Por qué nos gusta la música que nos gusta

Cuentan los cronistas que Moctezuma, gran señor de Tenochtitlan, paseaba por los jardines de su palacio seguido por un conjunto de músicos que tocaban melodías para el soberano. Algo similar se cuenta del Rey Sol, en Francia, que amaba la música como a sí mismo. La tecnología ha hecho posible que hay caminemos como aquellos reyes, escuchando música que ni siquiera sabíamos que podía existir.

Por qué nos gusta la música que nos gusta
Por qué nos gusta la música que nos gusta

Aplicaciones como Spotify ofrecen millones de opciones musicales y sugieren nuevas melodías seleccionadas por el algoritmo divino que da vida a las apps. Lo que no deja de sorprenderme es que las sugerencias funcionan. No sé si quienes diseñaron la aplicación sepan mucho de neurociencia, lo que sí me queda claro es que tienen la intuición bien puesta en su lugar. Algo parecido ocurre con el modo aleatorio del iPod que, aunque parezca algo mágico, no lo es. Según entiendo, nuestras selecciones van creando un patrón de ritmos y éstos son reinterpretados por un algoritmo que acomoda y sugiere temas (a veces pienso que sigue el principio de los fractales) cuando los solicitamos. Canciones nuevas y viejas se mezclan en nuestro cotidiano y no sólo remueven emociones sino que reescriben los registros de la memoria.

El poder de la música para generar emociones es tal, que los científicos han dedicado muchas horas de investigación para descubrir cómo funciona el mecanismo a través del cual las canciones se tejen con los sentimientos. Buscando explicaciones me encontré con el artículo de Jill Suttie, publicado en la revista Greater Good, de la Universidad de Berkley. Suttie describe dos estudios muy interesantes para explicar por qué nos gusta la música

 

Patrones placenteros

Neurocientíficos de la Universidad McGill, especialistas en el tema, han descubierto que la música afecta los centros emocionales más profundos del cerebro. Una nota aislada no resulta placentera, sin embargo, cuando los sonidos están organizados y acomodados en un tempo determinado (qué otra cosa es la música, si no) el efecto en nuestro cerebro asombrosamente poderoso.

Si la música es tan ajena que el cerebro no encuentra patrones similares, no se libera dopamina
Si la música es tan ajena que el cerebro no encuentra patrones similares, no se libera dopamina

Utilizando una máquina de resonancia, los investigadores registraron la actividad cerebral mientras que una persona escuchaba su canción favorita. En los momentos de la canción donde había mayor intensidad emocional, el cerebro liberaba dopamina en una de las zonas cerebrales más arcaicas: el núcleo accumbens . Esta hormona es la misma que se libera al comer algo delicioso, tener sexo o consumir alguna droga tan adictiva como la cocaína. Pero con la música que conocemos y nos encanta, además, se libera dopamina en otra zona del cerebro, el núcleo caudado, involucrado en la anticipación del placer. Cuando recordamos que una canción nos gusta, esta familiaridad permite que segundos antes de nuestra parte favorita de la canción anticipemos el placer que nos dará.

Pero cuando escuchamos música desconocida y le tomamos el gusto, ocurre algo distinto. El cerebro procesa los sonidos a través de los circuitos de la memoria buscando patrones reconocibles para “predecir” el rumbo de la canción. Si la música es tan ajena que el cerebro no encuentra patrones similares, no se libera dopamina, pero si existen referentes parecidos (una estructura melódica, por ejemplo), el cerebro se anticipa al momento cumbre y cuando éste llega, libera dopamina como una suerte de “recompensa” a la predicción.

