La peluquería y las mujeres

La última vez que fui a teñirme el cabello a la peluquería, un padre de familia había decidido llevar a sus dos hijos con él. Primero se cortó el pelo mientras sus pequeños daban vuelta alrededor de una mesa ratona con todas las revistas de actualidad y moda. Y después, ante el pedido del mayor, espero otro turno y lo acompañó en su propio proceso de coiffeur. Los chicos se divirtieron de lo lindo. Para mi gusto, en exceso.

No es que me esté poniendo vieja y quejosa. Es que para poder dedicarme esa hora y media de peluquería, había tenido que organizar con esmero la agenda de trabajo, la retirada del menor de la casa por el colegio y el cambio chico para que pagaran en mi casa la entrega de compras a domicilio de la verdulería.

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El premio era grande y ameritaba todo ese esfuerzo. Por eso la “sorpresa”. Esa ida a la peluquería la había planificado como quién prepara un retiro espiritual, una tarde de relax, y no pudo ser. ¿Por qué? Porque otra madre, más astuta que quien escribe estas líneas, logró quedarse sola en casa mientras su marido iba a la peluquería a romper el relax ajeno.

En fin, más allá de la anécdota, lo cierto es que la peluquería es un espacio de intimidad al que, a lo sumo, dejamos entrar al peluquero y a alguna amiga. Y, por lo tanto, cualquiera que se anime a romper con este microclima merece, por lo menos, la horca.

¡Es que nos ha llevado años construirlo! ¿O no tardaron muchísimo tiempo en dar con “el lugar”? ¿No han pasado más peluqueros por su cabeza que hombres por su vida? Dar con el estilista ideal, es todo un “trabajo”. Una relación a la que has accedido a fuerza de conocimiento y paciencia. Y por eso, debemos cuidarla.

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Para quienes aún están en la gran búsqueda, aquí van algunas premisas que las ayudará a no malgastar la oportunidad:

- Para que no haya lugar a malos entendidos, si estás dispuesta a quedar como una modelo, lleva la foto que te ha inspirado. “Quiero quedar tal cual”, dices. Y no habrá dobles mensajes. Todo estará más que claro. Así y solo así, seguramente volverás a ese salón de belleza.

- No temas hablar de más aunque esté la foto delante de ambos. No uses vocabulario específico. Es mejor que digas “look bien playero” que te metas con las capas o los desmechados. Sé muy sincera, aún con tus miedos.

- No te pongas a enumerar centímetros a cortar. Si has decidido que las tijeras entren en escena, marca con el cabello seco hasta dónde quieres que sea tu nuevo largo.

- Busca el tono del cabello que quieres tener en algún muestrario y pregúntale como quedará con tu base. Nunca hables con generalidades. Nada de “rubio” o “oscuro”. ¡Hay muchas gamas!

- Sé muy sincera en cuanto al cuidado que le das a tu cabello. Nada de “vivo haciéndome baños de crema y no sé por qué está así”, si en realidad te la pasas con el secador o la máquina de alisar en la mano. Tampoco ocultes si eres de las que sale a la calle con el cabello húmedo y sin peinar. El peluquero debe saberlo todo a la hora de aconsejarte.

- Y si recibís un corte nuevo, totalmente distinto al que tenías, no tengas vergüenza en preguntarle cómo peinarlo, secarlo y mantenerlo cuidado y prolijo.

- Tampoco te dejes convencer facilmente. Te lo digo por tu cabeza pero también por tu bolsillo. Pregunta el precio de cada cosa antes de que te la hagan. No sea cosa que te vayas a llevar una sorpresa y se te arruine la salida.

- Las peluquerías son ambientes aptos para parlotear. Pero tampoco tienes que hablar si no es ese tu plan. Una conversación forzada e incómoda ¡es peor que el silencio! Un buen libro o revista, un par de auriculares, siempre será una salida elegante.

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¿Qué es lo que más y menos disfrutas de ir a la peluquería?