#CDMA: El tamaño (de la cama) sí importa

Hace varios años, cuando yo apenas era un niño, escuché a uno de mis primos mayores explicar una de las razones por las cuales creía fervientemente en el matrimonio. Con absoluta claridad refirió que una de sus sensaciones favoritas de la vida era sentir los pies fríos de su novia por la noche y que por lo mismo quería garantizar el efecto de por vida. De hecho, su exposición fue tan honesta y contundente que a mis escasos diez u once años de edad, no podía esperar a compartir mi cama con una mujer.

Hoy, a los casi 38, nunca he despertado sintiendo los pies fríos de nadie —muchas de las mujeres de este país tienen la horrible predilección de dormir con calcetines puestos—, aunque eso no quiere decir que no haya encontrado mis propios motivos para compartir la cama. El desayuno, por ejemplo. Me encantan los días en los que mi novia y yo despertamos a la misma hora —que son auténticas excepciones— y preparamos juntos algo rico. También encuentro muy gozoso escuchar la respiración de ella —incluso esas veces que raya en el ronquido— y saber que está descansando después de un día pesado.

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Dime de qué tamaño es tu cama y te diré qué tan feliz eres con tu pareja.
Dime de qué tamaño es tu cama y te diré qué tan feliz eres con tu pareja.

A fin de cuentas, creo que mi primo tuvo razón y dormir con alguien por una noche, unos meses, años o el resto de nuestros días es una experiencia intensa, sin embargo, hay ocasiones en las que, por cuestiones de gustos y preferencias, puede ser todo menos gratificante.

Nunca olvidaré el día que mi novia y yo nos mudamos juntos. Los dos pasamos la noche en vela y no, no fue por lo que están pensando ni tiene nada que ver con sexo. Tampoco se trataba de la emoción del gran paso que acabábamos de dar. La verdad es que responsabilizo al cien por ciento a la falta de costumbre y, sobre todo, de espacio del insomnio de aquella vez.

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Lo raro es que ya habíamos dormido juntos antes, pero pensar que era eso lo que me esperaría por los próximos años me aterrorizó. Fue así como la mañana siguiente me dirigí a la primera tienda que encontré y, sin pensarlo, compré una cama king size. Los resultados fueron inmediatos y en nuestra segunda noche, ambos dormimos como un presidente que pudo resolver el problema de pobreza e inseguridad en su país.

También he escuchado historias de gente como mi amiga Brenda, a quien le es prácticamente imposible conciliar el sueño si su pareja no la abraza durante la madrugada. Por fortuna su novia comparte la misma peculiaridad y, de hecho, alguna vez me contó que los primeros dos años de su relación tuvieron una cama individual —lo cual me parece aberrante— y eran muy felices.

Pero estoy seguro de que hay relaciones allá afuera que sin saberlo están sufriendo por la falta de descanso mientras yacen en sus camas cada noche y el motivo es el tamaño de las mismas. Cuando las personas hablan de la importancia de la química para echar a andar un noviazgo, no son conscientes de todas las dimensiones que ésta implica, de las miles de formas en las que se puede manifestar.

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Esa compatibilidad que se siente tan bien si se da una coincidencia y que tanto fastidia si es inexistente. A diferencia de lo que muchos creen, el principio del futuro de cualquier compromiso sentimental sigue una trayectoria horizontal, está soportado por un colchón y unas almohadas, envuelto de edredones, sábanas y rodapiés y es tan importante como lograr descansar por al menos 8 horas diarias.

Así que la próxima vez que surjan asperezas y conatos de bronca en la pareja, lo primero que hay que preguntarse es, ¿qué tal pasé la noche?

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