Sin temor al cambio

¿Por que nos cuesta tanto trabajo asumir el cambio? ¿Por qué, cuando sabemos que es necesario modificar algo, nos resistimos consciente o inconscientemente a que ocurra? Tal vez se debe a que nos sentimos “expertos” o "dueños de la situación", eso nos da poder y comodidad, y tememos perder esas ventajas si salimos de nuestra zona de confort. Probablemente heredamos una actitud que durante varias generaciones fue reafirmada como “lo correcto”, pero cuando la ponemos a trabajar con la gente que queremos, esa actitud no hace más que lastimarlos.

Cambiar es salir de nuestra zona de confort y atrevernos a romper viejos paradigmas / Foto: iStockphoto
Cambiar es salir de nuestra zona de confort y atrevernos a romper viejos paradigmas / Foto: iStockphoto

El miedo a equivocarse, a la incomodidad o a los nuevos roles, hace que nos volvamos viejos más pronto, pues dejamos de comprender los ciclos de la vida y perdemos nuestra capacidad de adaptación. Es cierto que cualquier cambio provoca incomodidad, pero ésta es pasajera y nos da lecciones de humildad. Algo de eso saben los niños, sobre todo antes de que los adultos sembremos nuestras creencias y nuestras trabas en su mente.

-O cambias o te cambian. Esa ha sido una lección que he aprendido a la mala. Y en ese mismo proceso también he aprendido a no tenerle miedo a los cambios y a hacerlos más llevaderos. ¿Cómo lograrlo? Aquí les comparto mis estrategias:

-Cambiar paradigmas. El otro día mi sobrino de seis años hizo una excelente reseña de un partido de futbol: “El equipo A empezó jugando muy bien, pero después les dio tanto miedo perder que dejaron de jugar y ganó el equipo B”. Eso mismo ocurre en la vida, nuestros miedos nos paralizan porque los tenemos asociados a ideas que alguien sembró (eficazmente) en nuestra mente hace muchos años. Nos han hecho creer que nuestra mente es un sistema de pensamiento cerrado e inaccesible, pero la neurociencia nos ha mostrado que podemos rediseñar los pensamientos tanto como lo deseemos. Nuestro pensamiento trabaja igual que un músculo, y los músculos más longevos son fuertes y flexibles.

-Participa activamente del proceso. Con el tiempo he aprendido una cosa: el cambio es un proceso acumulativo; si durante años nos negamos a hacer un cambio necesario, llega un día en que tenemos que tomar acciones radicales para compensar todo lo que no hicimos antes. Sin embargo, nos cuesta tanto trabajo asumirlo que es más fácil colocarnos en el lugar de la víctima: “Es horrible, el médico me prohibió el azúcar y el pan”, “Ay, por qué me pasa esto a mí”. Si tienes que hacer un cambio radical, no sirve de nada hacer drama, es sólo un espectáculo para despertar la compasión de los otros, para justificarnos o para atenuar el jucio de los demás en caso de que fallemos. Olvídate del rol de víctima y asume tus cambios con madurez: ¿cómo vas a enfrentar ese reto, qué oportunidades de crecer te presenta, qué tipo de apoyo necesitas?

-Busca hacer cambios realistas. Muchos de nosotros compartimos la cultura del “bomberazo”, estudiamos dos horas antes del examen y no hacemos lo importante hasta que se convierte en urgente. Cuando se trata de un cambio nos ocurre lo mismo, por eso nos cuesta tanto trabajo asumirlo y emprender las acciones necesarias. ¿Y si intentamos otro camino? ¿Qué tal cambiar a través de un proceso más amable que nos cause menos resistencia? Mira hacia dónde quieres ir, divide tu objetivo en etapas alcanzables, establece un plazo para cada objetivo (un día a la vez está bien para comenzar), no te juzgues, reconoce cuando has logrado algo.

-Recaer para comprender. Cuando emprendas un cambio ten en cuenta que las recaídas o las resistencias son parte del proceso. Piensa que a veces necesitamos recaer para poder comprender algo que no habíamos mirado antes. No te juzgues por ello, tampoco renuncies a tu objetivo, solo mantente alerta y ten un plan B (C, D, E...) o los que sean necesarios para retomar el proceso.

-Apóyate en ti misma y en los demás. Es necesario tener recordatorios del proceso, sobre todo cuando uno está tratando de cambiar hábitos de pensamiento o de acción muy arraigados, justamente porque están integrados a la rutina diaria. Una amiga, por ejemplo, usa una pulsera que le ayuda a recordar que tiene que fluir con la vida. Cuando necesité regularizar mis gastos y acabar con mis deudas, le pedí a un amigo que se llevara la tarjeta de mi cuenta de ahorro y que no me la diera sino hasta dos meses después. Hay quien se pone recordatorios en el celular y otros prefieren contratar un coach. Cualquier medio está bien, lo importante es que el cambio no sea tan duro que desistas en el proceso.

Twitter: @luzaenlinea

Quizá te interese:
Desapego: tener sin poseer
¿Víctima o responsable de tu vida?
El poder curativo de las palabras