Con el condón en la cartera

He escuchado a muchas mujeres repetir una regla no escrita: “los condones le tocan a él”. Al igual que ellas, cuando me inicié en la vida sexual no reflexioné demasiado en el asunto, di por hecho que era obligación del hombre comprarlos, comprobar la vigencia, abrirlos, ponérselos, evitar derrames y hasta deshacerse de ellos. Tiempo después, basándome en la falacia de la compensación histórica, me construí una justificación perfecta: “Si yo pago el ginecólogo, compro la pastilla y me la tomo sin falta, que el hombre se haga cargo de los condones”.

Andar con un condón en la bolsa es como traer un seguro de vida / Foto: iStockphoto
Andar con un condón en la bolsa es como traer un seguro de vida / Foto: iStockphoto

Entre más pasa el tiempo, más claro me queda que esa regla (junto con mi justificación) es una tontería. Yo estaba poniendo al mismo nivel dos factores que son distintos: el embarazo y las enfermedades de transmisión sexual. Las pastillas sólo evitan el primero. El condón, bien utilizado, evita ambos. Por lo tanto, mientras uno no tenga los exámenes de laboratorio en la mano o una relación de confianza a prueba de balas, la realidad manda: si no hay globos, no hay fiesta. ¿Qué pasa cuando a él se le olvidan los condones? No hay sexo y uno se queda con las ganas. Sin embargo, al calor de los acontecimientos y aún con la amenaza del VIH, hay quien cede a la irresponsabilidad del sexo sin condón como quien juega ruleta rusa.

Recuerdo que cuando me separé de mi pareja empecé a salir con otros hombres. Entonces decidí comprar mis propios condones y llevarlos en la bolsa. Al poco tiempo descubrí que esa decisión tiene muchas ventajas. Primero, a diferencia de los hombres –que llevan la billetera pegada al cuerpo–, cuando una trae un condón en la billetera y dentro de la bolsa, no sufre cambios de temperatura y el empaque no corre peligro de rasgarse. Puede pasar mucho tiempo antes de ser utilizado, así que, cuando una saca el mar de papelitos que guarda en la billetera, basta con verificar la caducidad del condón y renovarlo si es necesario. En una fiesta o una salida con amigas, si una de ellas liga con alguien y la noche promete acción, siempre puedes pasarle el condón que llevas en la bolsa, por si acaso. La mayor ventaja es que funciona como un seguro de vida: si el hombre no lleva condones y ambos tenemos ganas, no pongo mi salud sexual en sus manos. No importa si se trata de sexo casual o de una relación más seria, la vida es lo que está en juego y si uno se cuida está cuidando a otro, a sus potenciales otras y a los potenciales otros de ellas... O sea, cuidarse es cuidar a todos.

La (absurda) sospecha

Cada vez que tengo la oportunidad y me siento en confianza, saco el tema en la conversación, tanto con hombres como con mujeres. Parto con una pregunta: “Una mujer lleva un preservativo en la cartera, ¿qué piensas de ese hecho, qué piensas de ella?”. Hay gente que lo celebra, tanto desde el punto de vista de la salud, tanto como del ejercicio libre y responsable de la sexualidad. Hay quienes se abstienen de responder porque, como dice el dicho: “cada quien hace de su cola un papalote (una cometa, un volantín)”.

Los comentarios que más llaman mi atención son aquellos que revelan prejuicios machistas. Algunos ejemplos: “Si una mujer trae un condón en la cartera, es porque quiere acostarse con el primero que encuentra”; “Seguro sale con tipos irresponsables, eso no es buena señal”; “Si yo olvido comprar condones y ella saca uno de su cartera, empiezo a pensar que se trata de una mujer promiscua; y si es una pareja con la que llevo saliendo un tiempo, me hace sentir inseguro, pienso que si trae un condón es porque puede usarlo con alguien más”.

Me pregunto por qué, el que una mujer traiga un condón en su cartera, hace que aparezca el fantasma de la promiscuidad, la p*tería y la sospecha sobre su calidad moral. ¿Por qué la libertad sexual de una mujer, aún cuando se haga responsablemente, sigue teniendo una connotación negativa?

En sentido figurado, pareciera que traer un condón en la cartera es como traer una pistola cargada. Vale la pena preguntarse si esa apreciación aplica tanto para hombres como para mujeres. Aunque los juicios no son tan duros cuando se refiere a los hombres, creo que sí. Ejemplo: he escuchado a muchas chicas que se sienten “ofendidas” cuando descubren que, en la primera cita, el tipo llevaba condones en el bolsillo. Curiosamente, descubren eso cuando están a punto de tener sexo. Y pienso: si llegaron hasta ese momento, lo más probable es que ellas también querían tener sexo. ¿Y por qué negarlo?

Podemos darnos golpes de pecho porque el otro trae un condón en la cartera. O podemos agradecer el gesto, reconocerlo, corresponderlo y asumirlo como una práctica positiva.

Creo que el meollo del asunto está en el miedo que nos provoca aceptar que la mujer es un sujeto deseante. Todavía existen prejuicios negativos acerca de las mujeres que ejercen su sexualidad libremente; durante siglos, la mujer fue educada para ser un objeto pasivo cuyo deseo sólo era legítimo cuando se ponía en función del deseo masculino. Ese esquema persiste en nuestro inconsciente colectivo a través de prejuicios y reglas no escritas como: “los condones le tocan al él”. O: “yo, como mujercita 'decente', no me permito admitir que quiero tener sexo con un hombre... por eso no llevo condones”.

Estoy segura de que en otras regiones del mundo el panorama es distinto. Pero lo que hoy veo en ciudades como México DF o Santiago de Chile, es que todavía no podemos resolver la vieja disputa por el cuerpo y el deseo femenino. Vivimos en un sistema de contradicciones: mientras la publicidad hipersexualiza los cuerpos y genitaliza las relaciones humanas, la moral insiste en que el único ámbito legítimo para que una mujer pueda ejercer su sexualidad es bajo “la tutela” de un hombre, es decir, en el noviazgo o en el matrimonio. Y esa tutela repite la idea de que el hombre es el único moralmente autorizado para llevar condones en los bolsillos (o en el cajón, a un lado de la cama), y la mujer que lo hace es mirada con suspicacia.

Todo ejercicio de libertad implica una toma de responsabilidad. Creo que comprar condones y llevarlos en la cartera forma parte de un ejercicio responsable de la sexualidad. Los juicios morales que hacemos hoy pueden sonar muy respetables, pero pueden resultar ridículos dentro de unos años. Siento que si algo puede prevalecer en el tiempo como un valor positivo y transversal, es el cuidado personal de la salud, que en el caso de la vida sexual, se convierte en un cuidado del otro, de la comunidad y de la sociedad.

Esta conversación continúa con ustedes. Les hago el mismo planteamiento: una mujer lleva un preservativo en la cartera, ¿qué piensas de ese hecho, qué piensas de ella?

Twitter: @luzaenlinea

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