Cuando allano su cuarto

Entrar al cuarto de mi hija es como hacer un allanamiento. Me hace falta el chaleco antibalas nomás.
El cuarto siempre está oscuro, con miles de lucecitas que titilan intermitentemente de alguno de los tantos dispositivos electrónicos conectados. Por lo general, entro para decir una cosa, y termino gritando otra. Es que es imposible recordar el motivo inicial de mi charla cuando me topo con ese escenario de guerra. Todos mis sentidos se ven impactados con tan solo entornar esa puerta infernal.
Con mi entrada se hace la luz. Entre las penumbras alcanzo a ver restos de comida, vasos y platos por doquier, ropa tirada en cantidad, rastros de barro seco en el piso. Y ahí empiezo con mi perorata.
Es imposible llevarme bien con mi hija adolescente si tengo que aleccionarla por cada cosa que hace.  Realmente resulta impracticable contenerme, aunque trate y trate. La psicóloga una vez me dijo una frase clarificadora al respecto: Elige tus batallas. No pelees por todo.
Pero yo siento que todas las batallas son válidas y relevantes. Soy incapaz de priorizarlas, y soy incapaz de controlar mis impulsos cuando veo casi hormigas en su mesita de luz, toallas húmedas por el piso, la ropa transpirada hecha un bollo en el ropero…
Entonces entro y empiezo…
¿Cómo no te da asco vivir así?? Te aviso que nadie va a poder convivir contigo por más amor que te tenga. Eres una roñosa. ¡Levanta esto, ordena lo otro, limpia aquello, arregla…!
Ella: Después lo hago mamá… ¿Para qué entras a mi cuarto? ¿Para insultarme por todo cada vez? ¿No te sale nada bueno nunca de la boca?
Y es verdad. No me sale nada bueno nuncaaa. ¡Pero no es justo! Porque yo había entrado por un tema x, pero no sale nada bueno si para acercarme tengo que ir sorteando un arsenal de ítems desperdigados por el suelo. Porque giro mi cabeza y todo lo que veo, pero todo, es digno de mi malestar.
Yo: Esta camiseta que tienes ahí tirada me salió un ojo de la cara. Ni siquiera cuidas  la ropa buena, porque no la pagas y todo te importa tres bledos.
Me acuerdo cuando yo era chica, mi mamá tenía una metodología muy exasperante para hacerme ordenar mi ropero. Ella entraba, estiraba sus brazos sobre los estantes, y me tiraba toda la ropa al piso. Ahora vas a tener que ordenar, me decía plácidamente.  La impotencia era tal que me hervía la sangre. Y yo ordenaba porque no me quedaba otra.
Yo nunca le hice eso a mi hija, pero tampoco logro que ordene nada. Y si lo hace, es después de una catarata de gritos e insultos mutuos.
Este episodio se repite cada vez que ingreso a su territorio. Y lo más triste, es que cuando sale de sus fronteras, surgen nuevos reclamos. Continuará….

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