Ser salvajes e inmaduros, cosas que no podemos evitar

Los hombres conservamos elementos que nos hacen elementales e incluso infantiles.
Los hombres conservamos elementos que nos hacen elementales e incluso infantiles.

El hombre no ha perdido del todo su origen rústico y bestial. Recuerdo ese dicho popular que reza: “El hombre es como el oso: cuanto más feo, más hermoso”. Esto implica que no se ha abandonado del todo esa condición primitiva que nos hace parecer a los varones, en algunos casos, elementales; y en otros, un poco infantiles.

La circunstancia de la masculinidad admitiría que se conserven pequeños rasgos de tosquedad en modos y maneras e incluso en torpeza. Asimismo, si bien el hombre a lo largo de los tiempos se ha pulido, en todos nosotros continúan anidando en un recóndito subsuelo de nuestra mente ciertos atributos (no estoy seguro de llamarlos así), innegables trazos de una ligera inmadurez. Son conductas un tanto infantiles que dejamos escapar esporádicamente y en contextos especiales.

Generalmente, cuando no nos observa nadie tenemos actitudes que reniegan de las reglas de trato social, que tanto se han esmerado nuestros padres en que aprendiéramos y aplicáramos. Los hombres cuando estamos solos —debemos sincerarnos— comemos con la mano. De hecho, en ocasiones tomamos comida hirviendo de la olla con los dedos y después corremos despavoridos por la quemazón hasta el chorro de agua fría.

Por supuesto que en la soledad del hogar no ensuciaremos un vaso que luego tengamos que lavar, la que sabemos es una tarea poco lucrativa. Si nos es posible beberemos del pico del envase de agua, refresco o leche. Y es muy probable que nos sequemos la boca con la manga o con el dorso de la mano.

Si lo anterior configura alguna clase de “bestialismo”, lo que sigue tiene que ver con la “niñocidad” (si se me permite el neologismo). Esto segundo sucede a lo mejor porque se nos ha inculcado que debemos conservar siempre a ese niño que alguna vez fuimos, en un lugar del corazón.

En este sentido, a más de uno nos ha pasado que hemos recorrido un aeropuerto de cualquier parte del mundo sintiéndonos agentes secretos. Nos convencemos imaginariamente que estamos allí para cumplir una misión confidencial en la que perseguimos de modo encubierto a un criminal peligroso. Sí, como un chiquillo.

Así de tontos somos a veces los hombres que, cuando estamos en un lugar transitado, vemos a la gente que va caminando por la acera e imaginamos que van compitiendo entre sí para ver quién llega antes a una meta (que nosotros hemos inventado, por supuesto).

Mantenemos algunos gestos adolescentes aun siendo adultos, sobre todo cuando armamos grupos de amigos varones en la red social Whatsapp. Si el grupo está conformado por caballeros de entre 35 y 55 años, es muy factible que se transforme en un lugar de exhibición e intercambio ingenuo de imágenes de señoritas escasas de ropa. No se sabe cuál es el efecto púber que se activará en señores hechos y derechos que terminan procediendo como imberbes sin control.

Quizás los comportamientos salvajes e infantiles sean los que reciban las mayores críticas del universo femenino. Pero también posiblemente sea un arma de seducción subliminal que ellas secretamente amarán que tengamos los hombres, quienes así nos conservamos silenciosamente fieles a los instintos que nos gobiernan.

¿Qué te parece?

@Sebas4nier

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