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Mensajes a media noche o (“Why you only call me when you are high”)

Hay hombres que solo buscan a ciertas mujeres sólo cuando están bajo la influencia de algún estupefaciente. / Foto: Thinkstock
Hay hombres que solo buscan a ciertas mujeres sólo cuando están bajo la influencia de algún estupefaciente. / Foto: Thinkstock

Mi amiga Claudia no es alguien difícil de descifrar, mucho menos de tratar. De hecho, tiene una personalidad bastante positiva y llevadera. Se levanta todos los días temprano, saluda al sol —literalmente— con una rutina de yoga; desayuna fruta y una porción de cereal que mide en una taza; llega a su oficina antes que los demás; y toma durante la mañana un té rojo que un conocido le consigue de China cada mes. Lleva años en el mismo trabajo y lo hace con la misma pasión como cuando entró el primer día.

Es de las pocas personas que conozco que no se queja del tráfico, del monstruo de ciudad en el que vivimos, de los políticos u otros temas que dominan las conversaciones del resto de los que la rodeamos. Claudia sólo tiene un problema que la ha privado del sueño —otra vez, literalmente— en los últimos tres fines de semana.

Claudia es una persona diurna, nunca fue muy fiestera y sólo sale de noche cuando tiene que hacerlo. Prefiere quedarse en casa, preparar alguna receta que encontró en Internet, ver alguna serie o meterse a la cama a leer. Suele quedarse dormida con el libro abierto y, como se mueve poco mientras descansa, éste se convierte en un edredón más, cuyo peso le da seguridad. Es de sueño ligero y cualquier ruido la despierta, en especial la vibración de su teléfono cuando recibe un mensaje.

—Conocí a un tipo en una fiesta— me dijo hace poco.
—¿Fiesta? Pero, si tú no sales —afirmé.
—Era el cumpleaños de mi hermana, no podía faltar— respondió con la mirada puesta en el techo del lugar donde cenábamos—. En fin, estaba allí, viendo la hora para poderme ir sin obtener un reclamo de por medio.
—Ajá.
—En eso se me acercó Rodrigo, el tipo este. Hizo un comentario muy simpático sobre la concurrencia. Me reí. Fue a la cocina y me trajo una copa de vino. La verdad, no me pareció feo en absoluto. La copa se convirtió en casi toda la botella y, aunque la conversación era amena, estaba agotada y llamé a un taxi para que pasara por mí —relató Claudia.
—¿Y el tipo?
—Le di mi teléfono antes de despedirme y le dije que siguiéramos la charla en otro momento. Luego llegó el taxi y salí corriendo de allí.
—Pues, suena muy bien, ¿no?
—Sí, en papel suena muy bien —externó ella—. El problema es que como en la canción de Arctic Monkeys, “sólo me habla bajo la influencia de algún estupefaciente”.

El tono de mi amiga lo decía todo. En sus palabras resonaba una mezcla de resentimiento y resignación que en segundos confirmó.

—¿Por qué los hombres hacen eso? —me preguntó—. Obviamente le gusto, porque, si no, no me mandaría mensajes con insinuaciones después de la media noche, ¿o no?

El plato frente a Claudia, todavía humeando, esperaba intacto e inerte a su comensal de la misma forma en la que ella exigía de mí una respuesta.

—Sí, le gustas.
—¡Lo sabía!
—Pero, no de la forma en la que quieres —agregué.

Le expliqué que, desde mi punto de vista, solo tenía dos alternativas: o aceptaba alguna de las trasnochadas propuestas de su pretendiente y pasaba un buen rato con él, o dejaba de responderle los mensajes de una vez por todas hasta que él entendiera que ella no estaba interesada.

Claudia permaneció reflexiva unos segundos, después agarró el gin & tonic junto a ella y se lo tomó de un solo trago. Sacó su teléfono móvil y empezó a teclear en la pantalla.

—Escojo la primera —dijo sin despegar los ojos del aparato.



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@AnjoNava

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