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Conciertos, gran lugar para encontrar pareja

Hace poco escuché a alguien en la radio decir que la música no es un producto sino un servicio y creo que tiene razón. Si lo pensamos, de todas las disciplinas artísticas del hombre, ésta es una de las más accesibles y de las que con mayor facilidad se entienden e interpretan sus mensajes.

Es un lenguaje que todo el mundo comprende y que, por lo mismo, ayuda a saciar una de las principales necesidades que tenemos como especie: la compañía. Con música uno nunca está solo porque a través de los catálogos discográficos (que parecen infinitos) siempre encuentra a otra persona que ya vivió —y superó— de ese momento que uno está experimentando.

De igual forma, la música es tan vasta que produce convergencias y similitudes entre la gente. Es un extraordinario tema de conversación para romper el hielo, además de tener esa exclusiva habilidad de sobreponerse los silencios incómodos.

La fuerza de una canción puede unir a países enteros o bien hacerlos luchar en contra de sus gobernantes. La música cuenta historias y estoy convencido que puede ser el detonante perfecto para crear muchas nuevas.

En esa eterna búsqueda del ser humano por estar acompañado, la música puede hacer más que sólo proveer un sonido agradable que distraiga al alma de su soledad; puede convertirse en el lugar idóneo para toparse con otro individuo que de verdad llene ese hueco. En donde hay música hay gente… y en donde hay gente hay una mayor probabilidad de encontrar el amor.

Los conciertos de nuestros grupos y actos favoritos por definición hacen uno de los trabajos más difíciles dentro de un grupo de personas: nos ayudan a filtrar a aquellos candidatos con los que se tiene mayor afinidad. Es muy probable que alguien que pagó un boleto por ver a un artista comparta de la misma manera gustos similares y, en un concierto, el cien por ciento del público reúne esos prerrequisitos. Estamos frente a una multitud que, de inicio, siente una misma pasión por los intérpretes que están subidos en el escenario.

Sin embargo, esto también puede jugar en contra a ese objetivo, ya que precisamente es esa pasión la que los hace poner atención al espectáculo y no darse cuenta de quienes están a su alrededor. Por eso propongo seguir un plan sencillo de acción que permita matar dos pájaros de un tiro: disfrutar del recital y terminar dando (o pidiendo) al menos una vez un número de teléfono.

El secreto está en rodearse de un pequeño y compacto grupo de amigos, dos o tres personas de sexo indistinto que lo acompañen a uno. Después, es preferible llegar a la sede lo más temprano posible y, al hacerlo, tratar de reunirse con la mayor cantidad de conocidos, mandando mensajes de texto o bien registrando la visita a través de diferentes redes sociales.

Al anunciar que uno está ahí, puede encontrarse con ellos en el bar del lugar o en un punto determinado. De esta forma el grupo crecerá cada vez más, encadenando a un número más grande de extraños.

Una vez iniciado el concierto, lo mejor es entregarse al acto que está sobre la tarima, ignorar los celulares y olvidar con quién se está. La única relación existente debe ser entre artista y público, y aprovechar que esa puede ser la última vez que visiten esa ciudad o que coincidan en el lugar en donde estamos.

Al terminar, se estará junto a un grupo de personas unidas por una misma experiencia, testigos del mismo evento y, si se tiene un poco de suerte, habrá una en especial que capte nuestra atención, nos sea atractiva y podamos intercambiar con ella lo ocurrido. Lo que pase después dependerá de cada quien.

Sí, más que un producto, la música es un servicio… y en este caso puede estar a favor del amor.

@AnjoNava


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