#CDMA: Un fracaso llamado primer amor

La verdad no sé cuál es el alboroto ni siquiera si exista uno, pero creo que la gente le da demasiada importancia a su primera relación formal.

Mi primera novia fue siempre mi segunda opción.
Mi primera novia fue siempre mi segunda opción.

A mí me llegó tardé, al menos una recíproca. Tenía algo así como 19 años y estaba en primer semestre de la universidad. Ella era una chica que me gustó desde el instante en el que la vi —recuerdo perfecto sus ojos azules, que llevaba puestos unos overoles de mezclilla y que tenía una abundante mata de pelo rubio cortado muy pequeñito—, aunque lo que más me gustó de ella fue que yo también le gusté. Antes de conocerla, me había enrollado con aquellas niñas que no me gustaban tanto y dejé que me pisotearan las que sí. En fin. Aquella fue la primera vez que la situación era más o menos simétrica, por no llamarla equitativa. Bueno, no. Tampoco fue así.

Siendo franco, mi primera novia fue siempre mi segunda opción, un plan B, el colchón de seguridad que evitaría que me hundiera más en la abrumadora soledad en la que ya estaba inmerso. ¿Quién era la primera? Omitiré su nombre. Mejor no. Se llamaba, o mejor dicho, se llama Renata y ahora está casada y tiene un bebé hermoso que, por supuesto, engendró con alguien más. Pero regresemos al pasado que es del que me quiero acordar. En aquel entonces Renata se robó mi voluntad y hacía de mí lo que le placiera.

Un buen día —que no fue nada bueno—, decidí poner en práctica todo lo que había aprendido de las miles de películas románticas que vi, con la esperanza de encontrar en ellas, y de manera muy inocente, el cúmulo de conocimiento que el ser humano había reunido sobre el amor y la seducción. Fue así como abordé a Renata para confesarle lo que sentía y entregarle un CD con una selección de canciones que yo asociaba con ella. Canciones de grupos alternativos, poco populares y de alta exigencia a los que yo veneraba. Debí imaginar que su fascinación por Luis Miguel y otras estrellas del pop era una señal del fracaso al que me había expuesto, así como lo absurdo de mi idea, pero lo hice de todas formas. Tras unos segundos de incertidumbre, Renata agradeció el gesto y me dijo que lo único que podía ofrecerme era la amistad de la que ya era parte.

“¿Cuál amistad?”, pensé yo. Todo lo que hacía por ella no era amistad. Era por satisfacer un deseo incontrolable para que fuera mía. Su mirada y tono de voz me revelaron que la postura que había tomado era inobjetable. Así que con la manga de mi camisa sequé la única lágrima que había escurrido por mi mejilla, recogí la poca dignidad que me quedaba y marché directo a formalizar la relación con mi segunda opción.

En retrospectiva admito que a los 19 años era más pragmático que ahora. En su momento, acepté todas las condiciones que la otra chica —su nombre sí lo guardaré en el anonimato—, me exigió y me entregué completamente al incipiente noviazgo. No por nada duramos juntos apenas un mes, el cual tuvo más pasajes oscuros dignos de recordar.

Mi primera novia y yo no teníamos absolutamente nada en común. A ella le gustaba ir a un club que tenía unas magníficas instalaciones deportivas y que ninguno de sus miembros utilizaba. Los hombres preferían reunirse en los comedores para jugar dominó y las mujeres, lejos de ellos, tomaban café en los jardines y chismorreaban de los acontecimientos diarios. Mi ex me hizo acompañarla un par de veces y, para ello, tenía que ponerme pantalones caqui y fajarme una camisa a cuadros.

Cuando cumplimos nuestro primer mes la llevé al cine. Aun siendo una buena película nunca puse atención a la pantalla. En su lugar, las casi dos horas miré a mi novia de reojo, la forma como se metía puños enteros de palomitas en la boca, y me di cuenta de que no solo no la amaba, sino que no quería pasar ni un minuto más con ella. Esperé un par de días a que se diluyeran los eventos conmemorativos y la corté. Después de eso decidí que no me volvería conformar en el amor ni en nada.

A mí me fue muy mal con mi primera novia y, por fortuna, lo identifiqué muy rápido. Pero, ¿qué hubiera pasado si las cosas no ocurrieran así, si hubiera tenido una mejor relación? Nunca he dejado de preguntarme, quienes terminan casándose con su primera y única pareja, ¿cómo saben que es la buena? ¿Cuál es su punto de comparación?

Supongo que al final, el éxito del primer amor, que pueda durar por muchos años y llegar a instancias como el matrimonio depende de un poco de suerte y de una gran parte de necedad.

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