El fatídico punto de comparación entre parejas

Casi siempre, el recurso de la comparación se utiliza para remarcarle al cónyuge todas las virtudes que carece / Foto: Thinkstock
Casi siempre, el recurso de la comparación se utiliza para remarcarle al cónyuge todas las virtudes que carece / Foto: Thinkstock


Mientras llevaba a mi amiga Natalia a su casa hace unos días, se me ocurrió decirle en el camino que no creía en la perpetuidad del amor. No recuerdo bien de qué hablábamos o en qué momento de la conversación sucedió, pero su reacción fue la misma que suelo generar en otros al hacer afirmaciones de este tipo.

Sin embargo, aunque sorprendida, estoy seguro de que en el fondo coincidía conmigo, aun cuando toda su vida profesó otra cosa.

Argumenté que de jóvenes nos enseñan que una de las misiones más importantes que tendremos es encontrar a la persona con la que pasaremos el resto de nuestra vida, mientras que la realidad —al menos aquella que está avalada en las estadísticas— nos dice lo contrario. De todas las parejas que hay en el mundo, ¿cuántas permanecerán juntas hasta que alguno de sus dos integrantes fallezca?

Al llegar a mi casa, busqué el dato; estaba seguro de que Internet no me podría fallar, pero lo hizo. Sólo encontré una encuesta realizada en Inglaterra que reveló que el tiempo promedio que dura una relación es de dos años y nueve meses. Determinar qué tan representativa es para nuestra verdad latinoamericana es difícil pero, aun así, nos ayuda a vislumbrar lo poco longevas que son los compromisos.

Dicho esto, las posibilidades de que en un lapso de vida promedio nos enfrentemos con la experiencia de tener más de una pareja son altas. Incluso, muchas de las personas que están leyendo esto ahorita ya han tenido en su haber una generosa cantidad de pretendientes.

Todo este preámbulo me lleva a señalar una de las más nocivas muletillas en la práctica de las relaciones modernas y que ha proliferado justo por la decreciente duración de las mismas. Se trata de la tan lamentable, molesta y ofensiva comparación entre la persona con la que se está en un momento dado y cualquiera de las que la precedieron.

Lo más terrible del caso es que es una de las costumbres más populares aun cuando es extremadamente peligrosa. Algo así como manejar en estado de ebriedad siendo consciente de que no sólo está mal sino que puede traer consecuencias fatales. Al comparar a una pareja sentimental con otra, también se corre un alto riesgo de salir volando por la ventana del noviazgo o matrimonio y quedar incrustado en un árbol de penas.

“¿Por qué tú no me dices que me quieres cada dos minutos?”; “¿Por qué no puedes ser tan detallista como Fulanito?”; “¿Qué te cuesta que mi mamá se venga a vivir con nosotros? A mi ex no le importaba”; “Sutanita sí me dejaba salir con mis amigos”; “Menganito ganaba más que tú”… son algunas de las constantes agresiones que llegamos a emplear en contra de nuestras parejas durante la relación.

Cada una se va llenando de un frasco de resentimiento que, tarde o temprano, termina desbordándose en la justificada reclamación: “Pues si tanto extrañas a tu ex, ¡vuelvan!”, y al final todos sabemos que eso no era el objeto de la comparación.

Entonces, ¿por qué lo hacemos? La comparación siempre es una manifestación explícita de displicencia. Salvo excepciones con su buena dosis de dramatismo, es raro que se compare a otra persona para congratularlo por las muchas cualidades que tiene sobre sus contrincantes de amor.

El recurso de la comparación se utiliza para remarcarle al cónyuge todas las virtudes que carece, incluso, aquellas que nunca son expresadas de forma oral y viven sólo en nuestros pensamientos. Compararlos mentalmente es tan malo como decírselo, porque en lugar de permitirnos percibir el conjunto de facultades novedosas que nos están ofreciendo nos desgastamos haciendo un recuento de las que nos hacen falta.

Quizá la vida moderna, su ajetreo permanente, los cambios paradigmáticos y las costumbres recientes han cambiado la percepción de persistencia que se tenía del amor y, dado que tendremos más de una pareja, lo mejor es disfrutar a cada una de ellas como si fuera la única y —sobre todo— la última. De esta forma, la experiencia será más rica y plena y el pasado será un recuerdo efímero y no un referente de comparación.

¿Qué te parece?

@AnjoNava

Si quieres compartir tu caso escribe a: anjo.nava@yahoo.com

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