Meditación: sin estrés desde los genes

Hace varios siglos, cuando los peligros a los que se enfrentaba el ser humano consistían en enfrentamientos con animales o fenómenos naturales incontrolables, nuestra especie desarrolló dos mecanismos de defensa: huir o atacar. Miles de años después, la modernidad nos plantea otro tipo de amenazas. Desafortunadamente, ese mecanismo que nos ayudaba a conservar la vida está afectando nuestras relaciones y nuestra salud a largo plazo.

La meditación nos hace más aptos para enfrentar las amenazas de la vida moderna / Foto: Thinkstock
La meditación nos hace más aptos para enfrentar las amenazas de la vida moderna / Foto: Thinkstock

En una situación de vida o muerte, el cuerpo segrega una cantidad enorme de sustancias, entre ellos adrenalina y cortisol, químicos que nos ponen en un estado de alerta y nos permiten reaccionar para sobrevivir. Eso explica, por ejemplo, por qué hay madres capaces de levantar objetos cincuenta veces más pesados que ellas para salvar a sus hijos, o bien, por qué la gente es capaz de "correr por su vida" a velocidades o distancias inverosímiles huyendo de una catástrofe.

Durante el estado de alerta, los químicos que segrega el cuerpo son metabolizados a través del esfuerzo físico. Sin embargo, en la vida moderna este ciclo de sobrevivencia está un bastante torcido. Por ejemplo: ante las amenazas laborales uno debe volver a su escritorio, sentarse y controlar la situación; atacar al jefe o al compañero de trabajo no es una opción, a menos que se esté dispuesto a perder el empleo. Tampoco hay muchas posibilidades para huir de la agresividad ambiental en los trayectos, y menos en horas pico. Y, debido al continuo entrenamiento consumista, que insiste en la “felicidad” del confort a toda costa, han aumentado las opciones de evasión, disminuyendo nuestra capacidad para observar y transformar las situaciones positivamente.

En un ambiente agresivo donde no hay posibilidades de huir o de atacar, los químicos que segrega nuestro organismo no son metabolizados, se quedan en el torrente sanguíneo y nos provocan un estado general de irritabilidad e inflamación. En ese estado nos volvemos agresivos y reaccionamos defensivamente ante el menor estímulo.

Cuando las hormonas de la sobreviviencia no se metabolizan correctamente, se acumulan y comienzan a provocar daños al sistema nervioso e inmunológico, produciendo cuadros de depresión, alergias, susceptibilidad a infecciones, inflamación que deriva en enfermedades crónico degenerativas o autoinmunes... Otra de las formas en que nuestro cuerpo nos defiende de las amenazas es desconectándonos de los demás; cuando no podemos huir o atacarlos, evitamos el contacto, nos volvemos indiferentes, perdemos la empatía, la simpatía y la compasión.

El mecanismo de defensa huir-atacar no se puede desactivar, está integrado en todos y cada uno de nuestros sistemas y sin él no sobreviviríamos ni una semana. Lo que sí podemos hacer es prepararnos para que no se active a la menor provocación. Los caminos son simples, requieren conciencia y entrenamiento, pero producen cambios sustanciales.

Meditación: bienestar profundo y a largo plazo

Hay dos formas de evitar que el ciclo de la sobrevivencia se vuelva un mecanismo nocivo. Una es cambiar de ambiente o de rutina. Y la otra es modificar nuestras reacciones. No importa por dónde se empiece, una le abre la puerta a la otra, pero si a corto plazo resulta difícil cambiar de ambiente, al menos se puede comenzar por uno mismo.

La ciencia actual se ha dedicado a revelar lo que los orientales sabían desde hace siglos: la meditación es capaz de modificar nuestra reacción a los peligros desde la expresión genética. Específicamente, un estudio reciente mostró que gracias a la meditación los genes asociados al metabolismo de la energía se activan (mitocondrias, secreción de insulina, configuración de los telómeros), mientras que aquellos relacionados con la inflamación y el estrés se desactivan.

Estos efectos de la meditación se verifican a largo plazo. “No basta con relajarse”, explica el Dr. Herbert Benson, responsable del estudio, sino que se requiere de una práctica constante e integral para que haya una respuesta genómica que contrarreste los efectos nocivos del estrés. Esta práctica constante se basa en los principios de la medicina integrativa; no se trata de ejercer acciones aisladas para remediar dolencias aisladas, sino de construir una forma de vida saludable que integre todas nuestras dimensiones humanas.

El estudio resulta interesante porque compara dos programas: ejercicios de relajación + dieta + caminata VERSUS un programa llamado Sudarshan Kriya and Related Practices. En el primero se lograron regular algunas funciones temporalmente, pero en el segundo (SK&P), las muestras de sangre de los participantes muestran un cambio significativo a nivel genético.

El SK&P incluye asanas de yoga, respiración pranayama y meditación. Lo más interesante, a decir de los investigadores, es que la meditación produce efectos antidepresivos tan eficaces como la imipramina. Por otra parte, las asanas de yoga y los mantras de la meditación parecen darle la vuelta a la hipertensión, los problemas cardiovasculares y algunos tipos de cáncer exacerbados por el estrés.

Los entrenamientos para los participantes en el estudio duraron ocho semanas. Sorprendentemente, las pruebas de sangre del grupo que tenía meditación mostraron una expresión genética contraria a la que se da cuando ocurre la reacción “huir-atacar”. Los participantes, además, reportaron menores niveles de ansiedad y estrés, además de aumentar su optimismo, sentirse más alertas y conscientes tanto de sí mismos como del entorno.

El Dr. Benson señaló que estos resultados se dieron meditando de diez a veinte minutos, dos veces al día. “Hacer el programa por años resulta una herramienta muy poderosa que puede modificar la actividad genética”, concluye Benson.

Twitter: @luzaenlinea

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