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Oda a la malcriadez

Texto: Mariana Israel

¿Hasta qué punto puede malcriarnos el amor? ¿Cuándo es “demasiada” la atención que recibimos de nuestros padres? ¿Quién tiene la autoridad suficiente como para establecer el límite?

Todas estas preguntas (y muchas más) me cuestiono cuando acusan a mi mamá de haberme malcriado. Creo que las malacrianzas tienen mala fama. Pienso que cuando se trata de amor, más siempre es mejor.

Actos de amor

Fui hija única, la “beba” de mi familia. Mi mamá luchó por tenerme (literalmente, se sometió a tratamientos espantosos). Por eso, cuando finalmente llegué, me inundó de cariño. No me malinterpreten: me críe en una casa llena de límites. Sus malacrianzas no eran materiales, tal vez por eso eran tan sanas.

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Cuando iba al colegio, tenía una hora de recreo para almorzar. Aunque no viviéramos tan cerca, mamá venía a buscarme, me traía a casa donde siempre me esperaba un plato de comida casera y calentita, y luego me devolvía, en tiempo récord. Yo aprovechaba esos ratos para despejarme, descansar y dormir unos minutos de siesta en el coche.

Ya en la adolescencia, seguía llevándome y trayéndome a todas partes: a las casas de mis amigas, a donde mi novio, al trabajo. No todos los días, claro, yo ya utilizaba el transporte público como cualquier otra persona. Pero sí cuando se hacía de noche, cuando diluviaba o cuando me esperaba un día difícil.

¿Más “malacrianzas”? Para mi cumpleaños, nunca faltaron sus pasteles y su dedicación para que ese día fuese el más especial del año. Su amor maternal también se reflejaba cuando atravesaba malos momentos. Cuando corté con mi primer novio, a los 22 años, tuve mi primera crisis grave de insomnio.

Durante meses, no dormí más que un par de horas por noche. Me aparecía en el dormitorio de mis padres empapada en llanto, desesperada (solo alguien que sufre de insomnio va a entenderme). ¿Ustedes creen que alguna vez me envió de regreso a mi habitación? Nunca. Ni una sola vez. Me arropaba, me abrazaba y me curaba el sueño con sus mimos.

Amor con amor se paga

Todo vuelve: estoy segura de que soy una persona más atenta y con una gran capacidad de empatía gracias a mi mamá. Me levanto 6:15 de la mañana solamente para llevar a mi novio en coche hasta la estación de tren, como alguna vez lo hizo ella por mí. Me encargo de que los festejos de cumpleaños de mis seres queridos sean únicos, y sé que voy a hacer lo mismo por mis hijos. El efecto del amor se multiplica.

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La ciencia me respalda. Darcia Narvaez, profesora de psicología de la Universidad de Notre Dame, afirma que los niños que reciben cariño físico y afecto durante la infancia resultan más bondadosos, inteligentes y serviciales, de acuerdo con un artículo publicado en la revista Time.

“Lo que se ha estudiado más es la capacidad de respuesta”, expresa la experta a la publicación, en referencia al modo en que los padres responden a sus bebés y reaccionan acorde a sus necesidades. “Esta se vincula claramente con el desarrollo moral. Contribuye a formar una personalidad agradable, una conciencia temprana y una mayor conducta prosocial”, añade.

Ellen Abell, profesora asociada de desarrollo humano y estudios familiares de la Universidad Auburn, recomienda en el sitio de extensión de la entidad “ser generosos con el tiempo y el aliento” que les ofrecemos a los niños pequeños. “Tu calor y afecto los estimulará a responder positivamente a tu orientación”, destaca.

Cuando hoy alguien me acusa de ser una malcriada, me río y pienso “menos mal”. Tuve la suerte de que mi madre derrochara cariño en mí.

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