La combinación de emociones intensas y anticipación al placer hace que volvamos a la música conocida y podamos diversificar nuestros gustos. Éstos están determinados por los sonidos y los patrones musicales que se almacenan en el cerebro durante nuestra vida. Por eso, señala Suttie, la música pop resulta tan sencilla de escuchar; aunque no conozcamos la canción, el ritmo y la estructura son predecibles, contrariamente a lo que sucede con el jazz, por ejemplo, donde las variaciones e improvisaciones son impredecibles

Esto también explicaría por qué podemos escuchar una y otra y otra vez la misma canción sin aburrirnos; el estímulo emotivo que nos produce una melodía conocida puede ser tan poderoso que se reactiva con la misma intensidad sin importar cuántos años hayan pasado entre la primera y la última vez que la escuchamos . Hay una enorme diferencia entre contar un recuerdo y escuchar una canción ligada a éste. La melodía hace que volvamos a sentir la emoción de ese momento.

 

Cerebros en sintonía

Suttie cita otro estudio realizado por Ed Large de la Universidad de Connecticut, quien ha mostrado cómo las variaciones en el ritmo y la intensidad del sonido de una canción resuenan en el cerebro al grado de afectar nuestras respuestas emocionales. En su investigación, Large hizo que los participantes escucharan dos versiones de la misma pieza de Chopin: una estaba llena de matices y variaciones rítmicas, la otra era simplemente mecánica, casi monótona. Las imágenes de resonancia magnética mostraron que con la primera versión, en los momentos más dinámicos de la interpretación, se activaban centros de placer en el cerebro , lo que no ocurrió con la segunda versión. Incluso, los participantes reportaron haber escuchado dos piezas totalmente distintas.

 

En los momentos más dinámicos de la interpretación, se activaban centros de placer en el cerebro
En los momentos más dinámicos de la interpretación, se activaban centros de placer en el cerebro

El estudio de Large también mostró que la primera versión activó en los participantes las neuronas espejo , involucradas en la habilidad de experimentar internamente lo que observamos en el exterior. De hecho, la actividad de las neuronas espejo era tan lenta o rápida como lo marcaba el tempo de la melodía. “Los ritmos musicales afectan directamente el ritmo de nuestro cerebro, y éste es tan importante que determina nuestras emociones”.

El estudio de Large confirma por qué cuando hay un grupo de gente reunida en un concierto se experimenta una sensación de sintonía, y es que las ondas del cerebro se sincronizan con los ritmos de la música. Cuando alguien dice que se siente conmovido por la música es más que una expresión, porque el cerebro del intérprete se mueve con el de la persona que escucha.

Curiosamente, aunque el cerebro de todos se activa de manera similar, lo que determina que nuestra respuesta integral ante un estímulo (el gusto o el rechazo) está tejido con nuestra historia personal. El ritmo, neurológicamente hablando, sería una operación de predicción.

La habilidad para predecir ritmos musicales (y encontrar en ello una recompensa placentera) se forma a muy temprana edad , a partir de los ritmos que son familiares en nuestro entorno. Por eso, cuando los pequeños reciben educación musical en la escuela y participan en una orquesta, desarrollan empatía y vínculos más sólidos entre ellos, porque responden de manera similar a un estímulo que es reafirmado por el contexto en el que se desarrollan.

La habilidad para predecir ritmos musicales se forma a muy temprana edad
La habilidad para predecir ritmos musicales se forma a muy temprana edad

Quienes han estado expuestos a patrones musicales más complejos durante más tiempo, suelen tener gustos muy diversos e incluso pueden disfrutar de música vanguardista o poco tradicional. El gusto es algo totalmente subjetivo, explica Large, no tiene que ver con el sonido en sí mismo sino con las asociaciones personales que hacemos y la forma en que éstas detonan respuestas placenteras o no.

 

Lo que escuchamos de niños, lo que nos sugiere una aplicación, lo que nos pone en conexión con otros, lo que estimula nuestra imaginación y, sobre todo, lo que nos conmueve profundamente hace de la música un lenguaje entrañable sobre el cual tejemos la historia de nuestras vidas.<

 

@luzaenlinea

Tal vez te interese:

Fotografía de la música

Cómo aprender a disfrutar la música clásica

Terapia con música para jóvenes con depresión