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50 sombras de Grey, erotismo de cartón

Dicen que no hay mejor publicidad que la mala publicidad. Con ese riesgo en mente escribo esta crítica acerca del primer volumen de la trilogía 50 sombras de Grey, el best seller de E.L. James que, según dicen los promocionales, está poniendo a fantasear a las mujeres mayores de 30.

Debo decir que lo leí en muy poco tiempo, en parte porque el libro llegó a mis manos en calidad de préstamo, en parte porque es una de esas lecturas que no exigen demasiado y se van como agua. Los primeros ocho capítulos me parecieron de una ingenuidad pasmosa. Esperé que eso cambiara conforme avanzaba la narración, pero no ocurrió. La autora abusa de la estructura del chick flick más elemental (comedia romántica cuya protagonista es una mujer joven), pero la verdad es que no le llega a los talones a las películas de Julia Roberts.

Crédito: fiftyshadesofgrey.com
Crédito: fiftyshadesofgrey.com

ADVERTENCIA. Si no quieren saber de qué se trata, les adelanto mi conclusión: 50 sombras de Grey es un chick flick con simulacro de sexo, algo así como una coreografía acartonada, un soft porno descafeinado con olor a chicle de uva. Si andan buscando erotismo de verdad, les recomiendo buscar en otra parte. Ahora bien, si lo que quieren es un libro de esos ligeritos para tirarse al sol en sus próximas vacaciones, o una de esas lecturas que le hacen olvidar las deudas con el banco, este libro les va a gustar.

Advertidos están.

Ahora sí, vamos con el libro. Empiezo por la protagonista, Anastasia Steel, una estudiante de literatura de 21 años. Ana aparece revestida de un candor y una torpeza que pretende ser encantadora o al menos graciosa. Por ejemplo, cuando la atacan los nervios se tropieza, se mira las manos, se sonroja y se muerde el labio inferior. Eso está bien al inicio para presentar al personaje, pero como el recurso se utiliza una y otra vez, resulta cansado, predecible y repetitivo como una mala muletilla. La autora se queda en la superficie de los gestos, no ahonda en la psique, las emociones, los quiebres o las contradicciones que hacen a un personaje entrañable. Curiosamente, cuando lo hace, cuando parece que Anastasia Steel está tomando vida, se termina el capítulo o alguien dice un mal chiste.

Lo mismo ocurre con su voz, ya sea en diálogos consigo misma o con los demás personajes. Esta protagonista es un molde, un personaje que no seduce a nadie, si acaso despierta ternura. Supuestamente, como estudió literatura es verosímil que use palabras de diccionario y haga "ingeniosos" juegos de palabras (leí la traducción española, es insufrible, pero eché una mirada a la versión en inglés y tampoco son tan ingeniosos). Sin embargo, la complejidad de sus razonamientos no la distinguen de la protagonista de Legalmente rubia o Chicas pesadas. La voz de Anastasia domina y dirige la narración, pero su forma de hablar-pensar es tan plana, estereotípica y mojigata, que uno se enfurece. "No se puede ser tan básica, tan de una sola pieza, todos tenemos un derecho y un revés, estamos llenos de matices", pensaba mientras leía. Bueno, pues Anastasia Steel es más plana que la tierra de la época medieval, de hecho es una sombra, un autómata, no tiene vida propia sino que es utilizada por la autora como un títere para que baile la coreografía ficticia de un encuentro que quiere ser erótico y no lo es.

Antes de explicar por qué la narración no tiene nada de erótico, paso revista al galán de folletín. Los datos: Christian Grey no sólo es estúpidamente guapo sino que es absurdamente millonario. Sus millones son lo más sexy del libro, dicho sea de paso. Infancia: el galán y sus dos hermanos fueron adoptados por un matrimonio de clase media alta, sabemos por algunos indicios que sufrió maltrato y que su madre era una prostituta adicta al crack. Adolescencia: sabemos que una mujer mayor, amiga de su madre, lo indujo al sadomasoquismo, y él descubrió en ello cierta redención a su miseria existencial. Etapa adulta: a sus 28 años es millonario, incapaz de sentir amor, no tiene novias ni amantes, tiene "sumisas", vive en una torre al más puro estilo de Bruce Wayne o Tony Stark, pero en lugar de batimovil tiene un audi, un helicóptero y un jet privado, y en vez de salvar el mundo con sus superpoderes, lo hace a través de donaciones y negocios socialmente responsables. Le gusta tanto Anastasia que quiere convertirla en su sumisa, y para ello le propone nada menos que un contrato de tres meses, con cláusulas y todo. No llegan a firmar el papelito, pero tienen algunos encuentros en los que ella recibe "una probadita" de lo que sería su vida como sumisa.

Alguien me dirá: ¿cómo no va a ser erótico si los protagonistas desayunan, comen y cenan sexo? La respuesta es sencilla: sexo y erotismo no son la misma cosa. El sexo de 50 sombras de Grey es tan erótico como el baile de los Backyardigans. No hay más que coreografía, sonidos ambientales y uno que otro efecto especial. Es un simulacro. El erotismo se asoma casi por accidente, cuando la autora nos deja ver que (a pesar de ella misma) los personajes son vulnerables. Y no me refiero a la vulnerabilidad física que implica la relación amo-sumisa, sino a los quiebres de la psique, al revés de las emociones, al riesgo que implica hurgar en el abismo propio y ajeno, al incontrolable mundo interior que el otro nos revela, como un espejo, en la intimidad. El sexo es una de las muchas entradas al erotismo, no es la única aunque sí es la más obvia. El erotismo implica internarse en una dimensión peligrosa e intensa que la autora se niega a explorar. Por eso digo que no hay erotismo, solo un sexo coreográfico de dos personajes sumisos, Grey y Steel, dos títeres que se mueven para complacer a su ama, la autora E.L. James (y de paso a quienes gusten del soft porno).

El libro no es ninguna maravilla, pero tampoco es una pérdida de tiempo si se mira críticamente. Por un lado, permite ver que el paradigma de la sexualidad falócrata sigue en pie, que hay mujeres dispuestas a asumir las fantasías masculinas como si fueran propias, siempre y cuando estén cubiertas de algún tipo de oropel. Porque el lujo y la excentricidad del joven millonario forman parte de la fantasía. Me pregunto si el relato funcionaria si Christian Grey no fuese millonario.

Me parece interesante que el éxito de ventas se haya dado entre las mujeres mayores de 30 y no entre las veinteañeras (recordemos la edad de la protagonista). La edad de la autora no es un dato menor en este caso, tampoco lo es su educación sentimental. Aunque la protagonista sea una chica de 21 años, creo que las fantasías que se proyectan en ella corresponden a otra generación. Sería interesante ver si en algunos años esta tendencia se mantiene o cambia.

Finalmente, el lado bueno de todo best seller es que pone temas o géneros marginales en la mira de todos. En este caso, los millones de ejemplares vendidos en todo el mundo dan cuenta de un vacío que 50 sombras de Grey vino a llenar. No es que haga falta buena literatura erótica, hay colecciones como La sonrisa vertical que cuentan con novelas de gran nivel literario y que ofrecen una gama interesante, diversa, profunda y abierta sobre el erotismo. Independientemente de su calidad literaria, creo que 50 sombras de Grey, como fenómeno editorial, ha abierto la brecha para dar entrada a otro tipo de literatura erótica que se había mantenido en el margen.

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