La autoridad paterna

El niño necesita para desarrollarse de una manera saludable y placentera, un entorno de seguridad, estabilidad y contención afectiva, entorno que se crea a  través de las funciones maternas y paternas.


La función paterna por excelencia es intervenir y acompañar en la separación de la relación simbiótica con la madre para iniciar un proceso de independencia y de construcción de la identidad, y luego para la formación de valores, normas y prácticas sociales indispensables.

El padre es una pieza clave en la relación vincular. Se erige como autoridad para abrir la relación de a 2, favoreciendo la salida hacia el exterior de la simbiosis madre-hijo, apertura que es la base de futuras relaciones afectivas, y es quien ayuda a que el hijo ocupe con el tiempo, el espacio que le corresponde, el cual no está encima de la madre, ni en el centro de la pareja, sino en la sociedad elaborando su proyecto de vida personal.

La función paterna entonces da soporte y seguridad, representa la ley, aporta límites a la fusión madre-hijo.

Pero el ejercicio de este rol tiene sus dificultades y características propias en esta época.

Una de estas dificultades está dada por demasiada presencia: padres que instauran normas muy rígidas y exigentes, sin dejar espacio para su propias construcciones, acompañadas muchas veces con manifestaciones de agresividad; la otra, por la indiferencia o ausencia: padres que no ejercen sus funciones con presencia, poniendo en juego sus propias emociones y su cuerpo, niños que crecen sin la mirada afectiva de sus adultos de referencia, en un ambiente emocionalmente neutro sin aprobaciones ni desaprobaciones que orienten su proceso.

Estamos asistiendo a una modalidad nueva del ejercicio de este rol.

Vemos a diario a padres que participan de una manera activa en la crianza y esto genera consecuencias en el vínculo con sus hijos. El punto fuerte es el logro de un vínculo más cercano y profundo; el débil  una autoridad más flexible que llega muchas veces a carecerla.

Esto genera en los niños un clima de inseguridad, que suele despertar entonces caprichos, mal humor, entre otras emociones de tinte negativo, y en la familia un desorden en las rutinas, que dificulta el día a día.

Frente a ello es indispensable reflexionar acerca de qué tipo de crianza nos proponemos brindarle  a nuestros hijos, qué medidas debemos tomar para lograrlo, y buscar ayuda profesional cuando registramos que no estamos pudiendo.

Cuando un niño tiene actitudes de rebeldía frente a la autoridad, los padres deben preguntarse qué estrategia para la implementación de límites están llevando adelante, cómo es el vínculo con sus hijos y revisar de esta manera las bases de uno y otro para  modificar aquellas que no colaboran en la construcción saludable de la idea de autoridad, en el respeto por las normas establecidas, la tolerancia al "no", entre otras cosas.

Podemos estar  presenciando una crisis de autoridad. Esto es, cuando alguno de los padres, o en casos extremos ninguno de ellos ha establecido frente al hijo un lugar claro de autoridad, es decir que su palabra es orientadora de lo que se puede o no hacer. Se trata de niños que están por fuera de las normas y que presentan rebeldía constante ante las mismas, generando desatención frente a la palabra del adulto,  incumplimiento de la norma o manifiesta claramente su desacuerdo con caprichos, berrinches, llantos u otros.

Las consecuencias pueden ser:
-    No registro de la autoridad.
-    Mala relación con los límites.
-    Intolerancia a la frustración.
-    Difícil convivencia en diferentes ámbitos: familia, escuela, grupo de pares.
-    Dificultad en las relaciones afectivas.


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