...Y comieron perdices

Cenicienta, Blancanieves, Caperucita Roja, La bella durmiente. También las obras de Julio Verne. Y todos los libros de tapa amarilla de la colección Robin Hood: Colmillo Blanco, Juvenilia, Alicia en el país de las maravillas… ¡Cuántos recuerdos! Y me quedo corta. Porque hay más, estos son solo algunos de los clásicos que nos contaron en la infancia y que aun hoy soy capaz de relatar de memoria a mis hijos, que los reciben con la misma atención, interés y alegría con que hace décadas los escuchaba de primera mano.

¿En dónde radica la magia de estos cuentos infantiles que parecen eternos? ¿Por qué hacen tan bien?

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Hay que partir de la base de que existe una estructura propia del género: los cuentos empiezan con una situación de carencia, terminan con una recompensa o reparación del conflicto planteado en el inicio. Sobresalen los héroes, por su nobleza pero también por su bondad y belleza; los malos, tarde o temprano, pierden. Se presenta un mundo ideal; y los finales son felices. Y ya sabemos el efecto reparador (y contenedor) que tiene para cualquiera, no importa su edad, escuchar de boca de un ser querido que algo terminó bien y que sus protagonistas “fueron felices y comieron perdices”.

Pero no es lo único por lo que los cuentos de hadas y brujas; de príncipes y villanos, deben sobrevivir a las batallas virtuales plagadas de efectos especiales que hoy juegan los chicos en red. Cuando un adulto lee un cuento a un niño, lo está guiando por el camino de la imaginación y le está dando permiso para transitar la fantasía. Además de estar acompañándolo en un recorrido que seguramente dejará huella en su vida por el simple hecho de transmitir valores y nociones de moral y ética, fundamentales para su desarrollo.

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Era una niña cuando el golpe de Estado e 1976 puso de facto un gobierno militar al frente de la Argentina. Por ese entonces, no entendía bien qué pasaba, ni la gravedad de los hechos. Pero algo intuí cuando mis padres me pidieron que les diera, para “guardar mejor”, mi libro de cuentos “Un elefante ocupa mucho espacio”, cuya autora, Elsa Bornemann, había sido prohibida por los militares. Un libro, un gesto, me dijeron mucho más que mil palabras.

Hace unos días, mi hijo menor me pidió ayuda para una tarea escolar. Tenía que preguntarle a un adulto sobre aquella fecha, hoy marcada en rojo en el calendario nacional. Le conté esa anécdota, busqué el libro en mi biblioteca y le leí uno de sus cuentos. Entendió todo. Y hasta se puso feliz porque ya no teníamos que ocultar el libro.

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Los cuentos infantiles son un nexo entre el mundo de los adultos y el de los pequeños. Son un puente que debemos tenderles si queremos que ellos sean su presente, pero también su pasado y todo lo que se animen a soñar. ¡No perdamos el hábito de leerles o inventarles un cuento si queremos que sean felices (aunque sea por un rato)!

Ya lo dijo el escritor Charles Dickens: “Caperucita Roja fue mi primer amor. Si me hubiera casado con ella, habría conocido la felicidad completa”.

¿Qué cuentos infantiles han dejado huella en tu vida? ¿Ya los has contado a otros?