Mi suegra, mi segunda mamá

Texto: Mariana Israel

Mi relación con mi suegra no fue amor a primera vista. Sentía que entre “Pelusa” y yo existía un abismo de desentendimiento: ella se había casado a los 19 años, y había consagrado su vida a su marido, militar, y a sus hijos; a mí, con 28 años, me cuesta pensar en niños, al menos por ahora. Ella apenas terminó la secundaria; yo ya hice dos posgrados. Ella nunca trabajó; yo soy una workaholic. ¿De qué podíamos hablar?


Los temas de nuestras conversaciones oscilaban entre el clima, la moda y las anécdotas familiares (aburridísimo). Sin embargo, en algún punto –tal vez cuando decidí que su hijo iba a formar parte de mi vida para siempre y que yo, para siempre también, estaría indisolublemente ligada a su familia–, el vínculo dio un giro.

Empecé a verla no como una ama de casa con una vida monótona, sino como una mujer luchadora, que crió a sus hijos prácticamente sola. Cada vez que su marido partía en alguna misión del ejército, “Pelusa” no sabía ni cuándo volvía, ni si iba a volver. Agallas le sobraron para mudarse más de cuatro veces de provincia, con tres hijos pequeños a cuestas, y tuvo la flexibilidad suficiente como para adaptarse a los entornos más hostiles.

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Fue cuando aprendí a aceptar nuestras diferencias, y a celebrarlas, que la adopté como una segunda mamá. Muy distinta de la mía, que se casó a los 40 años y recién a esa edad fue madre, pero igual de admirable.

De villanas a heroínas

Las suegras suelen ser retratadas como las villanas de las películas. No dudo que haya casos espantosos que les otorgaron semejante mala fama. Entre mis amigas, somos escasas las que mantenemos una relación sana y positiva con nuestras madres políticas. La mayoría se queja por su exceso de atención –“se mete en todo lo que hacemos”–, o por absoluta carencia de ella –“nunca nos llama ni viene a visitarnos”.

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Me pregunto si parte de la culpa no la tendremos nosotras, las novias y esposas, por depositar sobre las suegras expectativas desmedidas.

Llevarse bien, esencial para la relación

La psicoterapeuta Diane Barth señala en la revista Psychology Today que las relaciones con la familia política son clave para la salud de una pareja. Por eso, vale la pena hacer el intento de llevarse bien con la suegra. ¿Cómo?

  • Acéptala como parte de tu vida, con todos sus defectos. Quejarse o pretender que cambie no servirá de nada.

  • Adáptate y sé flexible con sus costumbres familiares. “Las parejas saludables reconocen que sus familiares políticos son diferentes y que tienen su propia cultura, que no es ni buena, ni mala”, destaca la psicoanalista Cathy Siebold en el sitio Psych Central.

  • No apuntes a tratarla como a una madre de entrada. “Trata (a tus suegros) como a cualquier otra persona que estás empezando a conocer”, aconseja Barth en Psych Central.


Tal vez, no adores especialmente a tu suegra. Como con las amistades, la química entre dos personas tiene una cuota inexplicable de “magia”. Pero, tal como aconseja Barth, comprende que es parte de tu vida, ¡y que sería conveniente encontrar la manera de convivir en paz!

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Tú, ¿qué rescatas de positivo de tu suegra?

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