¿Podrías medir el amor?

Medir el amor dispararía una serie de criterios aritméticos para prolongar o no una relación.
Medir el amor dispararía una serie de criterios aritméticos para prolongar o no una relación.

El algún momento se creyó que se había logrado inventar el aparato que podría medir la intensidad afectiva. Se propagó que el creador de dicho dispositivo era un ignoto fisiólogo de origen austríaco llamado Hevelius Prandl. El artefacto para calcular la actividad del amor había sido bautizado como “erómetro”.

Hubiera sido interesante, de haber sido cierto el relato, contar con la tecnología necesaria para que, basándose en la temperatura corporal y la presión sanguínea, se pudiera estimar en una escala de 0 a 10 la potencia del amor entre dos individuos.

De hecho, frases tales como “Te quiero un montón”, “Te amo hasta el infinito”, “Te adoro hasta la luna, ida y vuelta”, tendrían un asidero científico. Y lo que hubiera sido más atractivo aún: serían mensurables. Esta condición le concedería verosimilitud a los dichos de un enamorado. Los mentirosos y embusteros quedarían al descubierto con la primera medición. Los exagerados y farsantes serían desenmascarados de inmediato. Y sería documentada tal circunstancia.

El cariño entre amigos se contaría entre el valor 1 y el 4; el afecto entre hermanos, por ejemplo, sería de 5, 6 o 7 puntos; y el estado de enamoramiento se señalaría con un 8, un 9 o un magnífico 10. El puntaje máximo garantizaría pasión absoluta, embelesamiento perfecto y devoción extrema.

A propósito de ello podrían ocurrir algunos diálogos en la pareja, de este estilo:

— Lucía, desde que te conocí no he tenido ojos para otra mujer. Mi amor por tí es inconmensurable y se siente aquí, en el pecho…

— ¡Pero eso no es lo que indica el erómetro, Gustavo! Con la marca clavada en 5 puntos, no creo que pueda confiar en tu honestidad de sentimientos. Puedes marcharte.

La posibilidad de medir el amor con algún grado de precisión dispararía una serie de leyes matemáticas y criterios aritméticos que tendrían la finalidad de prolongar o no una relación, de acuerdo con el valor numérico que entregase el dispositivo. Los individuos con baja calificación se pondrían en cuarentena preventiva. Si al cabo de unos días el valor no se elevara, se podría decretar legítimamente la expiración del amor y los interesados recibirían un certificado que acreditase la medición. El resultado expedido dejaría sin efecto la relación con una causa fundada.

Por supuesto, que tanta exactitud podría ocasionar efectos no deseados, colaterales. En algunos casos impediría el progreso adecuado de situaciones románticas tan elementales a la hora de hacer crecer el amor entre dos personas.

¿Qué sucedería con la fantasía, el flirteo y el azar del flamante idilio? ¿Qué sería del amor sin la anarquía del romanticismo entonces? Por suerte, la idea del erómetro no pudo prosperar y así convertirse en un elemento más de medición, similar a todos los que intervienen en nuestra vida cotidiana. Podríamos decir que ha triunfado la cualidad frente a la cantidad, o sea que el fenómeno del amor debe tenerse en cuenta en términos cualitativos y no cuantitativos.

Ninguna función algebraica puede reemplazar a una mirada, una caricia, una palabra pronunciada en el tono y momento oportuno.

No se puede medir matemáticamente la capacidad de amar, pero sí podemos darnos cuenta cuándo una persona nos ama, aunque no lo haga de modo explícito. Hay distintas maneras de decir “Te amo”, como cuando nos dicen:

— ¿Estás mejor?

— Me estaba acordando de ti.

— ¡Qué linda tu nueva foto!

— ¿Cómo amaneciste hoy?

— Tienes las manos heladas.

— Preparé algo para ti.

— Te extraño. Todo el tiempo.

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