Anuncios

Dejar ir es dejar llegar

A veces pensamos que hay una enorme diferencia entre el final de una relación de pareja, un trabajo, una idea o un sueño, pero al tomar distancia, resulta que en casi todos los casos se trata del mismo proceso de aprendizaje. Por naturaleza, nos apegamos a eso que alguna vez nos hizo felices porque pensamos que la felicidad está en el objeto de nuestro deseo, cuando en realidad es una experiencia que se da dentro de nosotros. Aprender a soltar es un proceso de aprendizaje necesario para que la felicidad no se convierta en una piedra de nostalgia con la que siempre tropezamos.

Dejar ir es dejar llegar
Dejar ir es dejar llegar

Separarnos de algo o de alguien implica una división física, emocional e incluso energética que suele dejar una herida abierta. El proceso de soltar, de dejar ir, no termina hasta que esa herida ha sanado. No hay recetas para este tipo de aprendizajes, sin embargo, es de gran ayuda reconocer las etapas de nuestro proceso de sanación.

El duelo. Hay una reacción defensiva que nos hace alejarnos del dolor, pero ignorarlo es prolongarlo. A veces pasamos mucho tiempo conteniendo esa emoción, pero tarde o temprano algo va a detonar la catarsis. A eso es a lo que le tenemos más miedo, porque al postergar la pena ésta se hace más grande. Es igual que una deuda o un raspón que no atendemos a tiempo. Lo más sano es permitirnos vivir el duelo. Nadie está esperando que uno sea fuerte en un momento de ruptura.

La aceptación. Esto es lo que me pasa: aunque me concentro en vivir el duelo, no dejo de fantasear con la idea de que esa persona o ese proyecto van a regresar mágicamente y que todo se va a arreglar. Puedo vivir de esa ilusión durante semanas porque me da la sensación de que hay esperanza, al menos en mi imaginación. Hasta que llega el día en que me entero por Facebook o por algún amigo que ya no hay vuelta atrás. Entonces recuerdo el lema: “La verdad nos hará libres”. Cuando me rindo a la verdad, me doy cuenta de que había estado librando una batalla conmigo misma, pues mi ego no podía aceptar “la derrota” del rechazo o la pérdida. Hoy pongo un post-it en el monitor de la computadora que dice: "Después del reconocimiento siempre viene la calma".

La depuración.  Imagina que te crece el pie y tú insistes en seguir usando los mismos zapatos. No es que éstos sean malos por sí mismos, si se deforman y duelen es porque ya no nos sirven. Por eso, no todo lo que se va de nuestra vida es necesariamente “malo” o “bueno” per se. El crecimiento personal comienza cuando uno deja de evadirse a sí mismo, es decir, cuando reconoce lo que necesita para vivir de manera significativa. Como si fuera un cambio de casa, tras la separación es necesario reconocer lo que nos sirve y lo que no, las ideas que funcionaban antes y que ahora ya son obsoletas, las personas que realmente queremos conservar cerca y las que ya no tienen nada que ver con lo que queremos. Sin juzgar bueno o malo, es necesario depurar para empezar de nuevo, y en nuestro interior, agradecer a la vida por prestarnos esa experiencia. Si acumulamos objetos, recuerdos, promesas o personas, terminaremos por hacer de nuestra vida un desván, una bodega llena de cachivaches emocionales que bloquean puertas y ventanas. Para materializar lo que aprendimos necesitamos espacio, motivos, conexiones y aires nuevos.

La reprogramación. Dicen que somos animales de costumbres; yo digo que entretejemos nuestras emociones en cada hábito. En un proceso de sanación, es necesario “destejer” esos hilos y enhebrarlos en otras rutinas. De lo contrario, corremos el riesgo de revivir el pasado una y otra vez. Como no nos gusta padecer, nuestra memoria se aferra a los recuerdos felices al punto de idealizar el “paraíso perdido”. Pero no hay que idealizar ni bloquear el pasado. De hecho, no hay que hacer nada con él más que dejarlo ahí. Al hilar nuestra vida desde otros lugares, con otras personas y recurriendo a estímulos distintos, el pasado cambia de significado por sí solo y, gracias a nuestra capacidad de resiliencia, adquiere un sentido positivo con respecto al presente. Reprogramar nuestras actividades cotidianas, incluso las más pequeñas, transforma el dolor del pasado en aprendizaje y nos pone en sintonía con lo que queremos.

La llegada. Hace poco entendí la diferencia entre el miedo a lo conocido y la curiosidad por lo desconocido. Si todavía tienes miedo a que te lastimen “como antes”, es que no has terminado de sanar. Cuando te encuentras con emociones que no habías sentido, situaciones en las que no habías estado, y personas que despiertan nuevas ideas en ti, ya estás del otro lado. La diferencia entre el estancamiento y la sanación es la misma que hay entre el miedo y la sorpresa. Es como si te hubieras dicho a ti mismo: ya me cansé de que mi vida sea la misma película con distintos actores; e hicieras una película con otros guionistas y nuevos temas. Eso no quiere decir que ahora seas invulnerable o que no vayas a encontrarte con el rechazo, pero lo interesante es que en esta nueva historia vas a vivirlos de otra manera, recnociendo los lugares a los que ya no quieres ir para enfocarte en las situaciones que necesitas vivir para crecer.

@luzaenlinea

Tal vez te interese:

La inteligencia sensible

¿Borrarías tus malos recuerdos?

La persona no está emocionalmente disponible, favor de no insistir