De la fantasía a la obsesión

Desde que tengo memoria soy una persona muy fantasiosa. Recuerdo que en la infancia me aferraba a ciertas fantasías para paliar las frustraciones y compensar lo que el entorno no me daba. No fue sino hasta después de la adolescencia cuando entendí que ese fenómeno disperso e insconmensurable llamado realidad es una eterna negociación entre el deseo y la carencia. Pero ese conocimiento ha venido acompañado de heridas y cicatrices. Sobre todo en los asuntos del amor.

Lo que parece una fantasía inofensiva puede transformarse en una obsesión - iStockphoto
Lo que parece una fantasía inofensiva puede transformarse en una obsesión - iStockphoto

Las fantasías tienen un lugar muy importante en la construcción de la realidad. Suena contradictorio pero no lo es; la posibilidad de visualizar algo funciona como un combustible que nos guía consciente e inconscientemente hacia un objetivo, por más extraño o imposible que éste parezca. Al igual que los números o las abstracciones, no podemos tocar las fantasías, pero existen y tienen una función en el mundo. Una de ellas es ser fuente de estímulo, conocimiento e inspiración; propias o ajenas, son como piezas que completan rompecabezas, palancas que levantan proyectos o sostienen intenciones.

Pero no todo lo que uno sueña o imagina tiene un lugar en el ámbito de lo tangible. Y si lo tiene, es gracias a un artificio temporal que requiere del ingenio y la voluntad de dos o más personas. Subrayo su cualidad temporal porque si uno se aferra a ellas, pueden convertirse en obsesiones y causar daño.

En el caso de las relaciones amorosas o sexuales, es normal que uno tenga una pareja y fantasee con alguien más, porque la fantasía tiene el poder de compensar una carencia o de proveer de ciertos estímulos. De la misma forma en que las preocupaciones y los temores atizan la ansiedad, la fantasía puede atizar el deseo. Sin embargo, cuando estamos en circunstancias adversas, cuando hay incertidumbre o desencanto, eso que parecía una fantasía inofensiva puede transformarse en una obsesión porque el bienestar o el alivio que nos produce es más fuerte y placentero que los conflictos que nos presenta realidad.

Cuando una fantasía se convierte en obsesión, cuando a toda costa queremos llevarla a la realidad no vale la pena invertir energía y juzgar si es “bueno” o “malo”. Creo que esa fantasía funciona como una alarma. ¿Qué estamos buscando compensar con ello? ¿Estamos huyendo de algo?

Hace poco un amigo me contó de una aventura que tuvo con una chica de su trabajo. Él está felizmente casado desde hace tres años y no tiene la menor duda de que ama a su esposa. Sin embargo, en su oficina conoció a una chica que le gustó mucho. Empezó a fantasear con ella de vez en cuando, incluso era su motivación para ir a la oficina en los días más complicados de trabajo. La sola idea de verla a la hora de la comida hacía llevadera la jornada. En la cena de fin de año, al calor de los tequilas, ella le confesó que también fantaseaba con él. Estuvieron a punto de irse a un hotel esa misma noche, pero algo lo hizo detenerse. ¿Qué era lo que la hacía tan atractiva? ¿Por qué estaba enganchado con ella? Fue ahí que se dio cuenta que ella le recordaba la época de secundaria. Lo que le estaba ocurriendo correspondía a una fantasía adolescente. Él era muy tímido y siempre soñó con que la chica más linda de su clase le hiciera caso. Eso era lo que le ocurría con su compañera de oficina y ese placer lo hacía olvidarse de las frustraciones que vivía en su trabajo.

A veces las fantasías reaparecen con el rostro de alguien más. Negarlas no va a hacer que se vayan y, paradójicamente, llevarlas a la realidad tampoco va a solucionar nuestras carencias. Si permitimos que ocurran es porque necesitamos detonar situaciones de las que no podemos hacernos cargo de manera consciente, pero en esa acción también corremos el riesgo de lastimar a otros. Por eso, antes de alimentar una fantasía y fugarnos en ella, es bueno hacer una pausa para reconocerla, averiguar qué estamos buscando compensar y calcular los riesgos que implica. Hacer que las fantasías se mantengan en su justa dimensión es convertirlas en fuente de autoconocimiento.

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