¿Dónde encontrar el amor? No sólo pasa en el cine

Alguna vez, hace muchos años, me preguntaba por qué las parejas de Hollywood se enamoran al filmar una película. Parecería ser que de los rodajes de algunas cintas han salido romances aún más épicos y controversiales que los propios argumentos que aparecen en pantalla. Gente como Brad Pitt y Angelina Jolie, Javier Bardem y Penélope Cruz o recientemente Robert Pattinson y Kristen Stewart han hecho y deshecho sus relaciones con tal de estar juntos y después de haber participado en alguna producción.

Estos días he estado rodando una serie de comerciales muy ambiciosos para los estándares de este país y creo que descubrí por qué sucede este fenómeno tan característico. Con toda medida guardada, la filmación de un anuncio es un pequeño modelo a escala de una superproducción estadounidense.

A pesar de su reducido tamaño, los procesos son muy parecidos: se dan llamados en horarios poco habituales (para mantener despejadas las locaciones de los mirones), hay un lapso considerable entre una toma y otra, y todos los partícipes sufren las inclemencias del clima, lo inhóspito del ambiente y las demandas y exquisiteces del director.

Claro está que las grandes estrellas de Hollywood gozan de comodidades que exceden los límites de la imaginación; cuentan con casas remolque llenas de amenidades y caprichos. Aún así, tienen que esperar a que todo el mundo realice su trabajo para ellos poder hacer el suyo. Esa espera es la clave de esta historia.

La obligación del creativo de una agencia de publicidad —como es mi caso— durante la filmación de un comercial es supervisar y asegurar los intereses de la marca que se va anunciar, cuidar los detalles, la puesta en escena, las actuaciones y el desempeño del director.

El primer día de filmación fue una madrugada helada en una colonia lejana. Era una toma que requería de varias caras y talentos simultáneos para aparecer a cuadro, entre los cuales estaba una pareja de actores, una mujer y un hombre de unos 25 y 35 años de edad respectivamente (quizá más), que interpretarían los papeles de la madre y el padre de una familia típica. Entre escenas, me puse a deambular entre el ejército de personas que trabajan sin descanso y atestigüé cómo se fue modificando la relación entre los histriones.

Al principio se vieron forzados a convivir, ya que estuvieron metidos dentro de un coche estático por varias horas. Después se les veía cada vez más entrelazados en su conversación. Poco a poco sus rostros se relajaban con cada palabra intercambiada, con cada anécdota compartida y con las historias de vida narradas.

Conforme pasaba el tiempo se mostraban más unidos, como un par de prisioneros que se hermanan ante la precariedad de su encierro. Eran víctimas del mismo aburrimiento, de la misma calamidad, del mismo sueño de algún día ser reconocidos en la calle y de firmar autógrafos como parte de las prestaciones de una carrera en la que nadie cree y mucho menos confía.

Después, cuando los llamaban a escena, ambos actores desplegaban mayor disposición y ganas de demostrarle al otro sus aptitudes. Eso que la experiencia les había enseñado en todos los años que chocaron contra el muro de la frustración.

Al final su participación fue buena, pero aún no merecedora de un premio o un reconocimiento por parte de alguna academia. Tampoco fue la puerta que, al abrirse, desencadenaría una avalancha de nuevas oportunidades. Fue un trabajo más, como cualquier otro, demandante y arduo, pero que les había dejado algo más. Algo que al principio de ese día frío de enero no existía. ¿Acaso era un conato de romance?

Nunca intercambié palabra con ellos, mucho menos conocí sus historias ni su situación de vida. Desconozco por completo si ya tenían pareja, si tenían familia, el grado de sus compromisos o si disfrutaban de una soltería voraz. También ignoro lo que pasó y pasará después, si se volverán a ver, si intercambiaron teléfonos o si se agregaron a sus redes sociales.

Lo que sí sé es que ese tipo de trabajos en los que se desarrolla una convivencia tan estrecha, tan íntima, puede despertar un volcán de pasión. Uno tan peligroso que puede arrasar con cualquier compromiso previo, noviazgos o matrimonios por igual, o bien ser un aliciente para quienes ya daban por perdida la batalla del amor.

Hay alguien allá afuera para cada persona. Sólo que quizá, no han tenido la oportunidad de coincidir en un mismo guión.

¿Te has visto obligado a pasar largas horas con alguien y de pronto comienzas a sentir algo por él/ella? Cuéntanos tu experiencia.

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