La delgada línea entre conocer y presentarse

La delgada linea entre conocer y presentarse / Foto: Thinkstock
La delgada linea entre conocer y presentarse / Foto: Thinkstock

Hay personas que pasan su vida buscando pareja y cuando por fin la encuentran, desarrollan un pasatiempo bastante molesto: en lugar de poner la atención que merece su relación, pareciera que el haber encontrado a alguien con quien estar las hace sentirse moralmente obligadas a hacer lo mismo por el resto de sus conocidos solteros. Así emprenden una misión de encontrarle pareja a cada uno de ellos, como si se tratara de la máxima acción altruista.

Por lo general el fenómeno ocurre en esas parejas que ya tienen algunos años juntas. Disfrazan el juntar a dos desconocidos con el hecho de quererlos ayudar, cuando en realidad están cometiendo un acto egoísta y engreído al querer arrastrarlos al mismo estado al que ellos pertenecen; porque si han de vivir de una forma en particular, la gente que los rodea los debe de acompañar.

Por su parte, las personas que están solas suelen aceptar las invitaciones sin mayores protestas. Muchas de ellas quieren dejar de ser esas criaturas apestadas por la sociedad que parecen traer colgado del cuello un letrero que dice: "perdedor". Quizá su buena voluntad y actitud también se deba a que ven la cara feliz de la vida en pareja —que es la que las parejas solemos enseñar— y no quieren perderse de esa maravillosa aventura que todo el mundo parece disfrutar menos ellos.

La verdad de las cosas es que los comprometidos son los que miran a quienes no tienen pareja con envidia. El soltero es ese recuerdo de aquellos tiempos de absoluta libertad y desenfreno para unos y de poder quedarse en casa jugando videojuegos o cualquier entretenimiento ñoño que les plazca a otros. Las parejas ya olvidaron a qué sabe la independencia y como bien dice el dicho, "mal de muchos, consuelo de tontos" y por eso tratan de convertirlos.

Lo que no se dan cuenta es la inmensa probabilidad de error que tienen los experimentos de jugar a ser Cupido. Si una persona no ha encontrado con quién estar, probablemente es porque ella misma ni siquiera tenga la más remota idea de lo que está buscando. Entonces, ¿quién dice que alguien más lo podrá encontrar por ella? No conozco a nadie que haya salido con otro individuo porque sus amigos en común pensaron que sería una buena idea y que le haya funcionado.

Tampoco soy totalmente inocente, pero he aprendido de mis errores. Alguna vez una chica con la que salía y yo quisimos juntar a un par de amigos a los que creíamos les urgía entablar una relación. Uno de ellos era mi mejor amigo y la otra era compañera de trabajo de mi ex. Organizamos una cena, los invitamos a ambos y les advertimos de nuestras intenciones para que no los tomara desprevenidos. Aunque ambos aceptaron y tuvieron buena disposición, sobra decir que la noche fue un completo desastre. Era como presenciar una mala cita a ciegas desde la primera fila. Pero, tal vez, el momento en el que todo cayó por la borda fue cuando ella, para conocerlo mejor, le preguntó: "¿Cuáles son tus cinco películas favoritas", y mi amigo contestó: "¡Qué difícil! Empezaré con mis cinco favoritas de Ingmar Bergman...". La mujer se le quedó viendo atónita y ahí murió el asunto.

Si a pesar de la diatriba anterior aún quedan ganas de que se conozcan un par de incautos, creo que lo mejor es no presentarlos entre sí. Sugiero, en su lugar, organizar una cena íntima en casa, hablarle a varias personas de diferentes estados civiles —incluyendo a nuestros "conejillos de indias"—, dejar que todo ocurra por sí solo y no interferir aunque nos estemos muriendo de ganas de hacerlo. Si nacieron el uno para el otro, las fuerzas cósmicas —o sus instintos más bajos— harán la tarea de que se conozcan, de lo único que nos podemos encargar nosotros es de propiciar la ocasión.

Twitter: @anjonava

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