¿El amor es un trabajo?

La vida no es fácil, pero no se supone que tenga que serlo. Tanto la historia como la ciencia y el resto de las disciplinas del conocimiento humano nos han demostrado que para que algo ocurra se tienen que conjugar un sinfín de factores. Desde la evolución hasta la tecnología, todo es un proceso que toma tiempo en gestarse.

Pongamos por ejemplo nuestra propia existencia. Resultaría abrumador hacer un recuento de la serie de coincidencias y probabilidades que tuvieron que suceder para que pudiéramos nacer, eventos como el día en el que nuestros padres se conocieron o el hecho que un espermatozoide específico fecundara un óvulo en particular en el momento preciso. Definitivamente, no fue fácil.

En cuestiones más prácticas, como el trabajo por ejemplo, la vida también nos ha enseñado que nada es simple ni gratuito. Los millonarios más exitosos del mundo se duermen tarde y se despiertan temprano, nunca detienen sus labores y sus agendas están más llenas que el estadio donde se disputa la final del Mundial.


Tener un negocio prolífico requiere miles de horas de esfuerzo y sacrificio, dormir poco y hacer más eficiente el tiempo disponible, así como de saber delegar sin desentenderse por completo de un asunto. Incluso, los herederos de grandes fortunas, si quieren hacerlas crecer, deben trabajar e involucrarse en las actividades de su empresa muy pronto en sus vidas.

En el más puro y estricto de los sentidos, la palabra trabajo significa emplear esfuerzo para realizar alguna función, y justamente para brillar y tener un buen desempeño en un trabajo éste es el componente principal. Es imposible no reconocer a quienes realizan su trabajo con empeño y dedicación, empezando por la persona que administra un negocio importante y que recibe una remuneración extraordinaria por ello hasta aquella que limpia los baños del lugar, poniendo siempre su mejor cara.

Sin entrar en polémicas sobre si los cheques que reciben cada quince días son justos o equitativos —aunque probablemente no lo sean— no importa la actividad que se realice, el éxito depende del ahínco, ánimo, actitud y,  sobre todo, esfuerzo que se ponga todos los días.

Dados estos fundamentos, el amor funciona de una forma similar al trabajo y éste también demanda los mismos atributos: paciencia, esfuerzo, dedicación, atención y todos esos elementos para sembrar una buena relación. Son ingredientes esenciales en una extensa receta que abarca todas las etapas de la misma, como el ligue, la conquista, el noviazgo e, incluso, el matrimonio.

Aunque pueda resultar increíblemente gratificante ser correspondido por la persona que nos gusta, recibir un primer beso, despertar su lado todos los días o pararse juntos en un altar, el camino para ello es uno muy exigente y, por lo general, accidentado. Al igual que en el trabajo, uno debe de ser perseverante y ambicioso para acceder a una mejor posición, debe de ser tan astuto antes de emitir una opinión o un juicio, y, comprometido, si se desea tener una carrera provechosa.

Pero, quizá, el aspecto en el que el trabajo y el amor se parecen más es cuando llega “el bueno”, por llamarlo de alguna forma. Si buscamos en internet citas o entrevistas de los individuos que más admiramos, sin importar a qué se dediquen, es muy probable que encontremos declaraciones sobre cómo no consideran su profesión un trabajo, porque ésta ya no les representa un esfuerzo. Esto no quiere decir que no tengan retos y problemas en sus actividades, sino que las hacen con tanto gusto que les deja de implicar un costo.

La mayoría de nosotros no hemos encontrado un trabajo así aún. Sin embargo, estamos en la búsqueda de ello y luchamos todos los días por algún día acceder a una situación así.

En el amor ocurre exactamente lo mismo: de repente, aparece en nuestras vidas una persona con la cual todo fluye. Con la cual las cosas se perciben fáciles y, aunque surjan contrariedades —porque es imposible que no sucedan— estas se arreglan también sin mucho sacrificio. Con la cual uno llega todas las noches, después de haber tenido un día extenuante en el trabajo y, en lugar de empezar un segundo turno, verdaderamente disfruta la compañía de la otra persona.

¿Te ha pasado? Cuéntanos tu experiencia?

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