#CDMA: El amor a la antigüita es mejor

Me encanta la tecnología tanto como a cualquiera. Me emocionaba con los anuncios que hacía Steve Jobs en los eventos de Apple —ahora los de Tim Cook, no tanto—; utilizo mi teléfono móvil para todo, desde sacarle ventaja al tráfico hasta para llevar un control de mis finanzas personales; y no me importa el cambio social de la comunicación verbal a la escrita en forma de mensajitos de texto.

Hace poco más de un año dejé de comprar discos compactos y me resigné a adquirir mi música en archivos digitales. Aunque extraño los formatos físicos en los que uno podía leer las canciones, admirar la portada, el arte del álbum e, incluso, acomodarlos en el orden que me diera en gana.



La tecnología nos ayudado a sobrellevar los problemas de la vida moderna, pero, ¿acaso el amor es uno de ellos?
La tecnología nos ayudado a sobrellevar los problemas de la vida moderna, pero, ¿acaso el amor es uno de ellos?

Sin embargo, hay un par de modernidades que simplemente me rehúso a aceptar.

La primera es leer en una tableta o cualquier otro medio digital. Me refiero a esos textos por placer, ya sea una novela, ensayo o colección de poesía. A ese momento íntimo en el que nos aislamos de la realidad para adentrarnos al reino que se dibuja con cada una de las palabras que eligió su respectivo autor. Y no hay como un libro para hacer esto.

Recuerdo una vez que acompañé a Claudia, una de mis mejores amigas de la adolescencia, a una librería. Nunca olvidaré la manera en la que elegía un título y toda la escrutiñadora rutina que seguía: pasaba la yema de su índice por la pasta, recorriéndola por cada rincón como si se tratara de un nuevo amante, abría el ejemplar, sumergía su cara en el interior e inhalaba con fuerza para dictaminar el aroma. Mi amiga no compraba libros, los cataba.

De igual forma, hay algo fascinante de leer un escrito en papel contra la experiencia que ofrece un aparato electrónico. La sensación de darle vuelta a la página es única, ser testigo de cómo se consume la obra conforme ese avanza en la misma y la forma en la que el tiempo desgasta y marchita al objeto en sí.

La segunda es el arte del ligue, de conocer personas para entablar posibles relaciones románticas con ellas. Sí, la tecnología también ha dado varias alternativas al respecto, están las aplicaciones como Tinder que convierten a los usuarios de Facebook en un auténtico catálogo de posibles candidatos, los cuales se eligen o descartan con solo hacer un movimiento horizontal en la pantalla.

Además están los sitios web especializados, que utilizan diferentes algoritmos para tratar de emparejar a dos personas en base a los datos que ellos proveyeron. Al igual que la industria de los libros en línea, los “facilitadores de amor” también han crecido considerablemente. Estos últimos, generando más de mil millones de dólares de utilidades en los Estado Unidos.

Hace poco me invitaron a colaborar en el blog de un servicio de citas en línea. Querían que escribiera artículos parecidos a los que firmo en este espacio, comentarios y opiniones sobre las vicisitudes que rodean al amor, tanto para mujeres como para hombres. Al inicio acepté la oferta, aclarando el número de entregas por semana y demás detalles, sin embargo, cuando puse mi condición final, los administradores del sitio se echaron para atrás.

Fui muy contundente a la hora de informarles que redactaría las piezas con la salvaguarde de que nunca recomendaría el servicio que ofrecían. En realidad, mi postura no era en contra de ellos particularmente, les dije que no creía tampoco en ninguno de sus competidores. Era un tema ético, algo así como lo que debería de ocurrir —porque por supuesto no pasa—si un publicista tuviera que llevar la cuenta de un producto que aborrece.

Y digo que no creo en los sitios en línea y las aplicaciones móviles para encontrar pareja no porque dude de su eficacia, al contrario, estoy seguro de ella. Según cifras obtenidas por el New York Daily News, un tercio de los matrimonios en la Unión Americana se conocieron a través de alguno de estos proveedores. En lo que no estoy de acuerdo es que priven a las personas de toda la experiencia de salir de cacería. El amor es un juego y tiene que ser divertido. De alguna forma, lo que hacen los servicios de citas es darnos el resultado final del partido, antes de que tengamos oportunidad de verlo, sentirlo y sufrirlo.

Quizá sea por romántico o simplemente anticuado, pero las novelas me gustan en papel y los besos en carne propia.

¿Qué te parece?

@AnjoNava 

Escríbenos tu pregunta de amor aanjo.nava@yahoo.com

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