¿Mentiras para enamorar? Así lo ve un hombre

Algunos hombres tienen su arsenal de métodos y mentiras para magnetizar mujeres. / Foto: Thinkstock
Algunos hombres tienen su arsenal de métodos y mentiras para magnetizar mujeres. / Foto: Thinkstock

“Sólo las mujeres y los médicos saben cuán necesaria y bienhechora es la mentira.”
Anatole France

Solemos contabilizar la cantidad de parejas que se han desunido a raíz de una mentira. Le asignamos un poder tan destructivo que, ante su descubrimiento, parecería que la unión entre dos personas tiene los días contados. Evidentemente, la mentira tiene muy mala prensa.

Exceptuamos de esta categoría a las bromas y chanzas que, intentando producir un embuste, no alcanzan para configurar un engaño hecho y derecho.

Se podrá también tener en cuenta que quien expresa lo que cree o piensa interiormente, aunque fuese un error o algo carente de veracidad objetiva, no miente, porque para ello se requiere intención. Algunos dirán: mala intención. Por eso se podría decir algo falso sin mentir. Astutamente, alguien podrá afirmar en consecuencia que, ante la ausencia de la voluntad de engañar, no hay mentira en absoluto.

Cuando se habla de engañar, muchos hombres recordaremos que se trata de un subterfugio que todos hemos utilizado el momento que intentamos atraer a la chica que nos gusta.

En mi familia es conocida la anécdota que ya alcanzó la estatura de fábula que narra cuando mi padre, en ese entonces un indomable veinteañero, le habría asegurado a mi madre —una cándida doncella— que él y su familia eran propietarios de una incalculable cantidad de hectáreas de campo, extensiones de tierras cultivables hasta donde se perdía la vista. Por supuesto que se privilegiaba el propósito de cautivar a mi pobre madre con una invención vacía de autenticidad.

Los hombres poseemos en nuestro arsenal de métodos para magnetizar mujeres un arsenal de mentiras —las llamaremos leves, piadosas, inofensivas— y las utilizaremos sin compasión (o con pasión) en la estrategia construida para ganar el corazón de la fémina que hubiese caído en nuestra área de conquista.

Otro de los recursos a los que echamos mano es la “exageración”, pariente de la mentira, que también es una alteración de la realidad usada, en este caso, con propósitos de encantamiento. Podríamos aseverar que existe un catálogo de mentiras que cada uno inconscientemente atesora. Embustes ganadores, algunos son fruto de la propia experiencia, otros rescatados de las conversaciones con los amigos.

Entre nosotros, cuando la suficiente confianza lo amerita, existe lo que se llama “intercambio de figuritas”, que no es otra cosa que comparar los recursos y habilidades de seducción de otros para establecer una especie de clasificación jerárquica entre las mentiras que han sido más exitosas. De todas maneras cada uno se reserva su mejor técnica, la argucia que rara vez falla. Esa, como la “figurita difícil”, no se comparte.

La interrogante que se plantea es si la mentira utilizada para enamorar debe recibir el mismo oprobio que una destinada a lastimar o dañar una relación. Entonces, ¿qué calificación recibe una mentira que no tiene otro que el designio de obtener amor?

Se dice que “el amor todo lo soporta”. Por eso, en nombre del amor habría que reivindicar a las mentiras, falsedades, fraudes y tretas que persigan alcanzar el afecto de una alma gemela. En caso de que la relación de la pareja prosperase, se hiciera duradera o llegare al altar, aquella mentira que ayudó a encantar a la dama no debería ser pasible de sanción moral ya que gracias a ella, entre otros factores, se ha logrado formar una pareja. Al no causar mal alguno no deberían recalar reclamos. Por el contario…

Popularmente se comenta que la mentira “tiene patas cortas”. Quizá no esa sea su mayor debilidad, sino que no se sepa utilizarlas adecuadamente. ¿O estoy mintiendo?

Y tú, ¿has mentido o te han mentido para iniciar una relación amorosa? Cuéntanos tu experiencia.

@Sebas4nier

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