Bodas, el sueño de muchas mujeres… ¿y de los hombres?

Desde que tengo uso de razón, he escuchado a mi alrededor que el matrimonio es una de las instancias más importantes por las que pasa —o debería de pasar— el ser humano durante su vida. Lo que siempre he encontrado curioso es que quienes defienden e impulsan esta teoría han sido mujeres.

Quizá existan hombres que sueñan con ese gran día; con el ver a su mujer desfilando por el altar de la mano de algún familiar que la entrega como si fuera una posesión; con el día en el que alguien más oficializa el enlace, frente a todos los familiares y amigos que atestiguan el hecho; con la estrepitosa fiesta que sucede las formalidades y, que sin importar las costumbres, suele ser dibujada por la misma mano, porque debemos reconocer que todas las bodas son iguales. Quizá hay hombres que sueñan desde niños con ese momento pero yo, a la fecha, no he conocido a alguno.

Tengo la idea de que aquellos hombres que, en su día a día, muestran una cierta prisa o ansiedad por casarse y no tienen con quién hacerlo es porque en realidad quieren salir del paso. Buscan justificar y satisfacer la presión que ejerce alguien más, ya sea desde su incisiva madre —mujer, por supuesto— que no descansará hasta ver a su muchachito casado, o bien, por el grupo de amigos íntimos que ya se arrojaron al precipicio y no aceptan que todos no sufran la misma condena. Es una especie de egoísmo colectivo que se rige por el dicho mexicano “O todos coludos o todos rabones”.

Algo similar noto con quienes se están casando. Durante la ceremonia, o incluso la fiesta, las miradas de los novios se pierden y apenas son capaces de esbozar una sonrisa complaciente. Otros, de plano, se ven aterrorizados y no pueden quitar la cara de “Qué demonios hice” y unos cínicos más miran lascivos a la dama que se puso el vestido más escotado de la ocasión.

Probablemente, de no ser por las generosas cantidades de alcohol que se suelen servir en estas celebraciones y de lo bien aceptado que resulta ingerirlas, tampoco disfrutaríamos asistir a las bodas. En mi círculo de amigos jamás he oído a otro hombre decir "¡Me encantan las bodas!", con el entusiasmo con el que lo expresan nuestras contrapartes femeninas o como si se tratara de ir al estadio a ver a su equipo favorito jugar un partido.

Aunque parezca lo contrario, no quiero sonar como un aguafiestas. Después de todo, los hombres se casan sin que nadie les ponga una pistola en la cabeza, aun cuando existan casos en los que sí ocurre. De hecho, estoy convencido de que quienes terminan frente a un altar o una mesa del registro civil y se comprometen de por vida con una persona es porque en el fondo le quieren dar el máximo regalo que le pueden ofrecer: su libertad. Porque están dispuestos a pasar por todo el via crucis que significa la planeación y realización del evento, sin contar con los exorbitantes costos que representa, con tal de que sus parejas logren tener eso con lo que siempre soñaron.

Es un hecho: la vida sería más fácil sin bodas, sobre todo para nosotros los hombres; pero entonces, en nuestra primitiva forma de concebir el mundo, con nuestra cerveza, nuestros deportes y nuestros juegos de video, ¿cómo le demostraríamos a nuestras novias que en verdad las amamos?

¿Qué te parece? ¿Qué opinas de las bodas? Cuéntanos tu experiencia.

@AnjoNava

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