Dos trampas en el camino virtual: Facebook

Es difícil encontrar a alguien ausente de alguna red social. La que fuera. No estoy haciendo un juicio de valor, solo expresando un hecho de la realidad. A decir verdad, de mi círculo más cercano, tengo únicamente dos familiares que no participan de la movida de las redes sociales. Uno, por la edad, y el otro, porque es un tecnófobo hecho y derecho, al que podríamos considerar militante debido a su aversión por todo lo que tiene sabor a tecnología. Cada tanto me hace ver que él, sin redes sociales o un smartphone de último modelo, vive mejor que yo, luego se calma por unos meses, hasta que me vuelve a llamar para que lo ayude a configurar su conexión a Internet.

Riesgos recientes en Facebook
Riesgos recientes en Facebook

Usa todavía un discman (sí, esos dispositivos reproductores de CD de audio que surgieron hace tres décadas de la mano de Sony) y reniega cada vez que se le descompone y le cuesta conseguir los repuestos, tan difíciles de hallar como la piedra filosofal. Pero en lo que sí tiene razón, aunque yo jamás se lo voy a admitir, es que participar en redes sociales también tiene sus riesgos, más allá del extremo de volverse adictos a ellas, como cada tanto encontramos en algunos usuarios.

Hace unas semanas, una amiga se comunicó con todos los que estamos en su círculo de contactos en Facebook para alertarnos de que un desconocido estaba tratando de robarle su perfil. ¿Cómo era esto? Había obtenido una foto que mi amiga había subido y había generado un perfil muy parecido, aunque en el nombre propio había repetido una letra. Si mi amiga se llamaba, por decir un nombre ficticio, Juana García, él o la usurpadora había puesto Juaana García. Pero no solo esto: había comenzado a dirigirse a todos los contactos de la Juana verdadera para decirles que había generado un nuevo perfil y que la siguieran. ¿Cuál es el peligro? Tarde o temprano la apócrifa obtendría información sensible de la real. Finalmente, Juana García denunció en Facebook a Juaana para que le bloquearan su cuenta.

Otro hecho ocurrió hace unos días, que aunque todavía no podemos calificarlo de alarmante, ya se dice que afectó a 110.000 usuarios de Facebook luego de transcurrir apenas 48 horas de haberse descubierto la maniobra. La treta consiste en que un contacto nos invita, en la línea de tiempo de Facebook, a ver un videoclip porno. Al cabo de unos instantes de empezar, se nos informa que solo podremos continuar viéndolo si instalamos una nueva versión del Flash Player. ¿Qué más inocente que el Flash Player, el conocido software de Adobe? Sin embargo, uno cree que está instalando este programa, pero en realidad está colocando en la computadora un virus troyano, que se enviará a su vez a 20 de los amigos de la nueva víctima. El daño ya estará hecho. ¿Qué obtendrá? El robo de las claves que escribimos en nuestro equipo. De entrada sepámoslo: perderemos dinero de nuestras cuentas bancarias.

¿Quién creería que alguien enviaría un video porno por las redes sociales a un amigo? ¿No sabe que esto es visible a todos los contactos? Pero la ingeniería social existe y es un arma muy utilizada por los ciberladrones. De cualquiera de estos dos casos de ataques uno puede defenderse utilizando el sentido común.

Por supuesto, estos dos casos no se los he contado al tecnófobo del que les hablé. Quiero tener una cena en paz la próxima vez que nos encontremos.