Enamorarse y encontrar pareja, ¿cuál es la mejor edad?

Dicen que no hay edad para amar y quizá quienes lo dicen tengan razón. El amor es uno de esos sentimientos que se pueden experimentar en cualquier momento de la vida: desde un niño que siente por su madre un lazo extraordinario, hasta la pareja que se encuentra nuevamente en el altar para celebrar sus bodas de oro.

Sin embargo, ¿existe una edad más propicia para encontrar el amor románico? Yo creo que la respuesta es afirmativa.

Conforme crecemos, el anhelo por toparnos con la persona que hipotéticamente pasaremos el resto de nuestras vidas se hace más intenso y latente. Es como si durante la Edad Media un rey nos hiciera caballeros y, por ende, sembrara en nosotros la pasión por llevar acabo una cruzada, una misión incansable por encontrar el Santo Grial, aun sin estar seguro de su paradero ni, mucho menos, de su existencia. Familia y sociedad se encargan de que la idea de tener pareja quede afianzada en el intelecto colectivo y, a partir de cierta edad, se convierte en una auténtica necesidad.

Es en la adolescencia —a veces antes— cuando uno comienza a establecer contacto con las personas que le despiertan curiosidad y deseo por igual. Una etapa de ensayo y error en la que ni siquiera sabemos cómo comportarnos frente a esos individuos, producto del nerviosismo y las subsecuentes consecuencias físicas.

No es aventurado afirmar que cualquier relación sentimental que dé inicio en ese lapso puede ser considerada como un mero juego —al fin y al cabo los seres humanos aprendemos a través del mismo—, ya que ninguna de las partes están capacitadas para cuidar de ella. Claro que hay parejas que se conocen con anterioridad y permanecen juntas hasta que alguno de ellos pierde la vida, pero no son más que excepciones.

Considero pertinente advertir que, para fines prácticos, mis siguientes elucubraciones descansan sobre una serie de generalizaciones. Por ejemplo, lo conveniente que resultan las décadas para resumir los periodos de vida por los que se va atravesando. Es como si cada vez que cumpliéramos un nuevo decenio de vida empezara un nuevo capítulo en la historia de cada uno. 

Siguiendo con esa lógica, los veinte son un periodo para afianzar el entrenamiento amoroso. Son un proceso formativo que sirve para ver de qué estamos hechos, para que florezcan todas nuestras incompetencias y debilidades para aprender a corregirlos o, en el peor de los casos, saber cómo vivir con ellos.

Eso no quiere decir que las relaciones que entablamos a esta edad sean banales o pasajeras. Muchos matrimonios, de esos que duran toda la vida, se forman en este tiempo. Pero siendo realistas, el grueso de los noviazgos entre veinteañeros no está pensado en una inversión a largo plazo.

Cuando llegan los treinta la historia cambia y no podemos engañarnos más. La claridad que nos obsequia la madurez no nos debería permitir seguir culpando a otros de nuestros errores. Es un lapso en el que la consciencia, la honestidad y la responsabilidad hacia con uno mismo tienen que cobrar mayor relevancia.

Después de los treinta se reduce el margen de error, debido a que cada uno se vuelve más costoso. Al ser conscientes del tiempo y su inminente paso se imposibilitan el que salgamos con alguien quien simplemente ‘no da el ancho’. La experiencia acumulada traza un retrato hablado del perfil de persona que estamos buscando y señala con precisión las características que éste debe reunir.

Son estas circunstancias que me hacen pensar en que —años más, años menos— esta década, la de los treinta, es más propicia para encontrar una pareja duradera. Después de los treinta la diversión no tiene por qué detenerse, pero el juego debe parar.

¿Qué opinas? ¿A qué edad te sentiste listo para una relación duradera? Participa.

@AnjoNava

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