Mentiras que valen la pena

Crecí bajo el mandato del "no mentirás". No sólo me lo decían las monjas en la escuela sino la literatura infantil de "Pinocho", la sabiduría popular del refrán "al que dice mentiritas le crece una jorobita"… Sin embargo, como si toda esta información solo me hubiera inmunizado, fui ganando experiencia como mentirosa. ¿No es eso en definitiva ser una contadora de historias?

¿Es verdad que todos somos mentirosos? - Thinkstockphotos
¿Es verdad que todos somos mentirosos? - Thinkstockphotos

Ya sabemos que la ciencia se alborota con las reacciones humanas, por lo que no podía fallar entonces que se dedicara a investigar qué hay detrás de la mentira. Y que descubriera, por ejemplo, que las personas decimos 3 mentiras cada 10 minutos. Aunque imagino que esto es solo un promedio: estoy segura que los políticos dicen muchas más.

Ahora, si sabemos que los políticos mienten, ¿por qué los escuchamos y les creemos? Es más, ¿por qué terminamos votándolos?

Las generales de la ley también valen para los jefes. Llega un empleado, le inventa una serie de excusas por su tardanza en terminar un trabajo y aunque al escucharlo no le cree, hace como que sí. Entonces el jefe, aprovecha el saberse engañado y redobla la apuesta, le pide más y le pone otro plazo que deberá cumplir bajo pena de sanción. ¿Reconocen el mecanismo? Es el mismo que aplican millones políticos, de amantes, de padres e hijos…

En la década del ´70, el economista Michael Spence redactó un célebre artículo que terminaba mostrando que es más que entendible que las personas traten de mentir a la hora de una entrevista laboral (diciendo que son mejores candidatos para ese puesto de lo que son en realidad). Y que hay un margen para que esos empleadores que no les creen, terminen contratándolos igual: la mentira solo habla de la voluntad de ser aceptados.

Los que alguna vez hemos comprado un auto usado, sabemos que no hay dueño o vendedor que no mienta acerca de su estado. Sin embargo, por alguna extraña razón, los compradores les creemos. Parece que lo que tenemos, dicen los especialistas, es un exceso de confianza en que sabemos detectar mentiras y una gran inseguridad sobre nuestra capacidad de mentir. Y que si todo el mundo no miente es porque no se cree capaz de hacerlo bien, porque teme ser descubierto. Riesgo mayor si se miente face to face. Por eso, los medios más populares para mentir son el escrito y el telefónico (¡quién le cree a un telemarketing!).

Por más buenas personas que nos creamos, TODOS SOMOS MENTIROSOS. Soy de las que cree que es más cruel andar por el mundo escupiendo lo que pensamos a cada paso, que decir unas cien mentiras que valgan la pena, como cantan Juan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.

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