad es femenina; y al igual que ella, para mí lo universal es femenino, porque lo femenino tiene muchas posibilidades”. Y eso es precisamente lo que se puede percibir en el trabajo de Alejandra Espino, cuya perspectiva elegida le permite imaginar historias de gente que no es la gran estrella sino que está al margen, donde se están gestando todas las identidades posibles.

@luzaenlinea

 

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