Trasnoches en el auto

El viernes me cayó la maldición. Nuevamente en el auto de trasnoche por mi hija. Para introducirlos un poco más en el tema. Los padres estamos organizados en una especie de cadena, de manera que seguimos un orden para turnarnos en esta pesadilla de las vueltas del baile. Sin embargo, la cadena se rompe y se reorganiza en forma permanente porque no siempre son las mismas las que salen.  Pero, qué pasa. Mi Dulcinea está anotada en todas, entonces me clava siempre. Yo soy algo así como el cuerpo permanente del grupo de auto, la socia vitalicia.

Pero no es sólo el fin de semana. Depende de mí también para la compra del planisferio, las fotocopias y la depilación (como para que tengan una idea del abanico). Entonces cuando me quejo  de mi ineludible puesto de chofer, ella siempre me dice: Y bueno, no es mi culpa que vivamos aquí. Podríamos mudarnos a un lugar donde pueda usar mis pies para movilizarme..

A lo que yo le respondo: Justamente, si necesitas de mí para todo, ten un poquito de consideración. ¡Deja pasar unaa!, le ruego.

Pero no hay caso. Todo en la vida se mide según los zapatos en los que estés parado. Sin embargo, debo confesar que esta dependencia vehicular tiene al menos una ventaja. Me concede a mí más ojos y control sobre sus movimientos. Como que inevitablemente sigue estando bajo mi órbita un ratito más.

Volviendo a mi viernes fatídico. Cuando el despertador suena, siempre creo que hay que ir al colegio. Me cuesta unos segundos registrar que ¡son las 4 de la mañana, y que tengo que salir de mi tibio lecho para manejar! Me refresco la cara, arreglo mis pelos, me calzo la bata y unas pantunflas multiuso y salgo a cumplir mi condena.

Cuando llego a destino ya estoy fresca como una lechuga y solamente quiero charlar, como si la circunstancia de estar en ese auto a esas horas me convirtiera en un par más de la noche.

-Y chicas, ¿que tal la fiesta? ¿Estuvo buena? , pregunto súper animada.

Ante el silencio imperante, miro por el espejito y veo a todas en posición de sueño. Sí, estuvo buena, murmura alguna que siente el peso de mi interpelación. Pero, mi hijita, la muy agradecida de mi hijita me corta en seco: Mamá, por favor. Estamos muertas. Déjanos dormir hasta llegar.

Ahí es cuando quiero despertarla a sacudones y darle una lección de educación básica. ¡Nenita, no ves el esfuerzo que estoy haciendo y encima le pongo onda!¡ Tú eres la que estuvo bailando hasta recién querida! ¡Yo estaba feliz en mi cama!

Pero no puedes descargarte delante de todas. Entonces disimulando tu ira y tu impotencia le digo -Gordita, yo también quisiera estar durmiendo. Y estoy acá por  tus amigas y por ti, pura y exclusivamente. Entonces mínimo charlemos, porque no soy un chofer ¿entiendes? Y le lanzas esa mirada furibunda llena de contenido que ella tanto conoce.
Pero a ella no le importa nada, ni tu sueño, ni tu esfuerzo, y menos que menos tus ganas de hablar. Ni siquiera le tiene miedo a tu cara desfigurada de bronca.
Mañana te juro que te cuento todo, promete como si estuviera anticipándote un premio y con eso lograra por fin garantizar que te calles de una vez.
Y lo logra. Termino prendiendo la radio y retomo la vuelta en silencio.

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