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Encontrar el amor, la importancia de esperar

Cuando mi amiga Nora terminó su relación de varios años, había una parte dentro de ella que estaba muy triste. Fue mucho el tiempo de convivir con la misma persona, de entablar lazos sentimentales y, sobre todo, de cohabitar un mismo espacio. De hecho, lo que más extrañaba era despertar con él todos los días, a la misma hora. A pesar de que las cosas no estaban bien entre ellos, Nora sentía una especie de motivación para enfrentar las mañanas al lado de su, ahora, excompañero.

 

—Lo sé, era un consuelo de tontos— me dijo hace poco—. Pero, al menos, no empezaba el día sola.

 

También echaba de menos su compañía nocturna, aunque era amante de su propio espacio —motivo por el cual invirtió en una cama tamaño “king size”—. La abrigaba el calor que su pareja emitían al otro lado.

 

—Sí, romper ha sido una de las cosas más dolorosas por las que he pasado —me confesó Nora—. Pero, ¿sabes? Hay algo que me emocionó mucho de hacerlo.

 

—¿Que?– le pregunté.

 

—El empezar a conocer gente nueva –respondió sin chistar.

 

Nora sentía que su nueva vida tenía menos responsabilidades y que sus preocupaciones se reducían a cumplir con su trabajo y pagar la renta. En consecuencia empezó a frecuentar a un grupo de personas más jóvenes que ella, mismo que la mantenían al día con la música, las tendencias y, lo que a ella más le gustaba, los lugares de moda para salir de noche.

 

Pronto desarrolló una fascinación por la mixología y por probar todo tipo de cocteles estrambóticos, elaborados con ingredientes que jamás pensó se pudieran combinar.

 

Otro aspecto que le sorprendía de la vida nocturna era que, sin importar el lugar que visitaba, por lo menos unos cinco individuos tenían algún tipo de acercamiento con ella. Entre sus nuevos y relajados hábitos, siguiendo los pasos de sus recientes amistades, a Nora le encantaba no saber en los brazos de quién terminaría en cada una de sus salidas, hasta dónde llegaría y hasta qué punto sería capaz de maniobrar a su gusto el idilio. Por lo general acababa besándose con el más atractivo en las proximidades del baño, o bien detrás de las columnas y, si se sentía con el suficiente ánimo, pasaba con él la noche.

 

—¿Cuánto tiempo tiene de esto? –le pregunté.

 

—Yo calculo que unos tres o cuatro meses —respondió ella —. Te voy a confesar algo, aunque no me la paso mal y el sexo ha estado increíble, tengo ganas de volverme a enamorar. Conocí a alguien hace poco.

 

Nora me contó de Alejandro, un tipo al que le presentaron durante el cumpleaños de una de sus amigas y con el que pudo tener una conversación lo suficientemente larga como para intercambiar sus respectivos números telefónicos.

 

—Quién sabe qué hubiera pasado de haberme quedado. Por fortuna me tenía que despertar temprano al día siguiente y me fui —dijo mi amiga—. Ahora no sé qué hacer.

 

—Si lo que quieres es amor —sugerí—, lo que debes de hacer es cerrar las piernas. No tengas sexo con él, al menos no todavía.

 

Le expliqué que el sexo casual puede ser una actividad muy divertida, de mucho conocimiento y placer tanto para hombres como mujeres, siempre y cuando se practique con precaución. Pero si lo que se quiere es entablar una relación, en mi opinión lo mejor es esperar antes de quitarse la ropa.

 

El contenerse los obligará a conocerse y a crear vínculos que le quitarán los aires de pasajero al encuentro sexual. Además, tengo la certeza de que los hombres somos cazadores por naturaleza y no hay nada que nos atrape más que un buen reto.

 

—Creo que te haré caso —pensó en voz alta Nora—. Entretanto, me tendré que buscar un nuevo pasatiempo.

 

¿Tú qué opinas?

 

@AnjoNava

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